Título original: Kindness
Año: 1944
El viento remolineó indolentemente por el rincón y pasó delante del aislado banco en el parque. Atrapó de lleno el periódico en el suelo, volviendo las páginas, recogiendo una parte, y la elevó soplando, llevándosela, dejando a la vista las páginas de historietas cómicas con sus llamativos colores.
Danny avanzó hacia el espacio iluminado por el sol, y sus ojos se posaron en las páginas expuestas de historietas cómicas. Pero era inútil; no hizo esfuerzo alguno para recoger el periódico.
En un mundo donde hasta las historietas gráficas para niños necesitaban ser explicadas, ya no podía existir nada interesante para el último homo sapiens viviente, el último hombre normal en el mundo.
Su pie asestó un punterazo al periódico proyectándolo debajo del banco donde ya no le recordaría sus deficiencias. Hubo un tiempo en que intentó razonar pausadamente sobre los elementos de lógica omitidos y hallar los grados de verdad encubiertos tras aquellas omisiones, lográndolo algunas veces y fracasando con mayor frecuencia; pero ahora lo dejaba todo al pensamiento rápido, intuitivo de aquellos que estaban alrededor de él. Nada resultaba más insípido que una broma que tuviera que ser razonada y expuesta pausadamente.
¡Homo sapiens! El tipo de hombre que había salido de las cavernas y construido un mundo de poder atómico, electrónico y otras maravillas de los tiempos pasados; el hombre pensante, tal como se traducía del latín. En el confuso pasado, cuando sus antecesores fueron dueños del mundo, hicieron un chiste con ello, abreviándolo en "homo savia", y riéndose, porque no existían otras especies para rivalizar con ellos.
Ahora, ya había dejado de ser un chiste. El hombre normal había sido únicamente una savia para el homo intelligens, el hombre inteligente que era ahora el amo del mundo.
Danny era sólo un residuo, un sobrante, el último hombre normal en un mundo de superhombres, odiando el propio hecho de haber nacido, y que su madre hubiese muerto al nacer él para dejarle únicamente como herencia la soledad.
Se reclinó más en el banco al llegar a sus oídos los pasos de una pareja joven, bajándose el ala del sombrero para evitar ser reconocido. Pero pasaron de largo, preocupados por sus propios asuntos, dejando solamente desparramados fragmentos de conversación en sus oídos. Los revolvió en su mente, tratando insensatamente de descifrarlos.
¡Era imposible! Hasta la charla trivial contenía demasiados peldaños de lógica desechados. El homo intelligens tenía un nuevo estilo de pensar, por encima de la razón, donde todos los largos y penosos peldaños de la lógica podían ser saltados instantáneamente. Podían llegar a una imagen correcta del todo partiendo de escasas porciones dispersas de información.
Del mismo modo que en otros tiempos el hombre había inventado la lógica para reemplazar el juicio por el método de tanteos que todos los animales empleaban, así el homo intelligens había aprendido a emplear la intuición. Podían mirar la primera página de un libro de los antiguos tiempos y de inmediato conocer todo su contenido, puesto que los pequeños artificios del autor se conectaban con sus mentes intuitivas y al instante elaboraban todos los eslabones que faltaban.
Ni siquiera necesitaban esforzarse, se limitaban a mirar, y ya sabían. Venía a ser como Newton mirando una manzana caer y de inmediato sabiendo la causa de que los planetas circunvalaran el sol, y comprendiendo las leyes de la gravitación; pero los nuevos hombres lo hacían siempre así, no solamente en aquellos contados intervalos que dieron resultado, en tiempos pasados, para el homo sapiens.
El hombre había desaparecido, sólo quedaba Danny, y él también tenía que abandonar aquel mundo de superhombres. De algún modo, sus planes de evasión debían completarse pronto, antes que se extinguiese el poco valor que le quedaba. Se removió intranquilo, y las moneditas en su bolsillo emitieron un tenue campanilleo. ¡Más benevolencia en forma de terapia laboral!
Durante seis horas al día, cinco días por semana, trabajaba en un minúsculo despacho, haciendo penosamente un trabajo rutinario que probablemente quedaría hecho mucho mejor por máquinas. Oh, sí, ellos le aseguraban que su destreza manual era tan grande como la suya y que les era necesaria, pero él nunca podía estar seguro de nada.
Con su inagotable benevolencia, habían decidido probablemente que era mejor para él vivir tan normalmente como ellos pudieran dejarle vivir, y entonces habían creado el trabajo que encajase con lo que él podía hacer.
Otros pasos se oían bajando el sendero, pero no miró hacia arriba, hasta que las pisadas se detuvieron.
—¡Hola, Danny! No estabas en la biblioteca y miss Larsen me dijo que en día de paga, con buen tiempo y demás, te encontraría aquí. ¿Cómo va todo?
Exteriormente, el cuerpo de Jack Thorpe podía parecer casi gemelo al musculoso de Danny, y la sonriente faz encima del cuerpo no poseía características especiales.
La mutación que cambió al hombre en superhombre había sido interna; una más compleja y más rápida relación de célula cerebral a célula cerebral que no tenía señales exteriores.
Danny inclinó la cabeza a modo de saludo, apartándose algo de mala gana para dejarle sitio a Jack, el hombre que había sido su compañero de juegos cuando ambos eran demasiado jóvenes para que la diferencia importase mucho.
No preguntó el motivo encubierto del conocimiento por la bibliotecaria de sus andanzas; hasta donde él supiera no existía ninguna pauta habitual en su presencia en el parque, pero para los otros tal vez sí. Descubrió que hasta podía sonreír ante la habilidad que demostraban en adivinar sus planes.
—¡Hola, Jack! Creía que estabas en Marte.
Thorpe frunció el ceño, como si precisase hacer un esfuerzo para recordar que el muchacho que tenía a su lado era diferente, y sus palabras contenían el cuidado fraseo empleado por todos aquellos que le hablaban a Danny.
—Aquello ya terminó; ahora se supone que tendré que dirigirme a Venus próximamente. Allá tienen problemas para conseguir una nivelación entre chicos y chicas, ¿comprendes? Pensé que a lo mejor te gustaría venir conmigo. Nunca has estado en el Exterior y fuiste siempre un entusiasta de aquellas viejas narraciones espaciales, si mal no recuerdo.
—Sigo siéndolo, Jack... Pero...
Sabía lo que significaba aquella invitación, naturalmente. Aquellos que se cuidaban de vigilarle entre bastidores habían detectado su creciente descontento, y tenían la esperanza de distraerle el ánimo con aquella oportunidad de ver los lugares que su padre había conquistado en el apogeo de su raza.
Pero no tenía el menor deseo de ver aquellos sitios tal como estarían ahora, repletos con el afanoso laboreo de los nuevos hombres; era mejor imaginarlos como habían sido antes, mucho mejor que ver la realidad,
Y la nave espacial estaba aquí; no podía haber ninguna oportunidad de escapar desde aquellos otros mundos.
Jack asintió rápidamente, con la casi telepática comprensión de su raza.
—Lógico, lógico. Lo que mejor te convenga, compañero. ¿Vas a ir a Las Alturas? Miss Larsen dice que tiene algo para ti.
—Todavía no, Jack. He pensado echarle un vistazo... dejarme caer por el viejo Museo.
—Ah.
Thorpe se incorporó lentamente, cepillándose el traje con dedos ágiles.
—¡Danny!
—¿Sí?
—Probablemente te conozco mejor que ningún otro, compañero, y por consiguiente... — titubeó, encogió los hombres y agregó—: No te has de molestar si saco conclusiones; no hablaré mientras no me toque hacerlo. Te deseo suerte... y adiós, Danny.
Se había ido, casi de repente, dejando a Danny con el corazón en la garganta. Unas pocas palabras, una expresión facial, probablemente algunos recuerdos de la infancia, ¡y tal vez Danny había revelado sus más queridas y secretas esperanzas como si las hubiera gritado en palabras!
¿Cuántos otros conocían ya su interés por la vieja nave del Museo y su plan cuidadosamente elaborado para escapar de aquel mundo benévolo, lleno de caridad y tortura?
Aplastó un cigarrillo bajo el tacón, intentando olvidar aquel pensamiento. Jack había jugado con él siendo niño, y los otros no. Tendría que fundar sus esperanzas en este hecho, y tener más cuidado que nunca en no pensar en su idea cuando estuviesen en torno suyo los otros. Mientras tanto, ¡tendría que permanecer apartado de la nave espacial! Tal vez de este modo el sutil aviso de Thorpe podía actuar en su favor... siempre y cuando Jack hubiese sido sincero en su promesa de guardar silencio.
Danny se esforzó en ahuyentar sus dudas, torvamente consciente de que no se atrevía a perder la esperanza en aquel último intento desesperado de conseguir la independencia y la propia estimación; el otro camino solamente ofrecía desesperanza, irremediable indiferencia, la misma clase de muerte vacía, resultante de un intenso complejo de inferioridad que había asolado a los decrecientes números de su propia clase dejándole a él como último y solitario ejemplar.
De algún modo, había logrado subsistir. En el intervalo de espera, iría a la biblioteca y se cuidaría bien de no acercarse al Museo.
Había un tropel de gente abandonando la biblioteca cuando Danny subía por la escalera mecánica, pero o bien no le reconocieron con el ala de su sombrero muy echada sobre los ojos, o percibieron su deseo de anonimato y simularon no conocerle.
Se deslizó por uno de los corredores menos transitados y se dirigió hacia la sección de Documentos Históricos donde miss Larsen estaba poniendo en orden las cintas grabadas para leer, y se disponía a marcharse.
Pero abandonó rápidamente los estuches al entrar él y alzando el rostro le sonrió, con aquella cálida y cordial peculiar de su grey...
—¡Hola, Danny! ¿Tu amigo dio contigo por fin?
—Sí. Dijo que tenías algo para mí.
—Así es.
Había placer en su rostro al volverse ella hacia la mesa que estaba a su espalda y recoger un pequeño paquete.
Por milésima vez, se sorprendió a sí mismo deseando que ella fuera de su raza y sofocando aquel sentimiento al darse cuenta de cuál sería realmente su actitud, llegado el caso.
Para ella, los breves comentarios acerca del pasado de la raza de Danny eran solamente un tema de interés histórico, sin más. Y él era solamente un estúpido residuo de épocas ya pasadas.
—¿Adivinas lo qué es?
A pesar de todo y contra su voluntad, su rostro se iluminó alegremente, tanto por el juego como por el paquete.
—¡Las revistas! ¿Los ejemplares perdidos de Sendas del espacio?
Solamente poseían en existencia una serie de aquellos relatos y, sin embargo, aquella primera parte había logrado emocionarle como pocas de las otras antiguas narraciones sobre la conquista del espacio por sus antecesores.
Ahora, con los ejemplares que faltaban ya a su disposición, la vida volvería a tener un aliciente durante unas cuantas horas más, mientras siguiese leyendo las hazañas imaginarias de un conquistador que no había conocido el miedo ante mentes más agudas.
—No es exactamente lo que querías, Danny, pero casi, casi. No pudimos localizar los ejemplares que faltaban, pero la semana pasada le entregué a Bryant Kenning los que teníamos y él completó la narración para ti.
Su voz tenía un tono de disculpa.
—Naturalmente las palabras no serán completamente idénticas, pero Kenning jura que el relato es, sin duda alguna, exactamente el mismo en estructura que el original y el estilo ha sido reproducido casi a la perfección.
¡Así de sencillo! Kenning había cogido las primeras páginas de una novela que había supuesto semanas y meses de meditación para algún escritor antiguo y había hallado en ellas la totalidad de la trama, claramente revelada y asimilada al instante.
Probablemente había bastado una noche de tarea para reproducirla. Una aburrida y desagradable tarea, pero nada difícil, sencilla.
Danny no ponía en duda la exactitud del duplicado, puesto que Kenning era el más apto de los novelistas históricos de la nueva humanidad. Pero ya se había disipado el placer que se prometía sacar de la lectura.
Cogió el paquete, observando que hasta algún dibujante había copiado el estilo del antiguo artista, y que estaba dispuesto de modo a imitar el formato original.
—Gracias, miss Larsen. Lamento haber originado tantas molestias. Y ha sido muy atento por parte del señor Kenning.
—Quiso hacerlo... Se ofreció voluntariamente cuando se enteró que estábamos buscando los ejemplos perdidos. Y si hay cualquier otra serie con episodios que no se puedan encontrar, quiere que se lo hagas saber, Danny. Ustedes dos son casi los únicos que hacen uso de esta sección ahora. ¿Por qué no pasas por su casa? Si te gustase ir esta misma noche...
—Gracias, pero he pensado leer todo esto precisamente esta noche. Dígale, de todos modos, que le estoy muy agradecido.
Titubeó, preguntándose nuevamente si se atrevería a pedirle las grabaciones sobre la historia de los asteroides; no, porque corría el gran riesgo de que ella adivinase, o bien al momento, o más tarde. No se atrevía a confiar en nadie de ellos ni siquiera con un indicio de su proyecto.
Miss Larsen sonrió nuevamente, dedicándole un guiño amistoso.
—Muy bien, Danny, ya se lo diré. Buenas noches.
Fuera, con el frío del anochecer que empezaba a insinuarse, Danny, echó a andar por los barrios intransitados y dejó que sus pies le guiasen. En determinado momento, cuando un grupo venía en su dirección, atravesó la calle sin pensarlo y prosiguió adelante.
El paquete bajo su brazo se iba haciendo pesado y lo aupó, atormentado entre el deseo de saber lo que le había sucedido al protagonista y el disgusto contra su propio sapiens cerebro por ignorarlo.
Probablemente, durante aquella larga caminata, acabaría por decidirse a ir a casa y leer el resto de la novela, pero por el momento se contentaba con dejar que sus pies le llevasen sin rumbo fijo, manteniendo la mayor parte de sus pensamientos en estado latente.
Otro pequeño parque se hallaba en su camino y lo cruzó con lentitud, llegándole sólo parcialmente el balbuceo de voces infantiles, hasta que estuvo cerca de ellos, dos niños y una niña. La inspectora que debería encargarse de llevarles de regreso al Centro, era una silueta borrosa en las distantes sombras, con otra silueta más borrosa a su lado, dejando a las tres criaturas de cinco años enzarzadas alegremente en el pasatiempo eterno de ensuciarse lo más posible e impresionarse unos a otros.
Danny se detuvo, y un esbozo de sonrisa fue insinuándose en sus labios. A la edad de aquellas criaturas, su habilidad intuitiva empezaba solamente a desarrollarse, y sus castillos y simulaciones tenían sentido, actuando en él como un tónico.
Vagamente, recordó sus propios amigos de aquella edad comenzando inciertamente a adquirir la maña de parecer saberlo todo y sus preocupaciones para no quedarse atrás. Durante algún tiempo, los circunstanciales relámpagos de intuición que siempre habían favorecido hasta al propio homo sapiens le concedieron alguna esperanza, pero finalmente el inspector se vio obligado a decirle que era diferente, y el por qué era él diferente.
En este momento dio de lado a tales penosos recuerdos y avanzó tranquilamente para participar en el juego.
Le aceptaron con la sencilla indiferencia de criaturas que no tienen represiones, intentando febrilmente construir sus castillos de arena más altos que el suyo; pero en este caso, su experiencia era mayor que la de los niños, y su criterio sobre la humedad de la materia prima era mucho más seguro.
Una perversa chispa de logro, de realización, fue creciendo en su ser interior, mientras iba añadiendo un piso más a la estructura en forma de torreones y construía un puente apuntalado con ramitas y hojarasca, conduciendo al castillo.
Entonces las luces surgieron iluminando la salvadera y a los que estaban en su interior y ahuyentando las sombras del anochecer.
El más pequeño de los dos niños alzó la mirada, viéndole realmente, por vez primera.
—¡Oh, tú eres Danny Black! ¿verdad que sí? He visto tu foto. ¡Juddy, Bobby, miren! Es aquel hombre que...
Pero sus voces fueron extinguiéndose, mientras se alejaba corriendo a través del parque y de nuevo por los caminos desviados, apretando el paquete contra sí.
¡Estúpido! ¡Deleitarse en vencer a chiquillos en un juego sin utilidad! Y encima, sorprenderse de que pudieran conocerle... Aminoró la carrera reduciéndola al paso, crispando los labios ante la idea de que en aquellos momentos la inspectora estaría regañando a los tres niños.
Y sus pies seguían marchando, sin guía.
Era inevitable, lógicamente, que le llevasen al Museo donde se centraban todas sus secretas esperanzas, pero le sorprendió alzar la vista y verse ante dicho edificio. Y luego sintiose contento. Ciertamente ellos no podrían leer nada en su visita impremeditada, y exactamente poco antes de que el lugar cerrase sus puertas. Respiró normalmente, esforzó sus facciones para que adquiriesen expresión de interés puramente casual, y entró avanzando por los largos pasillos hasta la sala de la nave espacial.
Ahí estaba, apuntando levemente hacia el cielo, lisa, bruñida, inmensa aún en una estancia diseñada para aparecer como las distantes extensiones del espacio. Doscientos metros de metal resplandeciente formaban una tersa superficie desde el romo arco hasta la angosta popa con sus azabachados chorros de ion.
Esta era, y Danny lo sabía, la última y más grande de las astronaves que su raza había construido en la cúspide de su gloria. Y ya antes, la mutación que hizo a la nueva raza de hombres fue causada por las radiaciones del profundo espacio, y los resultados estaban extendiéndose.
Durante algún tiempo, como indicaba el cuaderno de bitácora, aquella nave había zarpado hacia Marte, Venus, y los demás puntos del imperio del hombre, mientras la tensión iba lentamente elevándose en la Tierra. Ya no hubo nunca más ninguna otra astronave completamente sapiens proyectada.
Porque la nueva raza iba extendiéndose, haciendo sentir su mayor inteligencia, con el cohete inversor de materia reemplazando al antiguo, y menos eficiente de iones que llevaba el astronave ahí presente.
Eventualmente, incapaz de competir con los nuevos modelos, fue retirada de servicio y almacenada como chatarra, mientras la Guerra entre la nueva y la vieja raza pasaba por encima, enterrándola bajo toneladas de cascotes.
Y ahora, la nave, cuidadosamente excavada de las antiguas ruinas del dique de piedra donde había estado varada por tanto tiempo, fue entronizada y puesta a punto durante el año pasado, allí mismo en el Museo de Historia Sapiente, mientras todas las esperanzas y plegarias de Danny se centraban en torno suyo.
Todavía persistía en él una sensación de temor reverente mientras caminaba lentamente por el suelo alfombrado hacia la abierta compuerta y el interior iluminado.
—¡Danny!
La palabra, súbita, le interrumpió dándole un principio de sensación de culpa, pero se trataba tan sólo del profesor Kirk, y se tranquilizó nuevamente. El viejo arqueólogo acudía a su encuentro, con una sonrisa apenas visible en la media luz de la inmensa bóveda.
—Casi había ya renunciado a verte, muchacho, y me disponía a irme pero por casualidad miré atrás y te vi. He pensado que podrías estar interesado en cierta información que conseguí hoy mismo, precisamente.
—¿Información acerca de la nave?
—¿Qué otra cosa si no? Bueno, entra en la nave y pasemos al salón de fumar. Tengo unos cuantos privilegios en este lugar, y por consiguiente podemos, por el mismo precio, estar cómodos. ¿Sabes una cosa? A medida que me voy haciendo viejo, voy apreciando las ideas sobre la comodidad de tus antecesores, Danny. Viene a ser casi una lástima que nuestra propia cultura sea demasiado nueva para todavía permitirse tal lujo.
De toda la nueva raza, Kirk parecía el más a sus anchas con Danny, en parte debido a su edad, y en parte porque habían compartido el mismo entusiasmo por la gran astronave cuando llegó por vez primera.
Ahora se reclinó en uno de los viejos divanes, haciendo uso de su inmunidad a las normas ordinarias para encender un cigarrillo y pasarle otro al joven.
—¿Recuerdas que todas las provisiones y cosas en la nave nos habían intrigado a ambos y no podíamos encontrar ninguna relación de todo ello? También recordarás que las anotaciones en el cuaderno de bitácora terminaban cuando almacenaron la vieja nave para convertirla en chatarra. Y no podíamos adivinar por qué todo esto había sido restaurado y aprovisionado nuevamente, dejándolo listo para algún largo viaje a alguna parte. Bien, ha surgido a la luz en unas posteriores excavaciones que ellos han terminado, Danny. Tu gente lo hizo durante la Guerra; o mejor dicho, ¡después de que hubieron perdido la Guerra contra nosotros!
Danny irguió la espalda. La Guerra era un período de historia que había soslayado en su pensamiento, aunque conocía lo sucedido en líneas generales.
Con la creciente mayoría de homo intelligens presionando y echando a un lado a la raza vieja por las leyes de la supervivencia, su pueblo hizo un intento final y desesperado para conseguir la supremacía.
Y si bien la nueva raza no había querido la Guerra, se vieron obligados finalmente a defenderse y pelear con tan poca misericordia como para ellos tuvieron; y puesto que poseían la tremenda ventaja del nuevo pensamiento intuitivo, quedaron solamente unos miles de los primeros billones de la vieja raza cuando terminó el breve curso de la Guerra.
Probablemente había sido inevitable, desde la primera mutación, pero era algo sobre lo que Danny prefería no pensar.
Ahora asintió dejando que el otro prosiguiese.
—Tus antepasados, Danny, fueron entonces derrotados, pero no quedaron completamente aplastados y concentraron hasta el último ápice de energía que aún tenían para reconstruir esta nave —la única navegable que les quedaba— y aprovisionarla de nuevo. Se disponían a partir lejos a alguna parte, no sabían dónde muy concretamente, tal vez hacia otro sistema solar, y llevarse a algunos de la antigua raza para emprender una nueva génesis, lejos de nosotros. Fue su último envite para sobrevivir, y fracasó cuando mi pueblo lo supo y desmoronó los muelles de piedra sobre la nave, pero, ¡fue un fracaso glorioso, muchacho! Supuse que te interesaría saberlo.
Los pensamientos de Danny se concentraron lentamente.
—¿Quiere decir que todo lo de la nave es de mi gente? Pero seguramente las provisiones... no habrán permanecido en estado de disfrute tras tanto tiempo...
—Pues, sí; las comprobaciones que hemos llevado a cabo lo han demostrado concluyentemente. Tu pueblo sabía cómo conservar y proteger las cosas al igual que nosotros, y había calculado que tendrían que ir a la deriva quizá durante medio siglo. Todas las provisiones son utilizables durante mil años a partir de ahora.
Tiró su cigarrillo al otro lado de la sala y rió en complacida sorpresa cuando cayó atinadamente en un cenicero.
—Me demoré por acá únicamente para decírtelo y he guardado los documentos allá en la escuela para que los veas. ¿Por qué no vienes conmigo ahora?
—Esta noche, no, señor. Más bien preferiría quedarme aquí un poco más.
El Profesor Kirk asintió, poniéndose en pie con cierta renuencia.
—Como quieras. Comprendo cómo te sientes, y de veras lamento también que trasladen la nave. ¡La echaremos de menos, Danny!
—¿Trasladar la nave?
—¿No lo sabías? Yo pensé que era por esta razón que habías venido aquí a estas horas. La quieren en Londres y van a traer una de las viejas naves Lunares aquí para reemplazarla. ¡Mala suerte!
Tocó el tabique pensativamente, bajando las manos para acariciar la lujosa lanilla del asiento.
—Bien, no estés demasiado tiempo y no te olvides de apagar las luces de la nave antes de irte. Cerrarán el museo dentro de media hora. Buenas noches, Danny.
—Buenas noches, profesor.
Danny permaneció como petrificado en el blando asiento, escuchando la lenta pisada del anciano y el latido de su propio corazón. Iban a trasladar la nave, reduciendo sus planes a jirones, dejándole varado en este mundo de una nueva raza, donde hasta los niños sentían pena por él.
¡Había significado tanto, siquiera sentir que de algún modo, podría escapar, algún día! Impulsivamente, apagó las luces, sintiéndose más unido a la nave en la intimidad de las tinieblas, donde ningún vigilante nocturno pudiera ver su emoción.
Desde hacía un año había centrado su vida en la la idea de llevarse aquella nave fuera y lejos, dejando a la nueva raza en lontananza, muy atrás. Largos, cuidadosos meses de fingimiento como si el trabajo fuera casual, se habían consumido en aprender su estructura, encontrar todos sus compartimientos, y asegurarse mediante un centenar de viejos libros que él podría maniobrarla.
Había sido designada casi para un trabajo así, construida para ser accionada por un solo hombre, aunque fuera un tullido, en una emergencia, y casi todo era automático. Únicamente el problema del punto de destino había persistido, puesto que los planetas formaban como un enjambre, pero también el cuaderno de bitácora de la nave había sugerido la respuesta hasta para este problema.
Hubo una vez hombres ricos entre los de su pueblo, que buscaban novedad y aislamiento, hallándolo entre los asteroides más grandes; dinero y ciencia habían construido para ellos gravitaciones artificiales, dándoles atmósferas potenciadas por instalaciones de energía atómica que debían durar para siempre.
Ahora los hombres ricos indudablemente estaban muertos, y la nueva raza había abandonado por inútiles tales cosas. Seguramente, en algún lugar entre los asteroides, tendría que haber para él un puerto, convertido en sitio seguro precisamente por los numerosos pequeños mundos que desalentarían cualquier intento de persecución y búsqueda.
Danny oyó pasar de largo a un guardián, y lentamente se puso en pie, para salir otra vez a un mundo que ya no contendría ni siquiera aquella esperanza. Había sido un hermoso plan para seguir soñando, un sueño necesario.
Y entonces llegó a sus oídos el sonido de las grandes puertas ¡cerrándose! ¡El Profesor se había olvidado de decirles que él estaba allí! ¡Y por consiguiente...!
Muy bien, de acuerdo, cierto que no conocía la historia de todos aquellos mundos pequeños; tal vez tendría que explorarlos de parte a parte, uno por uno, hasta encontrar un hogar adecuado. ¿Acaso importaba? De cualquier otro modo, nunca podría estar mejor preparado. Sólo por un momento titubeó; luego, sus manos chapucearon con el gran conmutador controlando el cierre de la compuerta, que se deslizó quedamente cerrándose en la oscuridad, aislando el rumor de sus pies corriendo.
Las luces aparecieron silenciosamente cuando encontró la silla de navegación y se desplomó en ella. Pequeñas luces que deletreaban la puesta a punto de la nave.
Nave cerrada...
Aire: Conforme...
Energía: Automática...
Motor: Automático...
Medio centenar de pequeñas luces y aparatos medidores que revelaban la conjunción final de todos los dispositivos de una nave esperando tan sólo el toque de su mano. Movió lentamente la palanca de rumbo a lo largo del pequeño mapa atmosférico hasta que alcanzó la cúspide, el tope de la estratosfera; él mapa de las grandes estrellas se desplazó lentamente hacia fuera, mientras el buril en sus dedos trazaba una línea irregular, dentellada, que le conduciría a alguna parte hacia los asteroides, bien lejos de la actúal posición de Marte, y que a la vez no ofrecería la menor pista.
Más tarde, podría colocar los analizadores de modo que hallasen la posición actual de algún asteroide elegido y determinar su rumbo con más precisión, pero por el momento lo que importaba era salir, escapar, más allá de todo rastreo, antes de que su desaparición pudiera ser señalada.
Segundos después sus dedos presionaron fieramente hacia abajo la palanca principal de fuerza motriz, y se produjo una sacudida seguida de otra más leve al derrumbarse las paredes del Museo ante la fuerza salvaje de los cohetes de iones. En el mapa, un punto diminuto de luz apareció, señalando la posición cambiante de la nave.
El mundo quedaba ahora detrás de él, y ya no había nadie para contemplar sus esfuerzos con benévola compasión ni recordarle su debilidad. Solamente el ignorado destino estaba contra él, y sus antecesores ya hacía tiempo que habían bregado contra dicho destino, conquistándolo.
Un timbre repicó señalando el final de la atmósfera, y el enorme piloto automático empezó a cloquear alegremente, emitiendo ahora un cloqueo más sonoro de vez en cuando al ir hallando las irregularidades en el rumbo poco ortodoxo que había marcado, y al ladearse la nave obligándola a seguirlo.
Danny observaba las maniobras, satisfecho por su buen funcionamiento. Sus antecesores podían haber sido solamente capaces de razonar, pero también habían construído máquinas que eran casi intuitivas, como lo atestiguaba la nave que estaba pilotando. Su cabeza estaba más erguida cuando levantándose se dirigió hacia la cocina y había un poco de fanfarria en su modo de caminar.
La comida estaba todavía en perfectas condiciones. La devoró, mientras iba hojeando lentamente el gran cuaderno de bitácora que registraba los largos viajes efectuados por la nave, buscando a través de cada uno de ellos alguna referencia casual de los asteroides Ceres, Palas, Vesta, algunos de los cuales eran mencionados por apodos o números. ¿Cuáles?
Pero ya había tomado su decisión cuando estuvo de nuevo en el cuarto de navegación, contemplando la inmensa soledad del espacio. Allí afuera, sólo existían los minúsculos y rojizos puntos como cabezas de alfiler al rojo vivo, que debían ser las estrellas, multicolores, pequeñas e intensas, tal como ninguna estrella podía verse a través de la vulgar atmósfera.
Había decidido elegir uno de los planetoides numerados al que también se refería el cuaderno llamándole El danés. La palabra carecía de sentido, pero parecía ser uno de los más recientes donde cualquier búsqueda sería seguramente iniciada en el caso de que pretendiesen hallarle.
Puso en marcha el analizador automático desde el número en clave en el manual y lo contempló durante algunos momentos, pero iba progresando lentamente, rastreando a través de todos los años que habían transcurrido.
Para entretener la espera, jugueteó nerviosamente con los dedos los mandos de la radio, antes de recordar que funcionaba en una longitud de onda y mediante sintonías que ya no se usaban. Tanto mejor; su ruptura con la raza nueva sería así totalmente definitiva.
El analizador seguía seleccionando. El espacio perdió su carácter de novedad, y las operaciones del piloto dejaron de interesarle. Dando media vuelta se dirigió hacia el salón, para recoger el paquete de donde lo había dejado caer y que había olvidado. No tenía otra cosa que hacer.
Y una vez empezó a leer, olvidó sus titubeos ante el hecho de que era la narración de Kenning y no la original; el relato tenía la misma garra, los mismos personajes apasionados y humanos, idénticos impulsos de una raza que había llegado a sentir lo que era el dominio del destino, tantos años atrás.
No cabía asombrarse de que los lectores de aquellos tiempos hubiesen calificado aquel relato como la mayor epopeya espacial jamás escrita.
En determinado momento interrumpió su lectura cuando el analizador, al llegar a sus conclusiones, emitió un suave chirrido al ir ajustando las verificaciones del mando automático para situarlo en singladura hacia el pequeño mundo que podría ser, con suerte, su hogar.
Y entonces la nave siguió un curso fijo, ya no más en derrotero de exploración, sino siguiendo la senda levemente encurvada que los selectores habían estipulado como la más conveniente, mientras Danny proseguía en su lectura, acurrucado sobre la novela en su silla de navegante, sintiendo una nueva y mayor afinidad con los personajes de la narración.
Ya no era más un pobre caso de terrícola merecedor de caridad y benevolencia. ¡Era un hombre, era un aventurero como los del relato que estaba leyendo!
Sus nervios hormigueaban cuando la novela llegó a su fin, y la dejó caer al suelo abriendo los dedos cansados. Bajo su mano, una luz acababa de esconderse pero, en su abstracción, ni se dio cuenta, hasta que un resonante gongo repercutió en la cabina, haciéndole saltar en pie, arrastrándole de la silla. La peculiar sonoridad de aquel gongo estaba descrita en la novela...
Y el significado era el mismo. Sus ojos se posaron en las letras rojas que resplandecían acusadoras desde el panel de mandos:
RADIACIÓN A LAS DIEZ HORAS HORIZONTE ¡NAVE A LA VISTA!
Los dedos de Danny ya estaban en el conmutador principal cortando toda vida, excepto la pseudogravedad en la nave, mientras penetraba en su mente el significado del mensaje emitido por su detector de alarma.
La otra nave no era difícil de localizar desde la ventana de observación; la gran franja en estela del cohete de reversión destellaba vehemente a lo lejos, aparentemente con rumbo hacia la Tierra... ¡Era probablemente el Calixto!
Por un segundo estuvo seguro de que ya le habían localizado, pero aquel flamear de la llama debió ser únicamente una corrección mínima de ajuste, ya que ahora proseguía, pero alejándose.
No tenía conocimientos de las nuevas naves ni sabía si llevaban señalizaciones de aviso, pero aparentemente era de suponer que estarían provistos de tales adminículos. La estela llameante se desvaneció en la lejanía, y las letras del recuadro que habían dado la alarma, se apagaron.
Danny aguardó hasta que la máxima amplificación de las baterías del aparato de alarma no dio la menor respuesta y sólo entonces puso nuevamente en marcha el motor de propulsión. El escaso resplandor del cohete de iones sería, sin duda alguna, invisible a tanta distancia.
A continuación ya nada anormal pareció presentarse; hubo un ronroneo complacido procedente del piloto y el tenue zumbido soñoliento del chorro propulsor a popa, pero nada de timbres ni repentinos ruidos.
Lentamente su cabeza fue cayendo hacia adelante hasta reposar sobre el tablero de navegante, y su honda respiración rítmica se mezcló con los rumores sordos de la cabina. La nave siguió en su cometido, cumpliendo con la finalidad para la cual había sido elaborada. Su rumbo ya estaba trazado en el diagrama, y también la antigua operación de toma de tierra. Por consiguiente ya no precisaba de más atención.
Esto quedó demostrado cuando el modulado carillón de un timbre despertó a Danny, mientras aparecía en el tablero el parpadeo luminoso avisando:
¡Destino! ¡Destino! ¡Alcanzado Punto de Destino!
Fue cerrando todos los conmutadores y palancas, frotándose los ojos para despejarse, y miró hacia afuera. Encima, había una tenue pero cálida luz de sol procedente de un cielo azulado que contenía unas pocas nubes suspendidas cerca del suelo.
Más allá de la nave, que yacía en un campo de aterrizaje abandonado y arenoso, estaba el verdor de la hierba y la indómita prodigalidad de un bosque. El horizonte descendía bruscamente, recordándole que era sólo un mundo pequeño, pero por lo demás podría haber sido la Tierra.
Localizó un cobertizo con indicios de largo abandono y aplicó el mínimo de potencia a los reactores inferiores, probándolos, hasta que hicieron avanzar lentamente la nave llevándola hacia adelante y al interior, fuera de la vista de quienquiera en la inmensidad que se extendía por encima.
Y se precipitó hacia la compuerta, manipulando ansiosamente la rueda-palanca. Al abrirse, pudo oler la limpia fragancia de las cosas en cultivo creciente, y por las cercanías se oía el piar de pájaros.
Un conejo saltó despreocupadamente casi bajo sus pies mientras él avanzaba casi a tropezones, anhelosamente, por el exterior, bajo la luz del sol. Hierbajos y matorrales, lianas trepadoras y toda clase de vegetación habían ya alcanzado un gran desarrollo recubriendo las dos edificaciones de los contornos.
Por un momento, muy breve, suspiró; había sido demasiado fácil aquel descubrimiento de un paraíso al primer intento, casi a ciegas.
Pero la visión de los edificios ahuyentó la duda. Hubo un tiempo en que aquel edificio, rodeado por un presuntuoso jardín, fue una gran mansión de piedras sillares, ahora cayéndose en ruinas. Junto a ella y más lejana a donde él estaba, había sido construida una casa más pequeña, aparentemente aprovechando los despojos. Esta casa estaba todavía intacta, aunque la yedra había crecido y a medias recubría la puerta que se abrió al toque de sus dedos.
Todavía tenían un tenue brillo los calefactores que extraían energía de la gran planta atómica que daba a aquel pequeño mundo un perpetuo parecido de Terrenidad, pero una capa de polvo se esparcía por doquier. No obstante, el mobiliario y accesorios estaban en buenas condiciones. Fue escudriñándolos, identificando algunas piezas como similares a las existentes en el Museo y como productos de su raza.
Una por una las estudió... ¡eran su fortuna, y ahora su hogar! En la mesa, un libro estaba colocado en forma casual, y contra el lomo había una cuartilla con lo que parecía ser la caligrafía elemental de una muchacha.
La curiosidad le hizo acercarse, hasta que pudo dilucidarla a través del polvo que aún quedaba tras haber sacudido la cuartilla.
Papá:
Charley Summers encontró una nave derribada por aquellos seres y vino a buscarme. Estaremos viviendo por las alturas entre 13-22. Ven con nosotros, si tus reactores lo permiten, y así conocerás a tu yerno.
No había firma, ni fecha, nada que indicase tampoco si "Papá" había regresado o que pudo sucederles a ellos tres.
Pero Danny dejó nuevamente la cuartilla sobre la mesa, casi con reverencia, mirando al exterior a lo largo de la pista de aterrizaje como si fuera a divisar una baqueteada y vieja nave arrastrarse por medio del breve crepúsculo que estaba cayendo sobre el diminuto mundo.
"Aquellos seres" podían solamente ser los de la nueva raza, tras la Guerra; lo que significaba que ésta era la última avanzada de su propio pueblo. La nota podía tener una antigüedad de diez años o de media docena de siglos... pero su gente había estado aquí, peleando, siguiendo en la lucha y componiéndoselas para vivir, después de haber perdido la Tierra. Y si ellos pudieron, ¡también él!
Y por más inverosímil que pudiera parecer, cabía la posibilidad de que hubiera algunos de los suyos ahí fuera, en alguna parte. Tal vez la raza sobrevivía pese al tiempo transcurrido, a los problemas y al propio homo intelligens.
Los ojos de Danny estaban húmedos cuando retrocedió, alejándose de la puerta y de la oscuridad exterior, para empezar la limpieza de su nuevo hogar. Si quedaba alguno de los suyos, ya los encontraría. Y si no...
Bueno, de todos modos él seguía siendo un miembro de una gran raza intrépida que nunca conocería la derrota mientras tanto un solo hombre sobreviviese.
Esto siempre lo tendría presente. Nunca lo olvidaría.
Allá en la Tierra, Bryant Kenning cabeceó afirmativo hacia el pequeño grupo mientras devolvía el auricular a su engarce. En sus ojos había cierta melancolía, pese a la sonrisa que suavizaba sus facciones.
—Ya regresó la nave exploradora del Director, y en efecto, eligió El danés. Pobre chico... Había empezado a temer que esperamos demasiado tiempo, y que nunca lo conseguiría. Otros seis meses y hubiese muerto como una flor privada de sol. Sin embargo estuve seguro que daría resultado cuando Miss Larsen me enseñó aquella novela, con sus míticos planetoides paradisíacos. Una novela bastante inteligente, si les gusta la seudohistoria. Espero que la que yo preparé, la igualara.
—Por lo que se refiere a la inexactitud histórica, la igualaba plenamente.
Pero la diversión latente en la voz del viejo profesor Kirk no alcanzaba sus labios ni sus ojos.
—Bien... Se tragó nuestras mentiras y huyó con la nave que le construimos... Espero que ahora sea feliz, por lo menos durante el tiempo que le queda.
Miss Larsen reunió sus cosas y se dispuso a salir.
—¡Pobre chico! Era agradable, de un modo algo patético. Ojalá aquella chica que estuvimos aleccionando hubiese resultado mejor; entonces quizá no habría sido necesario recurrir a este procedimiento. ¿Me acompañas hasta casa, Jack?
Los dos hombres de más edad vieron salir a Larsen y Thorpe. El silencio y el tabaco llenaron la habitación. Finalmente, Kenning se encogió de hombros y se ladeó para dar frente al profesor.
—En estos momentos ya habrá hallado la nota. Me pregunto si fue una buena idea después de todo. Cuando la encontré por vez primera en aquella vieja novela, estaba pensando en la información preliminar de Jack sobre el planetoide número 67... Pero ahora, no sé... Sigue siendo una cantidad desconocida. Me refiero a su bondad, su benevolencia.
—¡Bondad, benevolencia! Para compensar con unos pocos millones de abonos a crédito y unas pocas miles de horas de trabajo más una mentira de vez en cuando... ¡todo lo que le debemos a la raza del muchacho!
La voz le sonaba fatigada mientras vaciaba su pipa en un incinerador, y poniéndose en pie se dirigía hacia el gran ventanal que daba una panorámica del cielo nocturno.
—Algunas veces me pregunto, Bryant, qué benevolencia encontró el último superviviente de la raza anterior a la del Neanderthal. Y también me agradaría saber si la raza que seguirá a la nuestra, cuando las tinieblas caigan sobre nosotros, dispondrá de algo mejor que de una benevolencia de esta índole.
El novelista meneó la cabeza dubitativo, y nuevamente se hizo el silencio al mirar los dos hacia el infinito y las estrellas.
FIN
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