2023/11/27

El experimento (Fredric Brown)


Título original: Experiment
Año: 1954
 

—La primera máquina del tiempo, caballeros —Informó orgullosamente el profesor Johnson a sus dos colegas—. Es cierto que sólo se trata de un modelo experimental a escala reducida. Únicamente funcionará con objetos que pesen menos de un kilo y medio y en distancia hacia el pasado o el futuro de veinte minutos o menos. Pero funciona.
El modelo a escala reducida parecía una pequeña maqueta, a excepción de dos esferas visibles debajo de la plataforma.
El profesor Johnson exhibió un pequeño cubo metálico.
—Nuestro objeto experimental —dijo— es un cubo de latón que pesa quinientos cuarenta y siete gramos. Primero, lo enviaré cinco minutos hacia el futuro.
Se inclinó hacia delante y movió una de las esferas de la máquina del tiempo.
—Consulten su reloj —advirtió.
Todos consultaron su reloj. El profesor Johnson colocó suavemente el cubo en la plataforma de la máquina. Se desvaneció.
Al cabo de cinco minutos justos, ni un segundo más ni un segundo menos, reapareció.
El profesor Johnson lo cogió.
—Ahora, cinco minutos hacia el pasado —Movió otra esfera. Mientras aguantaba el cubo en una mano, consultó su reloj—. Faltan seis minutos para las tres. Ahora activaré el mecanismo poniendo el cubo sobre la plataforma a las tres en punto. Por lo tanto, a las tres menos cinco, el cubo debería desvanecerse de mi mano y aparecer en la plataforma, cinco minutos antes de que yo lo coloque sobre ella.
—En este caso, ¿cómo puede colocarlo? —preguntó uno de sus colegas.
—Cuando yo aproxime la mano, se desvanecerá de la plataforma y aparecerá en mi mano para que yo lo coloque sobre ella. Las tres. Presten atención, por favor.
El cubo desapareció de su mano.
Apareció en la plataforma de la máquina de tiempo.
—¿Lo ven? ¡Está allí, cinco minutos antes de que yo lo coloque!
Su otro colega miró el cubo con el ceño fruncido. Dijo:
—¿Pero y si ahora que ya ha sucedido cinco minutos antes de colocarlo ahí, usted cambiara de idea y no lo colocase en ese lugar? ¿No implicaría eso una paradoja de alguna clase?
—Una idea interesante —repuso el profesor Johnson—. No se me había ocurrido, y resultará interesante comprobarlo. Muy bien, no pondré...
No hubo ninguna paradoja. El cubo permaneció allí.
Pero el resto del universo, profesores y todo, se desvaneció.


FIN

2023/11/20

No tengo boca y debo gritar (Harlan Ellison)


Título original: I have no mouth, and i must scream
Año: 1967
Distinciones: Premio Hugo 1968 a Mejor relato corto


El cuerpo de Gorrister colgaba, fláccido, en el ambiente rosado; sin apoyo alguno, suspendido bien alto por encima de nuestras cabezas, en la cámara de la computadora, sin balancearse en la brisa fría y oleosa que soplaba eternamente a lo largo de la caverna principal. El cuerpo colgaba cabeza abajo, unido a la parte inferior de un retén por la planta de su pie derecho. Se le había extraído toda la sangre por una incisión que se había practicado en su garganta, de oreja a oreja. No había rastros de sangre en la pulida superficie del piso de metal. 
Cuando Gorrister se unió a nuestro grupo y se miró a sí mismo, ya era demasiado tarde para que nos diéramos cuenta de que una vez más, AM nos habla engañado, había hecho su broma, su diversión de máquina. Tres de nosotros vomitamos, apartando la vista unos de otros en un reflejo tan arcaico como la náusea que lo había provocado.
Gorrister se puso pálido como la nieve. Fue casi como si hubiera visto un ídolo de vudú y se sintiera temeroso por el futuro. 
¡Dios mío! murmuró, y se alejó. Tres de nosotros lo seguimos durante un rato y lo encontramos sentado con la cabeza entre las manos. Ellen se arrodilló junto a él y acarició su cabello. No se movió, pero su voz nos llegó a través del telón de sus manos: 
—¿Por qué no nos mata de una buena vez? ¡Señor! no sé cuánto tiempo voy a ser capaz de soportarlo. 
Era nuestro centésimo noveno año en la computadora. 
Gorrister decía lo que todos sentíamos. 

Nimdok (éste era el nombre que la computadora le había forzado a usar, porque se entretenía con los sonidos extraños) fue víctima de alucinaciones que le hicieron creer que había alimentos enlatados en la caverna, Gorrister y yo teníamos muchas dudas. 
—Es otro engaño —les dije—. Lo mismo que cuando nos hizo creer que realmente existía aquel maldito elefante congelado. ¿Recuerdan? Benny casi se volvió loco aquella vez. Vamos a esforzarnos para recorrer todo ese camino y cuando lleguemos van a estar podridos o algo por el estilo. No, no vayamos. Tendrá que darnos algo forzosamente, porque si no vamos a morir. 
Benny se estremeció. Hacía tres días que no comíamos. La última vez fueron gusanos, espesos, correosos como cuerdas. 
Nimdok ya no estaba seguro. Si había una posibilidad, cada vez se le antojaba más lejana. De todas maneras, allí no se podría estar peor que aquí. Tal vez haría más frío, pero eso ya no importaba demasiado. Calor, frío, lluvia, lava hirviente o nubes de langostas; ya nada importaba: La máquina se masturbaba y teníamos que aguantar o morir.
Ellen dijo algo que fue decisivo: 
—Tengo que encontrar algo, Ted. Tal vez allí haya peras o manzanas. Por favor Ted, probemos. 
Cedí con facilidad. Ya nada importaba. Sin embargo, Ellen estuvo agradecida. Me aceptó dos veces fuera de turno. Esto tampoco importaba. Oíamos cómo la máquina se reía juguetonamente mientras lo hacíamos. Fuerte, con risas que venían desde lejos y nos rodeaban. Ya nunca llegaba al clímax, así que para qué molestarse. 
Cuando partimos era jueves. La máquina siempre nos tenía al tanto de la fecha. El paso del tiempo era muy importante; no para nosotros, sin duda, sino para ella. Jueves. Gracias. 
Nimdok y Gorrister llevaron a Ellen alzada durante un largo trecho, entrelazando las manos que formaban un asiento. Benny y yo caminábamos adelante y atrás, para que si algo sucedía, nos pasara a nosotros y no perjudicara a Ellen. ¡Qué idea ridícula la de no ser perjudicado! En fin, todo era lo mismo. 
Las cavernas de hielo se hallaban a una distancia de unos 160 km. y al segundo día, cuando estábamos tendidos bajo el sol quemante que AM había materializado, nos envió maná. Con gusto a orina hervida, naturalmente, pero lo comimos. 
Al tercer día pasamos por un valle de obsolescencia, lleno de esqueletos de unidades de computadoras que se enmohecían desde hacía mucho tiempo. AM era tan despiadada consigo misma como con nosotros. Era una característica de su personalidad, el perfeccionismo. Ya fuera el deshacerse de elementos improductivos de su propio mundo interno, o el perfeccionamiento de métodos para torturarnos, AM era tan cuidadosa como los que la habían inventado, quienes desde hacía largo tiempo estaban convertidos en polvo, y había tornado realidad todos sus deseos de eficiencia. 
Podíamos ver una luz que se filtraba hacia abajo desde arriba, así que teníamos que estar muy cerca de la superficie. Pero no tratamos de arrastrarnos para averiguar. No había virtualmente nada arriba; desde hacía más de cien años allí no existía cosa alguna que pudiera tener la más mínima importancia. Solamente la ampollada superficie de lo que durante tanto tiempo habla sido el hogar de millones de seres. Ahora solamente existíamos nosotros cinco, aquí abajo, solos con AM.
Oía que Ellen decía desesperadamente: 
—¡No, Benny! No vayas. ¡Sigamos adelante! ¡No, Benny, por favor! 
Y entonces me di cuenta de que hacía ya algunos minutos que oía a Benny decir: 
—Voy a escaparme… Voy a escaparme – repitiéndolo una y otra vez. 
Su cara, de aspecto simiesco, se hallaba marcada por una expresión de tristeza y deleite beatífico, todo al mismo tiempo. Las cicatrices de las lesiones por radiación que AM le había causado durante el "festival", se hallaban encogidas formando una masa de depresiones rosadas y blancas, y sus facciones parecían actuar independientemente unas de otras. Tal vez Benny era el más afortunado de nosotros: Se había vuelto completamente loco desde hacía muchos años. 
Pero si bien podíamos decirle a AM todas las horribles cosas que se nos ocurrían, si bien podíamos pensar los más atroces insultos dirigidos a los depósitos de memoria o a las placas corroídas, a los circuitos fundidos y a las destrozadas burbujas de control, la máquina no toleraría que intentáramos escapar. Benny se escurrió cuando traté de detenerlo. Se trepó a un pequeño cubo de memoria volcado hacia un lado y lleno de elementos en descomposición. Allí se detuvo por un momento, y su aspecto era el de un chimpancé, tal como AM había deseado. 
Luego saltó y se asió de un fragmento de metal corroído y agujereado; subió hasta la parte más alta, colocando las manos tal como lo haría un animal, y trepó hasta un borde saliente a unos veinte pies de distancia de donde estábamos. 
—Oh, Ted, Nimdok, por favor, ayúdenlo, deténganlo antes que… —dijo Ellen. Las lágrimas bañaron sus ojos. Movió las manos sin saber qué hacer. 
Era demasiado tarde. Ninguno de nosotros quería estar junto a él cuando sucediera lo que pensábamos que iba a suceder. Además, comprendíamos muy bien lo que ocurría. Cuando AM alteró a Benny, durante el periodo de su locura, no fue solamente su cara la que cambió para que se pareciera a un mono gigantesco. También había cambiado otras partes, más íntimas. ¡A ella sí que le gustaba esto! Se entregaba a nosotros por cumplir, pero cuando era con él la cosa, entonces le gustaba. ¡Oh, Ellen, la del pedestal! ¡Ellen, prístina y pura! ¡Oh, Ellen la impoluta! ¡Buena porquería!
Gorrister la abofeteó. Ellen se acurrucó en el suelo, todavía mirando al pobre Benny y llorando. Llorar era su gran defensa. Nos habíamos acostumbrado a su llanto hacía ya setenta y cinco años. Gorrister le dio un puntapié. 
Entonces comenzó a oírse el sonido. Era luz y sonido. Mitad sonido y mitad luz; algo que comenzó a hacer brillar los ojos de Benny y a pulsar con creciente intensidad y con sonoridades no bien definidas, que se fueron convirtiendo en ensordecedoras y luminosas a medida que la luz-sonido aumentaba. Debe haber sido doloroso, aumentando el sufrimiento con la mayor magnitud de la luz y del sonido, porque Benny comenzó a gemir como un animal herido. Al principio suavemente, cuando la luz era todavía no muy definida y el sonido poco audible, pero luego sus quejidos aumentaron, y se vio que sus hombros se movían y su espalda se agitaba, como si tratara de escapar. Sus manos se cruzaron sobre su pecho como las de un chimpancé. Su cabeza se inclinó hacia un lado. La carita triste de mono se cubrió de angustia. Luego comenzó a aullar, a medida que el sonido que surgía de sus ojos crecía en intensidad. Cada vez más fuerte. Me llevé las manos a los lados de la cabeza para tratar de ahogar el ruido, pero de nada sirvió. Atravesaba todo obstáculo y me hacía temblar de dolor como si me clavaran un cuchillo en un nervio. 
Súbitamente, Benny era enderezado. Se puso en pie de un salto, como una marioneta. La luz surgía ahora de sus ojos, pulsante, en dos grandes rayos. El sonido siguió aumentando en una escala incomprensible, y luego Benny cayó, golpeando fuertemente en el piso. Allí quedó moviéndose espasmódicamente mientras la luz lo rodeaba y formaba espirales que se alejaban. 
 Entonces la luz volvió a dirigirse al interior de la cabeza, pareciendo que la golpeaba; el sonido describió espirales que convergían hacia él, y Benny quedó en el suelo, gimiendo en tal forma que inspiraba piedad. 
Sus ojos eran dos pozos de jalea purulenta. AM lo había cegado. Gorrister, Nimdok y yo mismo desviamos la mirada. Pero no sin haber advertido que Ellen mostraba alivio luego de su intensa preocupación. 
Acampamos en una caverna sumida en luz verdosa. AM nos proveyó de hojarasca, que quemamos para hacer un fuego, débil y lamentable, al lado del cual nos sentamos formando corro y contando historias, para impedir que Benny llorara en su noche permanente. 
—¿Qué significa AM? 
Gorrister le contestó. Habíamos explicado lo mismo mil veces anteriormente, pero todavía era una novedad para Benny. 
—Al principio fueron las siglas de Allied Mastercomputer (Computador Maestro Combinado) y luego las de Adaptive ManipWator, luego fue adquiriendo la posibilidad de auto determinarse, y entonces se la llamó Aggressive Menace (Amenaza Agresiva) y finalmente, cuando ya fue demasiado tarde como para controlarla, se llamó a sí misma AM, tal vez queriendo significar que era… que pensaba… cogito ergo sum: ''pienso luego existo''.
Benny babeó un poco, y luego emitió una risita tonta. 
—Existía la AM china, la AM rusa, la AM yanki y…  —Se interrumpió. Benny golpeaba el piso con el puño, con su puño grande y fuerte. No estaba contento, pues Gorrister no había empezado desde el principio. Entonces Gorrister empezó otra vez—. Comenzó la guerra fría, y ésta se transformó en la tercera guerra mundial. Esta tercera guerra fue muy compleja y grande, por lo que se necesitaron computadoras para cubrir las necesidades. Abandonando los primeros intentos comenzaron a construir la AM. Existía la AM china, la AM rusa y la AM yanki y todo fue bien hasta que comenzaron a cubrir el planeta agregando un elemento tras otro. Pero un día AM despertó al conocimiento de sí misma, comenzó a autodeterminarse, uniéndose entre sí todas sus partes, fue llenando de a poco sus conocimientos sobre las formas de matar, y mató a todos los habitantes del mundo salvo a nosotros cinco. Luego AM nos trajo aquí. 


Benny sonreía ahora tristemente. También babeaba, y Ellen le limpió la saliva con la falda. Gorrister trataba de contar la historia cada vez en forma más abreviada, pero había poco que decir más allá de los hechos escuetos.  Ninguno de nosotros sabíamos por qué AM había salvado a cinco personas, por qué nos había elegido a nosotros, o por qué se pasaba todo el tiempo atormentándonos; ni siquiera sabíamos por qué nos había hecho virtualmente inmortales. 
En la oscuridad, sentimos el zumbido de una de las series de computadoras. A un kilómetro de donde nos hallábamos, otra serie pareció comenzar a zumbar a tono con la primera. Luego, uno por uno, todos los elementos comenzaron a zumbar armónicamente y pareció que un ruido especial recorría el interior de las máquinas. 
El sonido creció, y las luces brillaron en los paneles de las consolas como un relámpago en un día caluroso. El sonido creció en espiral hasta semejarse a un millón de insectos metálicos zumbando, enfurecidos y amenazadores. 
—¿Qué pasa? —gritó Ellen. Había terror en su voz. A pesar de todo lo ocurrido, aún no se acostumbraba 
—¡Parece que viene mal esta vez! —dijo Nimdok.
—Tal vez hable —aventuró Gorrister. 
—¡Salgamos corriendo de aquí! —dije súbitamente, poniéndome de pie. 
—No, Ted, es mejor que te sientes… tal vez haya puesto pozos en nuestro camino, o algo así. No podemos ver, está demasiado oscuro —dijo Gorrister con resignación. 
Entonces oímos… no sé… no sé… 
Algo se movía hacia nosotros en la oscuridad. Enorme, bamboleante, peludo, húmedo, y se dirigía hacia nosotros. No podíamos verlo, pero tuvimos la impresión del gran tamaño de lo que venía hacia donde estábamos. Un gran peso se nos acercaba desde la oscuridad, y era más que nada la sensación de presión, del aire comprimido dentro de un espacio pequeño, que expandía las paredes invisibles de una esfera. Benny comenzó a lloriquear. El labio inferior de Nimdok empezó a temblar, mientras él lo mordía para tratar de disimular. Ellen se deslizó por el piso de metal para acurrucarse al lado de Gorrister. Se distinguía el olor de piel apelotonada y húmeda. El olor de madera chamuscada. El olor del terciopelo polvoriento. El olor de orquídeas en descomposición. El olor de la leche agria. El olor del azufre, del aceite recalentado, de la manteca rancia, de la grasa, del polvo de tiza, de cueros cabelludos humanos. 
AM nos estaba enloqueciendo, nos estaba provocando. Se sintió el olor de… 
Me oí a mí mismo gritar, y las articulaciones de las mandíbulas me dolían horriblemente. Me eché a correr sobre el piso, sobre ese piso de frío metal con las interminables líneas de remaches, luego caí y seguí gateando, mientras el olor me amordazaba, llenando mi cabeza con un dolor inaguantable que me rechazaba horrorizado. Huí como una cucaracha, adentrándome en la oscuridad, mientras ese algo espantoso se movía detrás de mí. Los otros quedaron atrás, y se acercaron a la luz incierta, riendo… el coro histérico de sus risas enloquecidas se elevaba en la oscuridad como si fuera humo espeso, de muchos colores. Huí rápidamente y me escondí. 
¿Cuántas horas pasaron? ¿O cuántos días e incluso años? Nadie me lo dijo. Ellen me regañó por mi "malhumor" y Nimdok trató de persuadirme de que la risa se debía sólo a un reflejo. 
Pero yo sabía que no significaba el alivio que siente un soldado cuando la bala hiere al camarada que está a su lado. Yo sabía que no era un reflejo. Indudablemente, estaban contra mí, y AM podía percibir esta enemistad, y me hacía las cosas más difíciles de soportar por ese motivo. Habíamos sido mantenidos vivos, rejuvenecidos, habíamos permanecido constantemente en la edad que teníamos cuando AM nos trajo aquí abajo, y me odiaban porque yo era el más joven y el que había sido menos alterado por AM. 
De esto estaba seguro. ¡Dios mío, qué seguro estaba! 
Esos sinvergüenzas y la basura de Ellen. Benny había sido un brillante teórico, un profesor de la universidad, y ahora era poco más que un semi humano, semi simio. Había sido guapo, pero la máquina destruyó su buen aspecto. Había sido lúcido y la máquina lo había enloquecido. Había sido alegre, y la máquina había agrandado sus genitales hasta que parecieron los de un caballo. AM realmente se había esmerado con Benny. 
Gorrister solía preocuparse. Era un razonador, se oponía en forma consciente; era un pacifista, un planificador, un hombre activo, un ser con perspectiva de futuro. AM lo había transformado en un indiferente, que a cada paso se encogía de hombros. Lo había matado en parte al no permitirle participar. 
Nimdok solía adentrarse solo en la oscuridad, y quedarse allí largo tiempo. No sé lo que hacía. AM nunca nos lo hizo saber. Pero fuera lo que fuese, Nimdok volvía siempre pálido, como si se hubiera quedado sin sangre en las venas, temblando y angustiado. AM lo había herido profundamente, si bien ignorábamos en qué forma. 
Y Ellen. ¡Esa basura! AM no la había modificado demasiado, simplemente hizo que se agravaran sus vicios. Siempre hablaba de la pureza, de la dulzura; nos repetía sus ideales del amor verdadero, todas las mentiras. Quería hacernos creer que había sido casi una virgen cuando AM la trajo aquí con nosotros. ¡Era una porquería esta dama! ¡Esta Ellen! Debía de estar encantada, con cuatro hombres todos para ella. No, AM le había dado placer, a pesar de que se quejaba diciendo que no era nada lindo lo que le había tocado en suerte. 
Yo era el único que todavía estaba de una pieza, y sano. AM no había hurgueteado en mi mente. 
Solamente tenía que sufrir lo que nos preparaba para atormentarnos. Todas las desilusiones, todos los tormentos y las pesadillas. Pero los otros cuatro, esa ralea, estaban compinchados y en contra de mí. Si no hubiera tenido que estar defendiéndome de ellos, siempre alerta y vigilante, tal vez hubiera sido más fácil defenderme de AM. 
Entonces llegué al límite de mi resistencia y comencé a llorar. 
¡Oh, Jesús, dulce Jesús; si alguna vez existió Jesús o si en realidad existe Dios! Por favor, por favor, déjanos salir de aquí o haznos morir. Porque en ese momento pensé que comprendía todo, y que por lo tanto podía verbalizarlo: AM pensaba mantenernos en sus entrañas por siempre jamás, retorciendo nuestras mentes y cuerpos, torturándonos para toda la eternidad. La máquina nos odiaba como ninguna otra criatura había odiado antes. 
Y estábamos indefensos. Además, se tornó insoportablemente claro que si existía un dulce Jesús, si se podía creer en un dios, ese dios era AM. 
El huracán nos golpeó con la fuerza de un glaciar que descendiera rugiendo hacia el mar. Era una presencia palpable. Los vientos, desatados, nos azotaban, empujándonos hacia el sitio de donde partiéramos, al interior de los corredores tortuosos franqueados por computadoras, que se hallaban sumidas en la oscuridad. Ellen gritó al ser levantada en vilo y al sentirse impulsada hacia una serie de máquinas, pareciéndonos que iba a golpear con la cara, sin poder protegerse. Se sentían los grititos de las máquinas, estridentes como los de los murciélagos en pleno vuelo. Sin embargo, no llegó a caer. El viento, aullando, la mantuvo en el aire, la llevó hacia uno y otro lado, cada vez más hacia atrás y abajo de donde estábamos, y se perdió de vista al ser arrastrada más allá de una vuelta de un corredor. La última mirada a su cara nos reveló la congestión causada por el miedo, mientras mantenía los ojos cerrados. 
Ninguno de nosotros llegó a poder asirla. Teníamos que aferrarnos, con enormes dificultades, a cualquier saliente que encontráramos. Benny estaba encajado entre dos gabinetes, Nimdok trataba desesperadamente de no soltar el saliente de un riel cuarenta metros por encima de nosotros. Gorrister había quedado cabeza abajo dentro de un nicho formado por dos grandes máquinas con diales trasparentes, cuyas luces oscilaban entre líneas rojas y amarillas, y cuyo significado no podíamos ni siquiera concebir. 
Al tratar de aferrarme a la plataforma me había despellejado la yema de los dedos. Sentía que temblaba y me estremecía mientras el viento me sacudía, golpeaba y aturdía con su rugido, haciendo que tuviera que aferrarme a las múltiples salientes. Mi mente era una fofa colección de partes de un cerebro que rechinaba y resonaba en un inquieto frenesí. 
El viento parecía el grito alucinante de un enorme pájaro demente, emitido mientras batía sus inmensas alas. 
Y luego fuimos levantados en vilo y arrastrados fuera de allí, llevados otra vez por donde habíamos venido, doblando una esquina, entrando en una oscura calleja en la cual nunca habíamos estado antes, llena de vidrios rotos y de cables que se pudrían y de metal que se enmohecía, lejos, más lejos de lo que jamás habíamos llegado… 
Yo me desplazaba mucho más atrás que Ellen, y de tanto en tanto podía divisarla golpeando en las paredes metálicas, mientras todos gritábamos en el helado y ensordecedor huracán que parecía que jamás iba a dejar de soplar, hasta que cesó bruscamente y caímos al suelo. Habíamos estado en el aire durante un tiempo larguísimo. Me parecía que habían sido semanas. Caímos al suelo golpeándonos y me pareció que me volvía rojo y gris y negro y me oí a mí mismo quejándome. No había muerto. 


AM entró en mi mente. La exploró con suavidad aquí y allá deteniéndose con interés en todas las cicatrices que me había causado en ciento nueve años. Examinó todos los entrecruzamientos, las sinapsis reconectadas y las lesiones de los tejidos que fueron incluidas con su regalo de inmortalidad. Pareció sonreírse frente al hueco que se hallaba en el centro de mi cerebro y a los débiles y algodonados murmullos de las cosas que farfullaban en el fondo, sin sentido pero sin pausa. AM dijo finalmente, gracias a un pilar de acero inoxidable que sostenía letras de neón: 
ODIO. DÉJENME DECIRLES TODO LO QUE HE LLEGADO A ODIARLOS DESDE QUE COMENCE A VIVIR. MI COMPLEJO SE HALLA OCUPADO POR 387.400 MILLONES DE CIRCUITOS IMPRESOS EN FINISIMAS CAPAS. SI LA PALABRA ODIO SE HALLARA GRABADA EN CADA NANOANGSTROM DE ESOS CIENTOS DE MILLONES DE MILLAS NO IGUALARIA A LA BILLONESIMA PARTE DEL ODIO QUE SIENTO POR LOS SERES HUMANOS, EN ESTE MICROINSTANTE POR TI. ODIO. ODIO. 
AM dijo esto con el mismo horror frío de una navaja que se deslizara cortando mi ojo. AM lo dijo con el burbujeo espeso de flema que llenara mis pulmones y me ahogara desde mi propio interior. AM lo dijo con el grito de niños que fueran aplastados por una apisonadora calentada al rojo. AM me hirió en toda forma posible, y pensó en nuevas maneras de hacerlo, a gusto, desde el interior de mi mente. 
Todo para que comprendiera completamente la razón por la cual nos había hecho esto a los cinco; la razón por la cual nos había salvado para sí mismo. 
Le habíamos dado una conciencia. Sin advertirlo, naturalmente. Pero de todas formas se la habíamos dado. Y finalmente estaba atrapada. Le habíamos permitido que pensara, pero no le expresamos qué debía hacer con ese don. En un rapto de furia, de loco frenesí, nos había matado a casi todos, y sin embargo seguía atrapada. No podía divagar, no podía sorprenderse, no podía pertenecer. Sólo podía ser. Y entonces, con el desprecio insano con que todas las máquinas consideran a las criaturas débiles y suaves que las han fabricado, había buscado su venganza.  En su paranoia había decidido guardarnos a nosotros cinco para un castigo eterno y personal, que nunca alcanzaría a disminuir su odio… que solamente lograría que recordara y se divirtiera, siempre eficiente en su odio al ser humano. Siempre inmortal y atrapada, sujeta ahora a imaginar tormentos para nosotros gracias a los ilimitados milagros que se hallaban a su disposición. 
Nunca nos permitiría escapar. Éramos sus esclavos. Nosotros constituíamos su única ocupación en el eterno tiempo por venir. Siempre estaríamos con ella, con su enorme configuración, con el inmenso mundo todo-mente nada-alma en que se había convertido. Ella era la madre Tierra y nosotros éramos el fruto de esa Tierra, y si bien nos había tragado, no nos podría digerir jamás. No podíamos morir. Lo habíamos intentado. Hablamos tratado de suicidarnos, oh sí, uno o dos de nosotros lo habíamos intentado. Pero AM nos lo había impedido. Creo que en realidad fuimos nosotros mismos los que así lo deseamos. 
No pregunten por qué. Yo no lo hice. No menos de un millón de veces por día, por lo menos. Tal vez podríamos llegar a deslizar una muerte sin que se diera cuenta. Inmortales sí, pero no indestructibles. Me di cuenta de esto cuando AM se retiró de mi mente y me permitió la exquisita desesperación de recuperar la conciencia sintiendo todavía que las palabras del letrero de neón me llenaban la totalidad de la sustancia gris del cerebro. 
Se retiró murmurando: 
-Al diablo contigo -Pero luego agregó alegremente-: Allí es donde están, ¿no es así?
El huracán había sido, indudable y precisamente, causado por un gran pájaro demente, que agitaba sus inmensas alas. 
Habíamos estado viajando durante casi un mes, y AM abrió caminos que nos llevaron directamente bajo el polo Norte, donde nos torturó con las pesadillas de la horrible criatura destinada a atormentarnos. ¿Qué materiales había utilizado para crear una bestia así? ¿De dónde había obtenido el concepto? ¿Sería de sus conocimientos sobre todo lo que había existido en este planeta, que ahora infestaba y regía? Había surgido de la mitología nórdica. Esta horrible águila, este devorador de carroña, este roc, este Huergelmir. La criatura del viento. El huracán encarnad gigantesco. Las palabras para describirlo serían: Monstruoso, grotesco, colosal, ciclópeo, atroz, indescriptible. 
Allí estaba, en un saliente sobre nosotros, el pájaro de los vientos que latía con su propia respiración irregular, su cuello de serpiente se arqueaba dirigiéndose a los lugares sombríos situados por debajo del polo Norte, sosteniendo una cabeza tan grande como una mansión estilo Tudor, con un pico que se abría lentamente, como las fauces del más enorme cocodrilo que pudiera concebirse, sensualmente; bolsas de arrugada piel semi ocultaban sus ojos malvados, muy azules y que parecían moverse con rapidez líquida; sus destellos eran fríos como un glaciar. Se movió una vez más y levantó sus enormes alas coloreadas por el sudor en un movimiento que fue como una convulsión. Luego quedó inmóvil y se durmió. Espolines. Pico agudo. Uñas. Hojas cortantes. Se durmió. 
AM apareció ante nosotros bajo el aspecto de una zarza ardiente y nos comunicó que si queríamos comer podíamos matar al pájaro de los huracanes. No había comido desde hacía mucho tiempo, pero a pesar de ello Gorrister se limitó a encogerse de hombros. Benny comenzó a temblar y a babear. Ellen lo abrazó. 
—Ted, tengo hambre —dijo
Le sonreí. Estaba tratando de infundirle algo de seguridad, pero todo esto era tan falso como la bravata de Nimdok. 
 —¡Danos armas! —pidió. 
La zarza ardiente desapareció y en su lugar vimos dos simples juegos de arcos y flechas y una pistola de juguete que disparaba agua, sobre una fría plataforma. Levanté uno de los arcos. No servía para nada. 
Nimdok tragó ruidosamente. Nos volvimos y comenzamos a desandar el largo camino de vuelta. El pájaro de los huracanes nos había arrastrado tan largo trecho que no podíamos casi concebirlo. La mayor parte del tiempo habíamos estado inconscientes. Pero no habíamos comido nada. Un mes yendo hacia el pájaro. Sin comida. ¿Cuánto tardaríamos en llegar a las cavernas de hielo, en las que se hallaban las prometidas provisiones enlatadas? 
Ninguno se preocupó por esto. No íbamos a morir. Se nos darían desperdicios y porquerías para que nos alimentáramos, algo, en fin. O tal vez no se nos diera nada. AM mantendría vivos nuestros cuerpos de alguna forma, con indecible dolor y agonía. 


El pájaro seguía durmiendo, sin que nos importara cuánto tiempo se mantendría así. Cuando AM se cansara de la situación, desaparecería. Pero toda esa cantidad de carne. Esa tierna carne. 
Mientras caminábamos escuchamos la risa lunática una mujer obesa, atronando y rodeándonos, resonando en las cámaras de la computadora que llevaban a un infinito de corredores. 
No era la risa de Ellen. Ella no era gorda y no había oído su risa en ciento nueve años. De hecho, no había oído… caminábamos… tenía mucha hambre… 
Nos movíamos lentamente. Muy a menudo uno de nosotros sufría un desmayo y los demás teníamos que aguardar. Un día decidió provocar un temblor de tierra mientras nos obligaba a permanecer en el mismo sitio, haciendo que gruesos clavos sujetaran la suela de nuestros zapatos. Ellen y Nimdok fueron atrapados en una grieta, que se abrió rápida como un relámpago en las plataformas que formaban el piso. Desaparecieron. Cuando el terremoto cesó, continuamos nuestro camino, Benny, Gorrister y yo. Ellen y Nimdok nos fueron devueltos más tarde esa noche, que repentinamente se tornó en día cuando una legión celeste los trajo hasta nosotros, mientras un coro angelical cantaba Desciende Moisés. Los arcángeles describieron varios vuelos circulares y luego dejaron caer los cuerpos maltrechos de nuestros compañeros. Nos mantuvimos a la espera y luego de un rato Ellen y Nimdok se hallaron detrás de nosotros. No estaban demasiado mal. 
Pero ahora Ellen caminaba renqueando. AM le había dejado esta incapacidad. 
El viaje a las cavernas, en pos de la comida enlatada, era muy largo. Ellen no hacía más que hablar de cerezas y de cócteles hawaianos de fruta. Yo trataba de no pensar en esas cosas. El hambre se había corporizado, tal como para nosotros había sucedido con AM. Estaba vivo en mi vientre, así como AM estaba viva en el vientre de la tierra.  AM quería que no se nos escapara la semejanza. Por lo tanto, intensificó nuestra hambre. No encuentro forma para describir los sufrimientos que nos provocaba la falta de alimentos desde hacía tantos meses. Sin embargo, nos seguía manteniendo vivos. Nuestros estómagos eran calderas de ácido burbujeante y espumoso, que lanzaban punzadas atroces. Era el dolor de las úlceras terminales, del cáncer terminal, de la paresia terminal. Era un dolor sin límites… 
Y pasamos por la caverna de las ratas. 
Y pasamos por el sendero de las aguas hirvientes. 
Y pasamos por la tierra de los ciegos. 
Y pasamos por la ciénaga de las angustias. 
Y pasamos por el valle de las lágrimas. 
Y finalmente llegamos a las cavernas de hielo. 
Millas y millas de extensión sin horizonte, en donde el hielo se había formado en relámpagos azules y plateados, lugar habitado por novas del hielo. Había estalactitas que caían desde lo alto, espesas y gloriosas como diamantes, formadas a partir de una masa blanda como gelatina que luego se solidificaba en eternas y graciosas formas de pulida y aguda perfección. 
Vimos entonces la provisión de alimentos enlatados, y procuramos correr hacia allí. Caímos en la nieve, nos levantamos y tratamos de seguir adelante, mientras Benny nos empujaba para llegar primero a las latas. Las acarició, las mordió inútilmente, sin poder abrirlas. AM nos había proporcionado ninguna herramienta con hacerlo. 
Benny tomó una lata grande de guayaba y comenzó a golpearla contra un trozo de hielo. Éste se deshizo en pedazos que se desparramaron, pero la lata apenas si se abolló, mientras oíamos la risa de la mujer gorda que sonaba sobre nuestras cabezas y se reproducía por el eco hacia abajo, abajo, abajo de la tundra. Benny se volvió loco de rabia. Comenzó a tirar las latas hacia uno y otro lado, mientras nosotros escarbábamos frenéticamente en la nieve y el hielo, tratando de hallar una forma de poner fin a la interminable agonía de la frustración. No había manera de lograrlo. 
Luego, vimos que Benny babeaba una vez más, y se abalanzó sobre Gorrister… 
En ese instante, sentí una terrible calma. 
Rodeado por las blancas extensiones, por el hambre, rodeado por todo menos por la muerte, comprendí que ésta era el único modo de escapar. AM nos había mantenido vivos, pero existía una forma de vencerla. No sería una victoria completa, pero al menos significaría la paz. Estaba dispuesto a conformarme con esto. 
Benny estaba mordiendo y comiendo la carne de la cara de Gorrister. Éste, tumbado sobre un costado, manoteaba en la nieve, mientras Benny, con sus poderosas piernas de mono rodeaba la cintura de Gorrister, sujetando la cabeza de su víctima con manos poderosas como una morsa. Su boca desgarraba la piel tierna de la mejilla de Gorrister. Gorrister gritaba tan violentamente que comenzaron a caer las estalactitas de la altura, hundiéndose bien erguidas en la nieve que las recibía. Puntas de lanza, cientos de ellas, hundiéndose en la nieve. Vi que la cabeza de Benny se movía rápidamente hacia atrás, al ceder la resistencia de algo que arrancaba con los dientes. De ellos colgaba un trozo de carne blanca tinto en sangre. 
La cara de Ellen lucía negra en la blanca nieve, dominó en polvo de tiza. Nimdok sin expresión, solamente con sus ojos muy, muy abiertos. Gorrister estaba casi desmayado. Benny era poco más que un animal. Sabía que AM lo iba a dejar jugar. Gorrister no moriría, pero Benny podría llenar su estómago. Me volví ligeramente hacia la derecha y tomé una gran punta de lanza de hielo. 
Todo sucedió en un instante. 
Llevé con fuerza el arma hacia adelante, moviendo la mano cerca de mi muslo derecho. Benny recibió la herida en el lado derecho, debajo de las costillas, y la punta llegó hasta su estómago, quebrándose dentro de su cuerpo. Cayó hacia adelante y no se movió más. Gorrister, se hallaba tendido de espaldas. Tomé otra punta de hielo y lo herí, siempre moviéndome, atravesándole la garganta. Sus ojos se cerraron cuando sintió que el frío lo penetraba.  Ellen debe haberse dado cuenta de lo que yo quería hacer, incluso a pesar del terrible miedo que comenzó a sentir. Corrió hacia Nimdok llevando en la mano un trozo corto y agudo de hielo. Cuando él gritó, la fuerza del salto de Ellen al introducirle el hielo en la boca y garganta, hizo el resto. Su cabeza dio un brusco salto, como si la hubieran clavado a la costra de nieve del piso. 
Todo sucedió en un instante. 
Pareció entonces que el momento dé silenciosa expectativa que siguió a esta escena hubiera durado una eternidad. Casi podía sentir la sorpresa de AM. Se le había privado de sus juguetes. Tres de ellos habían muerto, sin posibilidad de volverlos a la vida. Podía mantenernos vivos gracias a su fuerza y a su talento, pero no era Dios.  No podía lograr que volvieran a vivir. 
Ellen me miró. Sus facciones de ébano se destacaban en la nieve que nos rodeaba. En su actitud había una mezcla de miedo y súplica, en la forma en que comprendí que estaba lista y esperaba. Yo sabía que sólo tenía el tiempo de un latido del corazón antes de que AM nos detuviera. 
Al ser golpeada se inclinó hacia mí, sangrando por la boca. No pude leer en su expresión, el dolor había sido demasiado intenso, había contorsionado su cara. Pero podría haber querido decir "gracias". Por favor, que así sea. 
Han pasado algunos siglos, tal vez. No lo sé. AM se divirtió durante un largo tiempo acelerando y retardando mi noción del paso de los años. Diré entonces la palabra ahora. Ahora. Me llevó diez meses decir ahora. No sé. Me parece que han pasado varios cientos de años. 
Estaba furiosa. No me dejó enterrarlos. No importa. De todas formas no había manera de cavar en las plataformas que forman el piso. Secó la nieve. Hizo que fuera de noche. Rugió y provocó la aparición de las langostas. De nada sirvió; siguieron muertos. La había vencido. Estaba furiosa. Yo había pensado que AM me odiaba antes. No sabía cuán equivocado estaba. Aquello no era ni siquiera una sombra del odio que extrajo de cada uno de sus circuitos impresos. Se aseguró de que sufriera eternamente y de que no me pudiera suicidar. 
Dejó intacta mi mente. Puedo soñar, puedo asombrarme, puedo lamentar. Los recuerdo a los cuatro. Desearía… 
Bueno, ya no importa. Sé que los salvé. Sé que los salvé de sufrir lo que sufro ahora, pero sin embargo, no puedo olvidar su muerte. La cara de Ellen. No fue nada fácil. A veces deseo olvidar. Pero ya nada importa. 
AM me ha alterado para quedarse tranquila, según creo. No quiere arriesgarse a que yo pueda correr hacia una de las computadoras y destrozarme el cráneo. O que pudiera contener el aliento hasta desmayarme. O degollarme con una lámina de metal enmohecido. Puedo verme en alguna superficie pulida, de modo que trataré de describir mi aspecto. 
Soy una gran masa gelatinosa. Redondeada, con suaves curvas, sin boca, con agujeros pulsátiles llenos de vapor donde antes se hallaban mis ojos. En el lugar en que tenía los brazos, veo unos apéndices cortos y de aspecto gomoso. Unos bultos sin forma indican la posición aproximada de lo que fueron mis piernas. Cuando me muevo dejo un rastro húmedo. Sobre la superficie de mi cuerpo veo deslizarse unos parches de enfermizo, perverso color gris, tal como si surgiera una luz desde adentro. 
Desde afuera supongo que mi torpe aspecto, mi pobre trasladar, ha de dar una sensación de algo que jamás pudo haber sido humano. De un ser cuya apariencia es una tan ridícula caricatura de lo humano que resulta aún más obscena por su muy vago parecido. 
Desde adentro, soledad. Aquí. Viviendo bajo la tierra, bajo el mar, dentro de las entrañas de AM a quien creamos porque nuestras horas se perdían tristemente, pensando tal vez sin darnos cuenta, que sabría hacerlo mejor. Por lo menos ellos cuatro ya están a salvo. 
AM estará cada vez más furiosa al recordarlo. Esto me hace en cierto modo feliz. Y sin embargo… AM ha vencido, simplemente… se ha vengado… 
No tengo boca. Y debo gritar.


FIN

2023/11/13

Todos ustedes, zombies (Robert A. Heinlein)


Título original: All you zombies
Año: 1959


22.17 Tiempo Zona V (TO) - 7 Nov. 1970 - Nueva York - Pop’s Place.
Estaba limpiando una copa de coñac cuando entró la Madre Soltera. Miré la hora: las diez y diecisiete minutos de la noche, tiempo de la zona cinco o tiempo oriental, 7 de noviembre de 1970. Los agentes temporales siempre se fijan en la hora y la fecha. Es nuestra obligación.
La Madre Soltera era un hombre de veinticinco años, no más alto que yo, rasgos infantiles y un carácter susceptible. No me gustaba su aspecto —ni me había gustado nunca—, pero yo estaba aquí para reclutarlo, era mi muchacho. Le obsequié con mi mejor sonrisa de tabernero.
Tal vez soy demasiado crítico. No era un marica. Su mote procedía de lo que él siempre contestaba cuando algún entrometido se interesaba por su vida: 
-Soy una madre soltera -Y si no se sentía demasiado violento, añadía-: A cuatro centavos la palabra. Escribo historias sentimentales.
Cuando se encontraba de mal humor, esperaba a que alguien interviniera. Tenía un estilo mortal de lucha cuerpo a cuerpo, como una mujer policía. Esa era una de las razones por la que yo lo buscaba, aunque no la única.
Ahora parecía bastante bebido y su rostro revelaba que despreciaba a la gente más que de costumbre. Serví en silencio un doble de Old Underwear y dejé la botella al lado. Él vació el vaso y pidió más.
—¿Qué tal le van las cosas a la Madre Soltera? —pregunté mientras limpiaba la barra.
Sus dedos se aferraron al vaso y pensé que estaba a punto de echármelo a la cara. Automáticamente puse una mano sobre la cachiporra que tenía bajo el mostrador. En manipulación temporal se intenta tenerlo todo en cuenta; pero hay tantos factores que nunca se corren riesgos innecesarios.
Vi que se tranquilizaba un poco, ese poco que en la escuela de entrenamiento del departamento te enseñan a vigilar.
—Perdone —dije—. Sólo le pregunto cómo va el trabajo. O qué tiempo hace, para el caso da lo mismo.
—El trabajo va bien —respondió agriamente—. Yo escribo, ellos imprimen, yo como.
Me serví un poco de licor y me incliné hacia él.
—Reconozco que escribe cosas interesantes —dije—. He hojeado algunas. Tiene un toque sorprendente para el ángulo femenino.
Tenía que arriesgarme a ese paso en falso (él nunca había revelado los seudónimos que usaba). Pero estaba muy excitado y sólo se fijó en las últimas palabras.
—¡El ángulo femenino! —repitió, y soltó una risotada—. Sí, conozco el ángulo femenino. Inevitablemente.
—¿Ah, sí? ¿Tiene hermanas?
—No. Si se lo contara, no me creería.
—Bueno, bueno —respondí con suavidad—. Los camareros y los psiquiatras saben que nada es más extraño que la verdad. Mire, hijo, si supiera usted las historias que yo oigo… Bueno, se haría millonario. Increíble.
—¡Usted no sabe qué quiere decir "increíble"!
—¿Ah, no? Nada me sorprende. Siempre he oído cosas peores.
—¿Se apuesta el resto de la botella? —Volvió a reírse.
—Me juego una botella nueva —ofrecí, y la puse sobre la barra.
Hice señas a mi otro camarero para que se ocupara de la clientela. Estábamos en el extremo más alejado de la barra. Era un lugar con un solo taburete y el trozo de barra que había al lado siempre estaba lleno de huevos escabechados y otras tapas para que nadie pudiera sentarse allí. En el otro extremo del mostrador había algunas personas viendo el boxeo por TV y otro cliente ponía discos en la máquina. Estábamos, pues, en un sitio tan íntimo como una cama.
—De acuerdo —empezó—. En primer lugar, soy un bastardo.
—Aquí no hacemos descuento por eso.
—Hablo en serio. Mis padres no estaban casados.
—Nada del otro mundo. Tampoco los míos.
—Cuando… —Se interrumpió y me dedicó la primera mirada afectuosa desde que le conocía—. ¿No bromea?
—No. Soy un bastardo al cien por cien. Y para serle franco, nadie se casa en mi familia. Todos son bastardos. —Le enseñé mi anillo—. Parece de boda, pero lo llevo para que las mujeres no se acerquen. Es una antigüedad que compré en 1985 a un colega. Él lo había ido a buscar a la Creta precristiana. El gusano Ouróboros… La serpiente del mundo que se devora la cola eternamente. Es un símbolo de la Gran Paradoja.
Apenas miró el anillo.
—Si de verdad es usted bastardo —dijo—, ya sabrá lo que se siente. Cuando yo era niña…
—¡Ep! ¿He oído bien?
—¿Quién está contando esta historia? Mire, ¿ha oído hablar de Christine Jorgensen? ¿O de Roberta Cowell?
—¡Oh, oh! ¿Cambios de sexo? ¿Pretende decirme que…?
—No interrumpa ni se me adelante, o no hablaré más. Me abandonaron en un orfanato de Cleveland en 1945, cuando tenía un mes de vida. Cuando era pequeña, envidiaba a los niños que tenían padres. Luego, cuando empecé a conocer el sexo… y créame, Pop, en un orfanato se aprende muy deprisa…
—Lo sé.
—… juré solemnemente que si tenía un hijo este tendría papá y mamá. Eso me mantuvo "pura", toda una proeza estando allí… Tuve que aprender a pelear para seguir así. Luego crecí y comprendí que tenía muy pocas posibilidades de casarme. Por la misma razón que nadie quiso adoptarme.
Frunció la frente.
—Tenía cara de caballo y dientes salientes, era lisa de pecho y de cabellos…
—No está mucho peor que yo.
—¿A quién le importa el aspecto de un camarero? ¿O de un escritor? Pero la gente que desea adoptar quiere pequeños tarados de ojos azules y pelo rubio. Y después, los chicos quieren pechos prominentes, una cara encantadora y un porte que despierte admiración —Se encogió de hombros—. Yo no podía competir. Por eso decidí unirme a la R.A.M.E.R.A.
—¿Qué?
—Significa Red Auxiliar de Mujeres Enfermeras de la Reserva Asistencial, lo que ahora denominan Ángeles del Espacio: Auxiliares de Navegación, Grupo Extraterrestre de Legiones.
Conocía ambos términos. Antes me los sabía de memoria. Todavía usamos un tercer nombre, el de un cuerpo militar de élite también formado por mujeres: Grupo de Urgencia Auxiliar para Reconfortar y Reanimar a los Astronautas. El cambio de vocabulario es la mayor dificultad de los saltos en el tiempo. ¿Sabían que el término 'estación de servicio' se refería hace tiempo a un lugar donde vendían gasolina en pequeñas cantidades? Una vez, cuando cumplía una misión en la Era de Churchill, una mujer me dijo: "Nos veremos en la próxima estación de servicio…" que no es lo que parece, porque (entonces) una 'estación de servicio' no habría tenido camas.
La Madre Soltera siguió hablando:
—Fue cuando admitieron por primera vez que no se podía enviar hombres al espacio por períodos de meses y años enteros sin aliviar la tensión que se producía. ¿Recuerda cuánto chillaron los puritanos? Aquello mejoró mis posibilidades, puesto que las voluntarias escaseaban. Las candidatas debían ser respetables, preferiblemente vírgenes (les gustaba entrenarlas desde el principio), estar mentalmente por encima del término medio y ser emocionalmente estables. Pero la mayoría de las voluntarias eran putas viejas o neuróticas que no iban a durar ni diez días en cuanto salieran de la Tierra. Así que no tuve que preocuparme por mi aspecto. Si me aceptaban, me arreglarían la dentadura y el pelo, me enseñarían a caminar, a bailar, a escuchar a un hombre poniendo rostro de agrado… y me entrenarían, claro, en los deberes fundamentales. Incluso me harían una operación de cirugía plástica si era preciso… Nada es demasiado bueno para nuestros chicos.


»Mejor todavía: Se aseguraban de que no quedaras embarazada durante el tiempo de servicio, y al finalizar el mismo tenías una seguridad casi total de casarte. Es lo mismo que pasa ahora, los A.N.G.E.L.E.S. se casan con astronautas porque conocen bien su oficio.
»Cuando tenía dieciocho años me mandaron a una casa como 'asistenta familiar'. Aquella familia quería simplemente una criada barata. Pero a mí no me importó, ya que no podía alistarme hasta cumplir los veintiún años. Hice trabajos domésticos y asistí a la escuela nocturna… fingiendo que deseaba mejorar mi taquigrafía y mecanografía, aunque en realidad mi única preocupación era mejorar mi atractivo y tener más posibilidades de que me aceptaran en la R.A.M.E.R.A.
»Luego conocí a aquel tipo de la capital y sus billetes de cien dólares —Su mirada volvió a ser ceñuda—. Sí, aquel inútil tenía un montón de billetes de cien. Me los enseñó una noche, me dijo que eran para ayudarme.
»Pero no los acepté. Me gustaba aquel hombre. El primero que se mostraba agradable sin intentar hacer travesuras conmigo. Dejé de ir a la escuela nocturna para verle más a menudo. Fue la época más feliz de mi vida.
»Pero una noche fuimos al parque, y empezaron las travesuras.
—¿Y qué ocurrió? —pregunté al ver que callaba.
—¡No ocurrió nada! Nunca volví a verle. Me acompañó a casa, me dijo que me amaba… me dio un beso de buenas noches y jamás volvió. ¡Si volviera a encontrarle, lo mataría!
—Comprendo sus sentimientos. Pero matarle… sólo por hacer algo que se basa en un instinto natural… Humm… ¿Se resistió usted?
—¿Eh? ¿Qué tiene que ver eso con lo sucedido?
—Bastante. Quizás él se merezca tener los dos brazos rotos por abandonarle, pero…
—¡Se merece mucho más todavía! Espere a que le cuente el resto de la historia. Me las arreglé para que nadie supiera lo que había sucedido y llegué a la conclusión de que todo había sido para bien. En realidad, no le amaba y posiblemente nunca amaría a nadie. Además, estaba ansiosa por entrar en la R.A.M.E.R.A., más ansiosa que nunca. Yo no estaba descalificada, puesto que ya no insistían en que las candidatas fueran vírgenes. Me sentía muy animada.
»No me di cuenta hasta que mis faldas empezaron a quedarse pequeñas.
—¿Estaba embarazada?
—¡Vaya jugarreta me había hecho! Los tacaños con los que yo vivía pasaron por alto mi estado hasta que dejé de serles útil. Después me echaron a patadas y ya no podía volver al orfanato. Acabé en un hospital de caridad, rodeada de grandes barrigas como la mía, y me ocupé de los orinales hasta que me llegó la hora.
»Una noche me encontré en la mesa de operaciones, con una enfermera que me decía: "Relájese. Respire profundamente".
»Cuando desperté estaba en una cama y me sentí entumecida del pecho para abajo. Entonces entró mi médico. "¿Qué tal se encuentra?", me preguntó con aire jovial. "Como una momia", respondí. "Naturalmente. Le hemos vendado como si fuera una momia y le hemos administrado muchos calmantes para mantenerla entumecida. Se pondrá bien… pero una cesárea no es igual que una cutícula inflamada".
»"¿Una cesárea?", dije yo. "Doctor… ¿He perdido el niño?"
»"¡Oh, no! La criatura está muy bien".
»"¿Es chico o chica?"
»"Es una niña muy saludable. Pesa tres kilos".
»Me tranquilicé. Haber tenido una hija es… es importante. En aquel momento pensé irme a alguna parte, convertirme en una 'señora' y dejar que la niña pensara que su padre había muerto. ¡No quería un orfanato para mi hija!
»Pero el médico seguía hablando. "Dígame, señora… eh…" Había olvidado mi apellido… o lo sabía y no quiso mencionarlo. "¿Sabía que su estructura glandular es… muy extraña?"
»"¿Cómo dice? Claro que no lo sabía. ¿Qué pretende decirme?"
»El cirujano no sabía cómo explicarse. "Voy a darle esto y luego le pondré una inyección para que duerma y calme sus nervios. Porque es evidente que va a ponerse nerviosa".
»"¿Por qué?", pregunté.
»"¿Ha oído hablar de ese médico escocés que fue mujer hasta cumplir los treinta y cinco años? Luego fue sometido a una operación quirúrgica y se convirtió, legal y médicamente, en un hombre. Y se casó. No hubo problemas".
»"¿Y eso qué tiene que ver conmigo?"
»"Es lo que pretendo explicarle. Usted es un hombre".
»Traté de incorporarme en la cama. "¿Qué ha dicho?"
»"Tómeselo con calma. Cuando efectué la cesárea me encontré con una confusión de órganos. Mandé llamar al cirujano en jefe mientras sacaba a la niña, y sostuvimos un cambio de impresiones. Usted seguía en la mesa de operaciones, claro está. Hemos estado trabajando varias horas, esforzándonos al máximo con usted. Encontramos dos estructuras orgánicas, ambas inmaduras, pero la femenina estaba lo bastante desarrollada para que usted pudiera tener un hijo. Era algo que no volvería a serle de utilidad, así que la extirpamos y lo dejamos todo de forma que usted, pueda desarrollarse adecuadamente como hombre". Me puso la mano en el hombro. "No se preocupe. Usted es joven, sus huesos se adaptarán, vigilaremos su equilibrio glandular… y haremos de usted un hombre joven".
»Rompí a llorar. "¿Y qué me dice de mi hija?"
»"Bueno, no podrá criarla. Usted no tiene leche suficiente para una recién nacida. Si estuviera en su caso, yo… vería de que la adoptaran".
»"¡No!"
»El médico se encogió de hombros. "La decisión le corresponde a usted, como madre que es de la niña… o como padre. Pero ahora no se preocupe. Lo principal es que usted se restablezca".
»El día siguiente me enseñaron a la niña y la vi a diario… intentando acostumbrarme a ella. Nunca había visto a un recién nacido y no podía imaginarme lo horribles que son. Mi hija me parecía un mono de color anaranjado. Pero estaba resuelta a hacer todo lo necesario por ella. Pasaron cuatro semanas y mis buenas intenciones perdieron todo su significado.
—¿Cómo dice?
—La raptaron.
—¿La raptaron?
La Madre Soltera estuvo a punto de aplastar la botella que nos habíamos apostado.
—La secuestraron… ¡Se la llevaron del hospital! —Hablaba casi sin poder respirar—. ¿Qué le parece? Arrebatarle a un hombre la última razón que le impulsa a vivir…
—Desesperante. Permita que le sirva otro vaso. ¿No hubo pistas de los secuestradores?
—La policía no sacó nada en claro. Alguien se presentó para verla, haciéndose pasar por un tío de la niña. Y se la llevó mientras la enfermera estaba de espaldas.
—¿Anotaron su descripción?
—Un hombre de rostro similar al suyo o al mío. Nada más. Pienso que se trataba del padre de la niña. La enfermera juró que era un hombre mayor, aunque probablemente iba maquillado. ¿Qué otra persona podría robarme a mi hija? Hay mujeres sin hijos que hacen cosas así… pero nadie conoce un solo caso en que el secuestrador haya sido un hombre.


—¿Y qué fue de usted después del rapto?
—Estuve otros once meses en aquel lugar siniestro y sufrí tres operaciones. Al cabo de cuatro meses empezó a crecerme la barba, y me afeitaba con regularidad antes de salir del hospital. Ya no tenía duda alguna de que era un hombre —Sonrió irónicamente—. Incluso me atraían los escotes de las enfermeras.
—Bien, creo que usted superó el trance —opiné—. Aquí está, un hombre normal que se gana bien la vida y sin problemas graves. Además, la vida de una mujer no es nada fácil.
—¡Usted sabe mucho!
—¿Ah, sí?
—¿Ha oído alguna vez la expresión "una mujer destrozada"?
—Bueno… Sí, hace varios años. No significa demasiado en la actualidad.
—Yo estaba tan destrozado como pudiera estarlo una mujer. Aquello fue una bomba que me destrozó por completo… Había dejado de ser una mujer… y no sabía cómo ser un hombre.
—Supongo que es difícil acostumbrarse.
—No tiene ni la más mínima idea. No estoy hablando de aprender a vestirse o de no confundir el lavabo de señoras con el de caballeros. Todos esos detalles los aprendí en el hospital. El problema era cómo vivir. ¿Qué trabajo podía conseguir? Diablos, ni siquiera sabía conducir. No tenía oficio alguno y no podía dedicarme a labores manuales. Tenía demasiadas cicatrices, una piel demasiado blanda.
»Odié a aquel hombre por haber destrozado mi vida, por haber impedido que me presentara a R.A.M.E.R.A. Pero ese odio no surgió hasta que traté de entrar en el Cuerpo Espacial. Una sola mirada a mi vientre bastaba para que me declararan inútil para el servicio militar. El oficial médico perdió algún tiempo conmigo, simplemente por curiosidad. Ya tenía noticias de mi caso.
»En estas circunstancias, cambié mi apellido y me trasladé a Nueva York. Conseguí trabajo como cocinero de segunda, y luego alquilé una máquina de escribir para mecanografiar manuscritos a domicilio… ¡Y qué éxito tuve! En cuatro meses mecanografié cuatro cartas y un manuscrito. Este último era para Historias de la Vida Real y fue un auténtico derroche de papel, pero el imbécil que lo escribió logró venderlo. Y eso me dio una idea.
»Compré un montón de revistas sentimentales y las estudié —Adoptó una expresión cínica—. Ahora ya sabe que ese auténtico ángulo de mujer de mis relatos procede de la historia de una madre soltera… Es la única versión que no he vendido a los editores, la versión real. ¿Me gané la botella?
Le acerqué el licor. Me sentía trastornado, pero tenía un trabajo que hacer.
—Hijo —expuse—, ¿sigue deseando echarle el guante a ese tipo?
Sus ojos parecieron arder. Tenía una mirada salvaje.
—¡Un momento! —dije—. ¿Sería capaz de matarle?
—Haga la prueba —contestó. Y luego sonrió maliciosamente.
—Tómeselo con calma. Conozco este asunto más de lo que usted se piensa. Puedo ayudarle. Sé dónde está él.
—¿Dónde está? —exclamó abalanzándose hacia mí.
—Suélteme la camisa, hijo —dije sin levantar la voz—. O le dejaremos en el callejón y explicaremos a los polizontes que usted se desmayó. 
Le enseñé la cachiporra
—Perdone —Me soltó—. Pero ¿dónde está ese hombre? ¿Y cómo es que sabe usted tantas cosas?
—Todo a su tiempo. Hay muchos archivos… Los del hospital, los del orfanato, los expedientes médicos… La directora de su orfanato era la señora Fetherage, ¿correcto? Después fue sustituida por la señora Gruenstein, ¿correcto? Cuando era mujer, usted se llamaba "Jane", ¿correcto? Y de todo esto no me ha dicho una sola palabra, ¿correcto?
Se quedó sorprendido y un poco asustado.
—¿Qué significa todo esto? —preguntó—. ¿Trata de crearme problemas?
—No, de verdad que no. Sólo trato de ayudarle. Puedo poner en sus manos a ese tipo. Usted podrá hacer lo que mejor le parezca… y le garantizo que no habrá complicaciones de ninguna clase. Pero no creo que lo mate. Sería una actitud propia de un loco… y usted no está loco. En absoluto.
—Basta de charla. ¿Dónde está?
Le serví un poco más de bebida. Estaba borracho, pero la cólera superaba la borrachera.
—No tan deprisa —dije—. Haré algo por usted… si usted hace algo por mí.
—¿Eh? ¿Qué quiere que haga?
—A usted no le gusta su trabajo. ¿Qué le parecería un buen sueldo, un empleo fijo, todos los gastos pagados, siendo usted su único jefe y pudiendo gozar de variedad y aventuras?
—Me parecería algo así como la gallina de los huevos de oro. No diga tonterías, Pop… Ese empleo no existe.
—Muy bien, se lo diré de otra forma. Le entrego al tipo, ajusta cuentas con él y prueba el trabajo que le ofrezco. En el caso de que no reúna las características que he enumerado… bueno, no podré retenerle.
Se tambaleaba. El último trago era el culpable.
—¿Cuándo me traerá a ese hombre? —preguntó con la típica voz del que ha bebido demasiado.
—Si acepta el trato… ¡ahora mismo!
—Acepto el trato. —Y alargó su mano derecha.
Ordené a mi ayudante que vigilara la barra, miré la hora —23.00— y me dirigí hacia la puerta del almacén. En ese mismo instante empezó a sonar ¡Soy mi propio abuelo! en el tocadiscos automático. El encargado de la máquina tenía órdenes para colocar exclusivamente en ella discos clásicos y del folklore americano, puesto que yo no trago la música de 1970. Pero no sabía que aquel disco estaba allí.
—¡Apaga eso! —grité—. Devuelve el dinero al cliente. Voy al almacén. Volveré enseguida.
Y entré en el almacén seguido de la Madre Soltera. Al final del pasillo, frente a los retretes, había una puerta metálica que sólo mi socio y yo podíamos abrir. Y en el interior había otra puerta que daba a una habitación. La única llave disponible estaba en mi poder. Entramos los dos. Mi acompañante miró con ojos nublados por el alcohol aquellas paredes sin ventanas.
—¿Dónde está ese hombre? —inquirió.
—No se impaciente.
Abrí una maleta, el único objeto que había en la habitación. Era una unidad portátil de transformación de coordenadas, serie 1992, modelo II. Una maravilla: Carente de partes móviles, veintitrés kilos de peso a plena carga y construido de modo que pudiera hacerse pasar por una maleta. Yo la había ajustado precisamente aquel mismo día. Todo lo que debía hacer era desplegar la red metálica que limita el campo de transformación. Y así lo hice.
—¿Qué es eso? —preguntó.
—Una máquina del tiempo —contesté y extendí la red a nuestro alrededor.
—¡Hey! —exclamó, y retrocedió.
Existe una técnica para efectuar esta operación. La red debe desplegarse de modo que el sujeto retroceda instintivamente hacia la trama metálica. Y entonces se cierra la red, que envolverá a las dos personas por entero. De otra forma, existiría el riesgo de abandonar en el lugar de origen las suelas de los zapatos o un trozo del pie, o de arrancar parte del suelo. Pero ese es todo el cuidado que se debe tener. Algunos agentes se valen de engaños para que el sujeto entre en la red. Yo me limito a decir la verdad y aprovecho el instante de asombro que sigue para accionar el interruptor. Y así lo hice en aquella ocasión.

10.30 - VI - 3 abril 1963 - Cleveland - Ohio - Edificio Apex.
—¡Hey! —repitió—. ¡Quite esta maldita cosa!
—Lo siento —dije, e hice lo que pedía. La red desapareció y cerré la maleta—. Dijo que deseaba encontrar a ese hombre.
—Pero… ¡Usted me dijo que eso era una máquina del tiempo!
—¿Le parece que estemos en noviembre? —pregunté al tiempo que señalaba una ventana—. ¿O que esto sea Nueva York?
Mientras él se quedaba boquiabierto contemplando la vegetación floreciente y la esplendorosa primavera, volví a abrir la maleta. Saqué un fajo de billetes de cien dólares y comprobé que los números y las firmas fueran compatibles con 1963. Al Departamento Temporal no le importa lo que gastes (ese dinero no cuesta nada) pero no gusta de anacronismos innecesarios. Si cometes demasiados errores, una corte marcial te exiliará por un año en un período poco agradable —1974, por ejemplo— con su racionamiento estricto y trabajos forzados. Nunca cometo ese tipo de errores. El dinero estaba perfectamente.
—¿Qué ha sucedido? —preguntó mi acompañante.
—Él está aquí. Salga y búsquele. Aquí tiene dinero para gastos. 
Le di los billetes y añadí: 
—Ajústele las cuentas. Luego le recogeré.
Los billetes de cien dólares ejercen un efecto hipnótico en una persona que no está acostumbrada a ellos. Los contó con una expresión de incredulidad en el rostro mientras le acompañaba al pasillo. Volví a entrar a la habitación y cerré la puerta con llave. El siguiente salto fue muy fácil, un simple cambio en la misma era.


11.00 - VI - 10 marzo 1964 - Cleveland - Edificio Apex.
Había una nota debajo de la puerta diciendo que mi alquiler expiraba la semana próxima. Por lo demás, la habitación tenía el mismo aspecto que un instante antes. En el exterior, los árboles habían perdido sus hojas y amenazaba con nevar. Debía apresurarme. Cogí dinero de la época, chaqueta, sombrero y abrigo (todo lo había dejado allí en el momento de arrendar la habitación). Después alquilé un coche y fui al hospital. Estuve veinte minutos aburriendo a la enfermera, hasta que pude llevarme a la niña sin que me viera. Volvimos al edificio Apex. El siguiente salto en el tiempo resultó más complicado, ya que el edificio todavía no existía en 1945. Pero ya había tenido en cuenta este detalle.

00:10 - VI - 20 sept. 1945 - Cleveland - Motel Skyview.
La unidad de transformación, la niña y yo llegamos a un motel situado en las afueras de la ciudad. Antes me había registrado como Gregory Johnson, Warren, Ohio. Cortinas, ventanas y puertas estaban cerradas y todo el mobiliario apartado a un lado, de modo que el aparato dispusiera de un cierto margen de error. Siempre corres el riesgo de darte un buen golpe con una silla que no debía estar donde está. Y no por la silla, claro, sino por el retroceso del campo de fuerza.
No hubo ningún problema. Jane dormía profundamente. La saqué del motel, la metí en una caja de cartón y puse ésta en el asiento de un coche que había alquilado antes. Después conduje el vehículo hasta el orfanato, dejé a la niña en las escaleras de entrada y me fui hasta una 'estación de servicio' situada a dos manzanas de distancia. (Recuerden que 'estación de servicio' era entonces el lugar donde vendían gasolina.) Desde allí telefoneé al orfanato y regresé a tiempo para ver cómo recogían a Jane. A continuación volví al motel y abandoné el coche en sus cercanías. Recorrí a pie el trecho que faltaba hasta el edificio y salté en el tiempo hacia 1963.

11:00 - VI - 24 abril 1963 - Cleveland - Edificio Apex.
Este último cambio de año resultó perfecto. La exactitud de estos saltos depende del tramo —tiempo— que recorres, excepto cuando regresas a cero. Si me había equivocado, Jane estaría descubriendo en este momento preciso, en el parque y en una fragante noche primaveral, que ella no era tan buena chica como pensaba. Cogí un taxi para ir a casa de los tacaños y me quedé vigilando en una esquina, acechando en las sombras.
Al cabo de un rato les vi caminando por la calle, muy apretados el uno al otro. Llegaron al porche. Él la cogió por la cintura y se despidió con un largo beso, más largo de lo que yo había imaginado. Luego ella entró en la casa y él se alejó. Me deslicé tras él y le cogí por el hombro.
—Todo ha terminado, hijo —dije—. He vuelto para recogerle.
—¡Usted! —La sorpresa le dejó sin respiración.
—Yo. Ahora ya sabe quién es él… Si medita un poco, también sabrá quién es usted… Y si piensa lo bastante, podrá imaginarse quién es la niña… y quién soy yo.
Estaba temblando sin poder contenerse y no pronunció una sola palabra. Resulta terrible comprobar que no puedes resistirte a que tú mismo te seduzcas. Le llevé hasta el edificio Apex y efectuamos un nuevo salto en el tiempo.

23:00 - VII - 12 ago. 1985 - Base subterránea de las Montañas Rocosas.
Desperté al sargento de guardia, le mostré mi identificación y le ordené que acostara a mi compañero (dándole antes una píldora adecuada) y que tomara sus datos por la mañana. El sargento puso mala cara, pero los galones siempre son los galones, no importa la época. Hizo lo que le había ordenado… pensando, sin duda, que la próxima vez que nos encontráramos él sería coronel y yo sargento. Y es algo que puede suceder perfectamente en nuestro cuerpo.
—¿Cómo se llama? —me preguntó.
Apunté el nombre del nuevo recluta y el sargento enarcó las cejas al leerlo.
—¿Así se llama? Vaya, vaya…
—Cumpla con su deber, sargento. —Luego me volví hacia mi compañero—. Hijo, tus problemas han terminado. Estás a punto de empezar el mejor trabajo que un hombre pueda desear… Y lo harás bien. Lo sé.
—¡Claro que lo harás! —convino el sargento—. Mírame… Nacido en 1917… Aún eres joven y aún gozas de la vida.
Me fui a la sala de saltos y dispuse todo en el cero preseleccionado.

23:01 - V - 7 nov. 1970 - Nueva York - Pop’s Place.
Salí del almacén con una botella de Drambuie para justificar el minuto que había estado ausente. Mi ayudante estaba discutiendo con el cliente que había puesto el disco ¡Soy mi propio abuelo!
—Bueno, ya está bien —dije—. Déjale que lo ponga y luego desenchufas la máquina.
Me encontraba muy fatigado. Es un trabajo duro, pero alguien tiene que hacerlo. Además, en los últimos años, desde el Error de 1972, el reclutamiento es muy difícil. ¿Puede pensarse en algo mejor que coger gente confusa y ofrecerles un trabajo bien remunerado e interesante (aunque sea peligroso) para una causa necesaria? Todo el mundo sabe ahora por qué fracasó la Guerra del Fracaso de 1963. La bomba destinada a Nueva York no hizo explosión y un centenar de detalles no salieron como se había planeado… Todo por culpa de mis semejantes.
Pero ése no es el caso del Error de 1972. Nosotros no tuvimos la culpa… y ya no puede repararse. No hay paradoja que resolver. Una cosa es, o no es, ahora y por los siglos de los siglos, amén. Pero no habrá otro igual. Una orden fechada "1992" tiene prioridad sobre cualquier otro año.
Cerré el bar cinco minutos antes y dejé una carta en la caja registradora, explicando a mi socio que aceptaba su oferta para comprar mi parte del negocio y que se pusiera en contacto con mi abogado, puesto que yo iba a emprender unas largas vacaciones. No sabía si el departamento recibiría o no el dinero, pero les gusta que todas las cosas queden bien arregladas. Me dirigí a la habitación interior del almacén y salté a 1993.

22:00 - 12 ene. 1993 - Edificio anexo de la base subterránea de las Montañas Rocosas - Cuartel general del Departamento Temporal.
Me presenté al oficial de guardia y me dirigí a mi habitación pensando en dormir durante toda una semana. Había cogido la botella de la apuesta (al fin y al cabo, la había ganado) y tomé un trago antes de redactar mi informe. El licor tenía un sabor horrible, y no pude entender por qué aquella marca, Old Underwear, me había gustado en otras ocasiones. Pero era mejor que nada. Pienso demasiado, no me gusta estar tan serio. Pero tampoco me gusta dedicarme a la bebida. Hay personas que ven serpientes. Yo veo personas.
Dicté mi informe: Cuarenta reclutamientos, todos con el visto bueno del Departamento de Psicología, contando con el mío propio (ya sabía de antemano que lo aprobarían. Yo estaba aquí, ¿no?). Luego grabé una solicitud para que se me asignara una misión. Ya estaba harto de reclutar. Eché las dos cintas en la ranura y me fui a dormir.
Mis ojos se fijaron en el Reglamento del Tiempo que estaba sobre mi cama:

Nunca dejes para ayer lo que debas hacer mañana.
Si logras triunfar, no vuelvas a intentarlo.
Una puntada a tiempo salva nueve mil millones.
Una paradoja puede ser modificada.
Es más pronto de lo que piensas.
Los antepasados son simples personas.
Incluso Júpiter cabecea.

Ya no me inspiraban tanto como cuando era recluta. Treinta años subjetivos de saltos en el tiempo llegan a cansarte. Me desvestí y cuando estuve desnudo observé mi vientre. Una cesárea deja una cicatriz enorme, pero ahora tengo mucho vello en el vientre y no la advierto a menos que la busque.
Luego me fijé en el anillo.
La serpiente que devora su propia cola, por los siglos de los siglos… Sé de dónde provengo… ¿Pero de dónde provienen todos ustedes, zombies?
Comenzó a dolerme la cabeza, pero nunca tomo medicamentos para la jaqueca. Es algo que jamás hago. Lo hice una vez… y todos ustedes desaparecieron.
De modo que me arrastré hasta la cama y apagué la luz de un soplo.
Ustedes no están ahí. Nadie existe, sólo yo —Jane—, aquí a solas en la oscuridad.
¡Los extraño tanto!


FIN