2024/06/24

La Máquina se detiene (F. M. Forster)


Título original: The Machine Stops
Año: 1909


I: La aeronave
Imagine si puede, una pequeña habitación de forma hexagonal, como la celda de una abeja. No está iluminada ni por ventanas ni por lámparas, sin embargo la inunda un suave resplandor. No tiene aberturas para ventilarla, y aun así el aire es fresco. No hay instrumentos musicales, pese a esto, al momento de comenzar mi relato el cuarto vibraba con una música melodiosa. Hay un sillón en el centro y junto a este una mesa de lectura. Esos son los únicos muebles y en este sillón se sienta un bulto arropado de carne; una mujer de un metro y medio de alto, con la cara pálida como un hongo. A ella es a quien pertenece esta habitación.
Sonó un timbre eléctrico.
La mujer presionó un interruptor y la música se detuvo.
"Supongo que debo ver quien es", pensó, y puso su silla en movimiento. La silla, como la música, era accionada por una máquina que la desplazó hacia el otro lado de la habitación donde el timbre todavía sonaba de forma inoportuna.
-¿Quién es? -exclamó. Su voz estaba crispada, había sido interrumpida en varias ocasiones desde que la música comenzara. Ella conocía a varios miles de personas; en algunos sentidos, la interacción humana había avanzado mucho.
Pero cuando escuchó por el receptor, su rostro blanco dejó dibujar una sonrisa entre sus arrugas, y dijo:
-Muy bien. Hablemos. Voy a ponerme en aislamiento. No espero que ocurra nada importante por los próximos cinco minutos, así que puedo darte cinco minutos completos, Kuno. Luego debo impartir mi conferencia sobre la música en el periodo australiano.
Accionó la perilla de aislamiento, para que nadie más pudiera hablarle. Luego tocó el aparato de iluminación, y la pequeña habitación se hundió en la oscuridad.
-Date prisa -exclamó, otra vez con irritación-. Date prisa Kuno, estoy aquí en la oscuridad perdiendo mi tiempo.
Pero transcurrieron 15 largos segundos antes de que la placa redonda que sostenía en sus manos comenzara a brillar. Una tenue luz azul se disparó a través de la misma, oscureciéndose hasta ponerse violeta, y entonces la mujer vió la imagen de su hijo, que vivía al otro lado de la tierra, y él pudo verla a ella.
-Kuno, que lento eres -Ella sonrió severamente.
-Te he llamado antes, madre, pero siempre estabas ocupada o en aislamiento. Tengo algo especial que contarte.
-¿De qué se trata, querido niño? Apresúrate. ¿Por qué no lo has enviado por correo neumático?
-Porque prefiero decir estas cosas. Quiero…
-¿Y bien?
-Quiero que vengas a verme.
Vashti contempló su rostro en la placa azul.
-¡Pero puedo verte! -exclamó-. ¿Qué más quieres?
-Quiero verte, no a través de la Máquina -respondió Kuno-. Quiero hablarte, no a través de esta triste máquina.
-¡Oh, cállate! -dijo su madre, levemente azorada-. No debes decir nada en contra de la Máquina.
-¿Por qué no?
-Uno no debe.
-Hablas como si Dios hubiera creado la Máquina -exclamó el otro-. Creo que le rezas cuando estás triste. Los hombres la han creado, no olvides eso. Grandes hombres, pero hombres al fin. La Máquina es mucho, pero no lo es todo. Veo algo parecido a ti en esta placa, pero no te veo a ti. Oigo algo parecido a ti en este teléfono, pero no te escucho a ti. Por eso quiero que vengas. Ven a visitarme, para que podamos vernos cara a cara y hablar de los anhelos que tenemos en nuestras mentes.
Ella contestó que era muy difícil que pudiese disponer del tiempo para una visita.
-A la aeronave le toma unos escasos dos días para volar desde donde estás hasta aquí.
-No me gusta la aeronave. Me desagrada ver la horripilante tierra marrón, y el mar, y las estrellas cuando está oscuro. No me vienen ideas cuando estoy en la aeronave.
-Yo no las tengo en ningún otro lado.
-¿Qué tipo de ideas te puede traer el aire? 
Él se detuvo por un instante.
-¿Conoces esas cuatro grandes estrellas que forman una figura oblonga, y tres estrellas muy cercanas entre sí que están en el medio de esta figura, y colgando de estas tres estrellas otras tres?
-No, no las conozco. Me desagradan las estrellas. ¿Pero acaso te dieron alguna idea? Que interesante. Cuéntame.
-Tuve la idea de que eran como un hombre.
-No te entiendo.
-Las cuatro grandes estrellas son los hombros y las rodillas. Las tres estrellas del medio son como los cinturones que alguna vez usaron los hombres, y las tres estrellas que cuelgan de ahí parecen una espada.
-¿Una espada?
-Los hombres llevaban espadas con ellos, para matar animales y a otros hombres.
-No me parece una muy buena idea, pero ciertamente es original. ¿Cuándo se te ocurrió?
-En la aeronave.
Su voz se quebró, y ella creyó verlo triste. No podía estar segura, porque la Máquina no transmitía los detalles de la expresión. Sólo daba una idea general de las personas; una idea que era suficiente para todo propósito práctico, según pensaba Vashti. El resplandor imponderable, que un desacreditado filósofo postuló como la verdadera esencia de la interacción humana, era correctamente ignorado por la Máquina, de la misma manera que la frescura imponderable de la uva era ignorada por los fabricantes de frutas artificiales. Algo suficientemente bueno había sido aceptado por nuestra raza hacia ya mucho tiempo.
-La verdad es -continuó Kuno- que quiero ver estas estrellas de nuevo. Son estrellas curiosas. No quiero verlas desde la aeronave, sino desde la superficie de la tierra, como hicieron nuestros antepasados miles de años atrás. Quiero visitar la superficie de la tierra.
Ella quedó azorada nuevamente.
-Madre, debes venir, aunque sólo sea para explicarme que hay de malo en querer visitar la superficie de la tierra.
-No hay nada de malo -respondió, tratando de controlarse a sí misma-. Pero tampoco nada bueno. La superficie de la tierra es sólo polvo y barro, no hay beneficio alguno, no queda vida sobre ella, y necesitarías un respirador, o el frio del aire exterior podría matarte. Uno muere inmediatamente en el aire exterior.
-Lo sé; por supuesto que tomaré todas las precauciones.
-Y por otro lado...
-¿Sí?
Lo consideró por un momento, y eligió con cuidado sus palabras. Su hijo tenía un extraño temperamento, y ella quería disuadirlo de su expedición.
-Es contrario al espíritu de nuestra era -afirmó. 
-¿Quieres decir con eso, contrario a la Máquina?
-En cierto sentido sí, pero...
La imagen en la placa azul se desvaneció. 
-¡Kuno!
Él se había puesto en aislamiento.
Por un momento Vashti se sintió sola.
Luego encendió la luz, y el paisaje de su habitación, inundado de brillantez y atiborrado de botones eléctricos, la reconfortó. Había botones e interruptores por todos lados; botones para pedir comida, música, vestidos. Había un botón para pedir un baño caliente, que al presionarlo hacia surgir del suelo una bañera de mármol rosado (de imitación) repleta hasta el borde con un cálido y desodorizado líquido. Estaba el botón de baño frio. Estaba el botón para obtener literatura. Y estaban por supuesto los botones por los cuales se comunicaba con sus amigos. Pese a que la habitación no contenía nada, la ponía en contacto con todo lo que a ella le importaba en el mundo.


El siguiente paso de Vashti fue apagar el interruptor de aislamiento, y la acumulación de todos los eventos de los últimos tres minutos llovieron sobre ella. El cuarto se llenó de sonidos de timbres, y tubos parlantes. ¿Como era la nueva comida? ¿Ella la recomendaría? ¿Había tenido alguna idea últimamente? ¿Podía uno contarle su propias ideas? ¿Sería posible solicitar que visitase los albergues infantiles públicos en algún momento, digamos este día-mes?
A todas estas preguntas ella respondió con irritación, una cualidad cada vez más desarrollada en esta era acelerada. Contestó que la nueva comida era horrible. Que no podía visitar los albergues públicos porque tenía otros compromisos. Que no había tenido ideas propias pero que le acababan de contar una sobre cuatro estrellas y tres en el medio que formaban un hombre, pero dudaba de que hubiera algo de valor en la misma.
Luego apagó a sus solicitantes porque era momento de su conferencia sobre música australiana. El torpe sistema de encuentros públicos había sido abandonado hace tiempo; ni Vashti ni su audiencia se movían de sus habitaciones. Habló sentada desde su sillón, mientras ellos la escuchaban y veían bastante bien desde sus propios sillones. Ella comenzó con un gracioso recuento de la música en los tiempos pre Mongoles, y prosiguió relatando la gran explosión del canto que sobrevino a la conquista china. Distantes y primales como eran los métodos de San-So y la escuela de Brisbane, ella sentía (eso dijo) que el estudio de la misma podía ser un gran aporte para los músicos actuales: Tenían cierta frescura y, por sobre todo, ideas. Su conferencia, que duró unos diez minutos, fue bien recibida, y al finalizarla, ella y su audiencia escucharon otro discurso sobre el mar; sobre ideas que podían engendrarse a partir del mar. El disertante se había aprovisionado de un respirador y lo había visitado recientemente. Luego vashti se alimentó, habló con varios amigos, tomó un baño, habló nuevamente, y después pidió su cama.
La cama no estaba a su gusto. Era demasiado grande y ella tenía el capricho de una cama pequeña. Quejarse era inútil, todas las camas eran del mismo tamaño en todo el mundo, y tratar de tener una medida alternativa hubiese implicado hacer descomunales alteraciones a la Máquina. Vashti se puso en aislamiento -era necesario, porque ni la noche ni el día existían bajo tierra- y repasó todos los sucesos acontecidos desde la última vez que pidió su cama. ¿Ideas?: Apenas algunas. Sucesos: ¿Acaso era un suceso la invitación de Kuno?
A su lado, en la pequeña mesa de lectura, se encontraba un vestigio de la era de la basura: Un libro. Este era el libro de la Máquina. En el estaban las instrucciones para cualquier posible contingencia. Si se sentía con frio o calor o dispéptica o no recordaba alguna palabra, recurría al libro, y este le indicaba que botón presionar. El Comité Central lo había publicado, y de acuerdo con un hábito ampliamente divulgado, estaba finamente encuadernado.
Sentándose sobre la cama, lo tomó reverentemente en sus manos. Miró alrededor del cuarto resplandeciente como si alguien la estuviera observando. Luego, medio avergonzada, medio alegre, murmuro:
-¡Oh Máquina! ¡Oh Máquina! -y llevó el libro a sus labios. Tres veces lo besó, tres veces inclinó la cabeza, tres veces sintió el delirio de la aquiescencia. Llevado a cabo su ritual, abrió el libro en la página 1367, donde estaban indicados los horarios de partida de las aeronaves desde la isla del hemisferio sur, bajo la cual vivía, hacia la isla del hemisferio norte, bajo la que vivía su hijo. "No tengo tiempo", pensó.
Oscureció la habitación y durmió; se despertó e iluminó la habitación, comió e intercambió ideas con sus amigos, escuchó música y asistió a conferencias; oscureció su habitación y durmió. Sobre ella, debajo de ella, alrededor de ella, la Máquina zumbaba eternamente; ella no se percataba del ruido porque había nacido con él en sus oídos. La tierra que la soportaba, zumbaba mientras se desplazaba a través del silencio, rotando en un momento hacia el sol invisible, y en otro a las estrellas invisibles. Se despertó e iluminó su habitación.
-¡Kuno!
-No hablaré contigo -respondió él- hasta que vengas.
-¿Has visto la superficie de la tierra desde la última vez que hablamos?
La imagen de kuno se desvaneció.
Nuevamente consultó su libro. Nerviosa, se recostó en su silla palpitando. Imagínenla sin dientes ni pelo. En ese momento dirigió su silla hacia la pared y presionó un botón poco familiar. La pared se desplazó lentamente. A través de la abertura vio un túnel que doblaba ligeramente hacia la derecha de manera tal que no se podía ver el final. Si decidía ir a ver a su hijo, este era el comienzo de su viaje.
Por supuesto que ella sabía todo lo relativo al sistema de comunicación. No había ningún misterio en eso. Podría solicitar un autoýyýýtravés del túnel hasta el elevador que comunicaba con la estación de aeronaves; este sistema había estado en uso por mucho, mucho años, mucho antes de la implementación universal de la Máquina. Y por supuesto, ella había estudiado la civilización inmediatamente anterior a la suya, la civilización que había confundido la función del sistema, y lo usaba para llevar la gente hacia las cosas, en lugar de traer las cosas hacia la gente. Esos pintorescos días de antaño, cuando los hombres subían para cambiar el aire, ¡en vez de cambiar el aire de sus cuartos! A pesar de esto, a ella le aterraba el túnel; no lo había visto desde el nacimiento de su último hijo. Doblaba pero no como ella lo recordaba; era brillante, pero no tanto como un disertante había sugerido. Vashti fue invadida por los terrores de la experiencia directa. Se echó atrás de vuelta a la habitación, y la pared se cerró nuevamente.
-Kuno, no puedo ir a verte. No estoy bien.
Inmediatamente un colosal aparato cayó desde el techo hacia ella y un termómetro fue puesto sobre su pecho. Yacía impotente en su silla. Unas almohadillas frías aliviaban su frente. Kuno había telegrafiado a su médico.
De esta manera las pasiones humanas todavía eran movidas de un lado a otro por la Máquina. Vashti tomó la medicina que su médico puso en su boca, y la máquina se retiró por el techo. Se escuchó la voz de Kuno preguntando cómo se sentía.
-Mejor -Luego con irritación-: ¿Pero por qué no vienes tú a verme?
-Porque no puedo dejar este lugar.
-¿Por qué?
-Porque en cualquier momento algo terrible puede acontecer.
-¿Has estado en la superficie de la tierra?
-Todavía no.
-¿Entonces qué ocurre?
-No te lo diré a través de la Máquina.


Ella continuó con su vida. Pero no podía dejar de pensar en Kuno cuando era un bebe, su salida de la guardería pública, la visita que ella le hizo allí, las visitas que él le hizo a ella; visitas que terminaron cuando la Máquina le asigno un cuarto al otro lado de la tierra. "Las obligaciones de los padres", decía el libro de la Máquina, "terminan al momento del nacimiento. P.422327483". Cierto, pero había algo especial en Kuno -en realidad había habido algo especial con todos sus hijos- y después de todo, ella debía juntar valor para emprender el viaje, si así lo deseaba. Y "Algo terrible puede acontecer" ¿Qué significaba eso?
Sin duda los disparates de un hombre joven, pero aún así debía ir. Nuevamente presionó el botón poco familiar, nuevamente la pared se desplazó y ella vio el túnel doblar más allá de su vista.
Aferrándose al Libro, se levantó, se tambaleó hacia la plataforma y llamó a un automóvil. Cuando se lo indicó este se detuvo, y se tambaleó hasta el elevador. Había otro pasajero, la primera criatura que veía cara a cara en meses. Pocos viajaban en esos días porque, gracias al avance de la ciencia, la tierra era exactamente igual en todos lados. El intercambio veloz, del cual la civilización anterior estaba orgulloso, había terminado por derrotarse a sí mismo. ¿Cuál era el sentido de ir a Pekín cuando este era igual a Shrewsbury? ¿Por qué regresar a Shrewsbury cuando todo sería igual a Pekín? Los hombres rara vez movían sus cuerpos: Todo el movimiento estaba concentrado en el alma.
El servicio de aeronaves era una reliquia de una edad anterior. Se lo mantenía activo porque era más sencillo conservarlo que desmantelarlo o descuidarlo, pero ahora excedía los deseos de la población. Nave tras nave surgirían del vomitorio de Rye o Christchurch (utilizando los nombres de antaño), navegarían hacia el congestionado cielo, y se detendrían en los muelles del sur vacías. Tan finamente sincronizado estaba el sistema, tan independiente del estado meteorológico, que el cielo, estuviese calmo o cubierto, parecía un gigantesco caleidoscopio donde los mismos patrones eran dibujados una y otra vez. La nave en la que Vashti viajaba partía a veces al atardecer y otras al amanecer. Pero siempre, mientras pasaba sobre Rheas, volaría a un lado de la nave que cubría el tramo entre Helsingfors y los Brasiles, y cada tercera vez que sobrevolaba los Alpes, la flota de Palermo cruzaría justo detrás de ella. Día y noche, viento y tormenta, mareas y terremotos, ya no presentaban un obstáculo para el hombre. Se había dominado al Leviatan. Toda la antigua literatura, con su elogio a la naturaleza, y su temor a la naturaleza, sonaba falsa como el balbuceo de un niño. Sin embargo, mientras Vashti contemplaba el largo flanco de la nave, marcado por el contacto con el aire externo, su terror a la experiencia directa regresó. No se veía como la aeronave del fotocine.
Por un lado olía, no era un olor fuerte o desagradable, pero olía, y con los ojos cerrados ella debió saber que esta cosa nueva estaba cerca de ella. Luego debió caminar hacia la nave desde el elevador, debió soportar las miradas de los otros pasajeros. El hombre frente a ella dejó caer su Libro; nada grave, pero los incomodó a todos. En las habitaciones, si el Libro caía, el piso lo elevaba mecánicamente, pero el pasadizo que llevaba a la aeronave no estaba preparado para tal fin, y el sagrado volumen permaneció inmóvil. Se detuvieron -era algo imprevisto- y el hombre, en lugar de recoger su propiedad, sintió los músculos de su brazo para ver por qué le habían fallado. Luego alguien dijo dirigiéndose a ellos directamente: "Llegaremos tarde", y se apresuraron a bordo, Vashti pisoteo las páginas mientras lo hacía.
Dentro de ella, la ansiedad se incrementaba. Los arreglos eran anticuados y rústicos. Incluso había una asistente femenina a la que había que comunicarle las necesidades durante el viaje. Por supuesto, una plataforma móvil cruzaba a lo largo de la nave, pero se esperaba que ella caminara desde la misma a su camarote. Algunos de los camarotes eran mejores que otros, y ella no obtuvo el mejor. Pensó que la asistente no había sido justa, y pequeños temblores de furia la sacudieron. La compuerta de cristal se cerró, y ya no hubo vuelta atrás. Contempló, al final del vestíbulo, el elevador por el que había ascendido subir y descender suavemente, vacío. Debajo de esos corredores de paneles brillantes había habitaciones, capa tras capa, hundiéndose en las profundidades de la tierra, y dentro de cada habitación había un humano sentado, comiendo, durmiendo o produciendo ideas. Y enterrada en lo profundo de la colmena estaba su propia habitación. Vashti tenía miedo.
-Oh, Máquina! -murmuró, y acariciando su Libro se sintió reconfortada.
Luego las paredes del vestíbulo se fundieron, como los imágenes que vemos en los sueños, el elevador se desvaneció, y el Libro que había caído se deslizó hacia la izquierda y desapareció; paneles pulidos llegaron como un torrente de agua, hubo una leve inclinación y la aeronave, surgiendo del túnel, se remontó por sobre las aguas del océano tropical.
Era de noche. Por un momento Vashti pudo ver la costa de Sumatra contorneada por la fosforescencia de las olas, y poblada de faros, todavía emitiendo sus ignoradas señales. Estos también se desvanecieron, y sólo las estrellas la distrajeron. No permanecían inmóviles, sino que se meneaban de aquí para allá por sobre su cabeza, amontonándose desde una abertura en el techo a otra, como si el universo y no la aeronave estuvieran desplazándose. Y, como ocurre con frecuencia en las noches despejadas, parecían estar a veces en perspectiva y otras veces en un plano; a veces apiladas capa sobre capa sobre el cielo infinito, y a veces ocultando este infinito, un techo que limita por siempre las visiones de los hombres. En cualquier caso eran intolerables. 
-¿Debemos viajar en la oscuridad? -exclamaron los pasajeros con enojo, y la asistente, que se había descuidado, encendió las luces y cerró las persianas de metal flexible. Cuando las aeronaves se construyeron, el deseo de contemplar directamente las cosas todavía existía en el mundo. Debido a esto es que existían un gran número de ventanas y aberturas en el techo, y con ello la proporcional incomodidad para quienes eran civilizados y refinados. Incluso en el camarote de Vashti una estrella se filtraba a través de una falla en la persiana, y luego de algunas horas de sueño difícil, fue perturbada por un brillo poco familiar; era el amanecer.
Rápido como la nave se desplazó hacia el oeste, la tierra giró hacia el este mas rápido aun, y arrastró a Vashti y sus compañeros hacia el sol. La ciencia podía prolongar la noche, pero sólo por un breve tiempo, y las nobles esperanzas de neutralizar la rotación diurna de la tierra ya se habían abandonado, al mismo tiempo que otras aspiraciones posiblemente más elevadas. El mantener el paso del sol, o incluso superarlo, fue el objetivo de la civilización predecesora. La construcción de aviones de carrera para tal propósito, capaces de enormes velocidades, fue impulsada por los más grandes intelectos de la época. Alrededor del globo giraban, vuelta tras vuelta, hacia el este, siempre hacia el este, en medio de los aplausos de toda la humanidad. En vano. La tierra siempre giraba más rápido hacia el este, ocurrían horribles accidentes, y el comité de la Máquina, en ese momento ganando notoriedad, declaró ilegales tales actividades, no-mecánicas, y castigables con el Desamparo.
Se hablará del Desamparo más adelante.
Indudablemente el comité tenía razón. Sin embargo el intento de derrotar al sol significó el último interés común que tuvo la humanidad al respecto de los cuerpos celestes, o sobre cualquier otro tema. Fue la última vez que los hombres se congregaron para pensar en algún poder mas allá de este mundo. El sol fue el vencedor, sin embargo fue el fin de su dominio espiritual. El amanecer, el mediodía, el crepúsculo, el camino del zodiaco, ya no tocaba ni las vidas ni el corazón de los hombres, y la ciencia bajó a tierra para concentrarse en problemas que estuviera segura de poder resolver.
Así que cuando Vashti vio su camarote inundado por un rayo de luz rosada, se molestó y trato de ajustar la persiana. Pero esta se abrió por completo, y ella pudo ver en la luz del cielo pequeñas luces rosadas, moviéndose sobre un fondo azul, y a medida que el sol trepaba más alto, su brillo entró directamente, orillando hacia abajo por las paredes, como un océano dorado. Ascendía y caía con el movimiento de la aeronave, de la misma forma que las olas ascienden y caen, pero avanzaba firmemente, como avanza la marea.
Si no era cuidadosa, la golpearía en la cara. Un espasmo de terror la invadió y llamó a la asistente. La asistente también se horrorizó, pero no podía hacer nada; no era su función arreglar la persiana. Sólo podía sugerir que la dama cambiase de camarote, la cual se preparó para tal fin.


La gente era casi idéntica en todo el mundo, pero la asistente de la aeronave, quizás debido a sus tareas excepcionales, había crecido un poco más de lo normal. Normalmente debía dirigirse a los pasajeros de forma directa y esto le había concedido cierta brusquedad y originalidad a sus formas. Cuando Vashti se apartó con un grito de los rayos del sol, ella fue bastante salvaje; extendió su mano para sostenerla.
-¡Cómo se atreve usted! -Exclamó la pasajera-. ¡Compórtese!
La mujer estaba confundida, y se disculpó por no haberla dejado caer. La gente no se tocaba mutuamente. La costumbre se había vuelto obsoleta, debido a la Máquina.
-¿Dónde estamos ahora? -pregunto Vashti despectivamente.
-Estamos sobre Asia -contesto la asistente, esforzándose por ser correcta. 
-¿Asia?
-Debe disculpar mi forma vulgar de hablar. He adquirido el hábito de llamar a los lugares por los que pasamos por sus nombres no-mecánicos.
-Ah, recuerdo Asia. Los mongoles venían de allí.
-Debajo nuestro, al aire libre, se erigía una ciudad que fue llamada en su tiempo Simla. 
-¿Escuchó hablar usted de los Mongoles y de la escuela de Brisbane?
-No.
-Brisbane también se encontraba al aire libre.
-Esas montañas a su derecha; déjeme mostrarlas -Recogió la persiana metálica y la cordillera principal del Himalaya se hizo visible-. Alguna vez esas montañas fueron llamadas el Techo del Mundo. Debe recordar usted que, antes de los albores de la civilización, estas parecían ser una pared impenetrable que tocaba las estrellas. Se suponía que nadie aparte de los dioses podía existir por sobre sus cumbres. ¡Cómo hemos avanzado gracias a la Máquina!
-¡Cómo hemos avanzado gracias a la Máquina! -repitió Vashti.
-¡Cómo hemos avanzado gracias a la Máquina! -hizo eco el pasajero que había dejado caer su libro la noche anterior y que estaba parado en el pasillo.
-¿Y esa sustancia blanca en las grietas? ¿Qué es?
-Olvidé su nombre.
-Por favor, cubra las ventanas. Esas montañas no me traen ninguna idea.
La cara norte de los Himalayas estaba cubierta de una profunda sombra; en la ladera de la india el sol acababa de despuntar. Los bosques habían sido destruidos durante la época literaria con el propósito de hacer pasta para periódicos, pero la nieve estaba despertando a su gloria matinal y todavía se podían ver las nubes sobre el pecho del Kinchinjunga. En la llanura se podían ver ruinas de ciudades, con tenues ríos cruzando entre sus muros, y sobre los costados de algunas había señales de vomitorios, indicando las ciudades de hoy en día.
En todo este proceso las aeronaves volaban, cruzando el espacio intermedio con increíble aplomo, subiendo con indiferencia cuando deseaban escapar de las perturbaciones de la atmosfera inferior para cruzar por sobre el Techo del Mundo.
-¡Realmente hemos avanzado gracias a la Máquina! -repitió la asistente y ocultó los Himalayas detrás de la cortina metálica.

El día se arrastraba tristemente hacia adelante. Cada pasajero yacía sentado en su camarote, evitándose mutuamente con una repulsión casi física y anhelando estar nuevamente bajo la superficie de la tierra. Había unos ocho o diez de ellos, principalmente hombres jóvenes, enviados de las guarderías públicas para que habitasen las habitaciones de aquellos que habían muerto en las distintas partes del mundo. El hombre que había dejado caer el libro estaba en un viaje de regreso a casa. Había sido enviado a Sumatra con el propósito de propagar la especie. Solamente Vashti viajaba por voluntad propia.
Al mediodía realizo su segunda mirada a la superficie de la tierra. La aeronave estaba cruzando otra cadena montañosa, pero ella no pudo ver mucho debido a las nubes. Masas de roca negra flotaban por debajo suyo, y se mezclaban indistintamente con el gris. Sus formas eran fantásticas; una de ellas parecía un hombre postrado.
-Aquí no hay ideas -murmuró Vashti, y ocultó el Cáucaso detrás de la cortina metálica.

II: El aparato reparador
A través de un vestíbulo, un elevador, unos andenes tubulares, por una plataforma, una puerta deslizante, revirtiendo todos los pasos de su partida fue que Vashti llego a la habitación de su hijo, la cual se veía exactamente igual a la suya. Perfectamente podía haber dicho que la visita era superflua. Los botones, las perillas, la mesa de lectura y el libro, la temperatura, la atmosfera, la iluminación, todo era exactamente lo mismo. Y aunque el mismo Kuno, carne de su carne, estuviera parado a su lado al fin, ¿cuál era el beneficio de eso? Ella estaba demasiado bien educada como para estrechar su mano.
Evitando su mirada, ella dijo lo siguiente:
-Aquí estoy. Tuve un viaje terrible que ha retrasado en gran medida el desarrollo de mi alma. No tiene sentido, Kuno. Mi tiempo es muy valioso. La luz del sol casi me toca, y me encontré con personas muy desagradables. Sólo puedo detenerme unos minutos. Dí lo que tengas que decir, y luego debo regresar.
-He sido amenazado con el Desamparo -dijo Kuno. Ahora ella lo contempló.
-He sido amenazado con el Desamparo y no podía decirte semejante cosa a través de la maquina.
El Desamparo significa la muerte. La víctima es expuesta al aire exterior, el cual es mortal.
-He estado en el exterior desde que hablamos la última vez. Una cosa horrible a ocurrido y me han descubierto.
-¿Pero por qué no has de ir al exterior? -exclamó ella-. Es perfectamente legal, perfectamente mecánico, visitar la superficie de la tierra. Hace poco asistí a una conferencia sobre el mar; no hay objeción a ello; uno simplemente obtiene un respirador y consigue un permiso de salida. No es algo acorde a la gente espiritual, y te rogaría que no lo hicieses, pero no hay ninguna objeción legal a ello.
-Nunca obtuve un permiso de salida. 
-¿Entonces como saliste?
-Encontré una forma de hacerlo por mí mismo.
La frase no tenía sentido alguno para ella y el tuvo que repetirla.
-¿Una forma de hacerlo por ti mismo? -murmuró-. Pero eso estaría mal.
-¿Por qué?
La pregunta la dejo atónita más allá de cualquier medida. 
-Estás empezando a venerar a la Máquina -dijo él fríamente-. Crees que encontrar un medio propio para salir es irreligioso de mi parte. Es exactamente lo que el Comité pensó cuando me amenazaron con el Desamparo.
Esto ultimó la enfureció.
-¡Yo no venero nada! -exclamó-. Soy demasiado avanzada. No te considero irreligioso, porque ya no hay algo así como la religión. Todo el miedo y la superstición que existía antes, fue erradicado con la Máquina. Sólo quise decir que encontrar un medio propio es… Por otro lado, no existe una nueva forma de salir.
-Siempre se asumió eso.
-Excepto a través de los vomitorios, para lo cual uno debe tener un permiso de salida, es imposible salir al exterior. El Libro así lo dice.
-Bueno, entonces el Libro está equivocado, porque yo he salido con mis propios pies.


Kuno poseía cierta fortaleza física. 
En esos tiempos no era nada meritorio ser musculosos. Cada infante era examinado cuidadosamente al nacer, y aquellos que daban indicios de desarrollo de fortaleza física, eran destruidos. Los humanitarios podían protestar, pero no hubiese sido ningún acto de bondad sincera dejar vivo a un atleta; nunca llegaría a ser feliz en las condiciones de vida que la Máquina proporcionaba, siempre estaría anhelando árboles a los que trepar, ríos en los que bañarse, praderas y colinas contra las cuales medir su destreza. El hombre debe ser adaptado a su entorno, ¿no es así? En los albores de nuestro mundo los débiles eran expuestos en el monte Taigeto, en el ocaso del mismo los fuertes sufren la eutanasia para que la Máquina progrese, para que la Máquina progrese, para que la Máquina siga progresando eternamente.
-Hemos perdido el sentido del espacio y el tiempo. Decimos "el espacio ha sido aniquilado", pero no hemos eliminado el espacio, sino las sensación del mismo. Hemos perdido una parte de nosotros mismos. Yo me predispuse a recuperar esa parte, y a tal fin comencé por caminar hacia arriba y debajo del andén que está fuera de mi habitación. Hacia arriba y abajo hasta que estuve cansado, y con ello recupere el concepto de "Cerca" y "Lejos". "Cerca" es ese lugar al que puedo llegar rápidamente con mis pies y no aquel lugar a donde el tren o la aeronave pueden llevarme con rapidez. "Lejos" es a donde no puedo llegar rápido con mis pies; el vomitorio está "lejos", aunque puede llegar allí en treinta y ocho segundos usando el tren. El hombre es la medida. Esa fue mi primera lección. Los pies del hombre son la medida de la distancia, las manos son la medida de su posesión, su cuerpo es la medida de todo lo que es amable, deseable y fuerte. Luego fui más lejos: En ese momento fue que te llamé por primera vez, y tú no viniste.
»Esta ciudad, como la conoces, está construida en las entrañas de la tierra, donde sólo asoman los vomitorios. Habiendo cruzado la plataforma fuera de mí habitación, tomé el elevador a la siguiente plataforma, crucé esa también y así sucesivamente, hasta que llegué hasta la última, sobre la cual comienza la tierra. Todas estas plataformas son exactamente iguales, y lo único que obtuve por cruzarlas fue desarrollar mi sentido del espacio y el tiempo y mis músculos. Creo que debí haber estado satisfecho con esto, no es poco, pero mientras caminaba y me desarrollaba, se me ocurrió que nuestras ciudades fueron construidas en los tiempos en los que los hombres todavía respiraban el aire exterior, y que debieron existir ductos de ventilación para que los trabajadores pudieran respirar. Sólo podía pensar en estos ductos de ventilación. ¿Fueron estos destruidos por todos los tubos de comida, los tubos de medicina y los tubos de música que la maquina fue desarrollando en los últimos tiempos? ¿O acaso quedaban algunos restos de los mismos? Una cosa era segura, si llegaba a encontrarme con uno de ellos, iba a ser en los túneles de los trenes de los pisos superiores. En cualquier otro lugar, todo el espacio estaba ocupado.
»Estoy relatando la historia rápidamente, pero no pienses que no fui cobarde o que tus respuestas no me disuadían. No es lo correcto, no es mecánico, no es decente caminar por los túneles del tren. No temía llegar a pisar algún riel eléctrico y morir. Temía a algo mucho más intangible, hacer aquello que no había sido considerado por la Máquina. Luego me dije a mi mismo, "El hombre es la medida", y proseguí, y luego de varias visitas encontré una abertura.
»Estos túneles, obviamente estaban iluminados, todo tiene luz, luz artificial; la oscuridad es la excepción. Así que cuando vi una rendija oscura en los paneles, supe que era una excepción y me sentí complacido. Introduje mi brazo, no pude introducir más que eso en un principio, y lo agité de un lado al otro en un éxtasis de alegría. Aflojé otro panel, introduje mi cabeza y hombros dentro de la oscuridad y grité: "¡Estoy llegando, lo voy a conseguir!" y mi voz retumbo por los pasillos interminables.
»Me pareció percibir que los espíritus de aquellos trabajadores muertos que retornaban cada día a la luz de las estrellas con sus esposas, y todas esas generaciones que habían vivido en el aire libre me respondían: "Lo vas a conseguir, ya estás llegando".
Hizo una pausa en su relato, y por más que sonara absurdo, sus últimas palabras la conmovieron. Kuno había solicitado ser padre recientemente, y su solicitud fue rechazada en repetidas oportunidades por el Comité. No era el tipo de individuo que la Máquina deseaba perpetuar.
-Luego pasó un tren. Casi me golpea, pero logré introducir mi cabeza y los brazos dentro del agujero. Había hecho suficiente por un día, por lo que me arrastré nuevamente hacia la plataforma, bajé por el elevador y me recosté en mi cama. ¡Qué sueños tuve! Nuevamente te llamé, y nuevamente me rechazaste.
Ella sacudió la cabeza y dijo:
-No, no hables de estas cosas terribles. Me entristece; estás dejando atrás la civilización.
-Pero he recuperado el sentido del espacio y el hombre no puede descansar después de esto. Tomé la determinación de meterme dentro del agujero y subir por el ducto. Para eso ejercité mis brazos. Día tras día realizaba ridículos movimientos, hasta que mi carne estallaba de dolor, y finalmente logré colgarme de mis manos y sostener la almohada de mi cama extendida durante varios minutos. Luego busqué un respirador y comencé.
»Al principio fue sencillo; las juntas se habían podrido de tal manera que pude empujar hacia adentro algunos paneles más cayendo detrás de ellos en la oscuridad, y los espíritus de los muertos me reconfortaron. No sé que signifique eso. Sólo sé que lo sentí. Sentí por primera vez que una protesta se había alzado contra la corrupción, y que mientras que los muertos me reconfortaban a mí yo reconfortaba a los no nacidos. Sentí que la humanidad existía, y que existía sin ropas. ¿Cómo puedo explicar esto? Estaba desnuda, la humanidad parecía desnuda, y ninguno de estos tubos, botones y maquinarias venían al mundo con nosotros, ni tampoco nos acompañarían al partir, ni siquiera eran de importancia suprema mientras estamos aquí. Si hubiera sido fuerte, me hubiese despojado de toda la vestimenta que llevaba y salido al exterior sin nada. Pero esto no era para mí, ni siquiera para mi generación entera. ¡Subí con mi respirador, mis toallas higiénicas y mis pastillas de alimento! ¡Mejor así que no salir!
»Había una escalera hecha de algún metal primitivo. La luz del andén se reflejaba en los peldaños inferiores y logré ver que conducía hacia arriba por sobre los escombros del fondo del ducto. Es probable que nuestros ancestros hayan circulado por los mismos una docena de veces por día, durante la construcción. Mientras trepaba, los bordes filosos cortaban mis guantes de manera tal que mis manos sangraban. La luz me ayudó poco y luego sobrevino la oscuridad y el silencio que perforaba mis oídos como una espada. ¿La Máquina zumba! ¿Sabías eso? El zumbido penetra en nuestra sangre, he incluso puede guiar nuestros pensamientos. ¡Quién sabe! Me estaba alejando más allá de su alcance. Luego pensé: "¡Este silencio significa que estoy obrando mal!". Pero escuché voces en ese silencio, y nuevamente me fortalecieron. 


Dejó escapar una carcajada.
-Tuve necesidad de ellas. Un momento más tarde mi cabeza golpeó contra algo.
Ella suspiro.
»Me había topado con uno de esos sellos neumáticos que nos protegen del aire exterior. Es probable que los hayas vistos desde la aeronave. Negra oscuridad, mis pies en los peldaños de una escalera invisible, mis manos cortadas; no puedo explicar cómo es que superé esta parte, pero las voces me reconfortaban, y tanteé para ver si podía encontrar algún cierre. El sello, supongo, tenía ocho pies de ancho. Deslicé la mano por él hasta donde pude alcanza. Era perfectamente liso. Alcance casi el centro del mismo, no justo el centro, ya que mi brazo era muy corto. Entonces la voz dijo: "¡Salta! Vale la pena. Puede que haya alguna manija en el centro y puedas agarrarla y llegar a nosotros por tus propios medios. Y si no hay manija alguna, y caes y te haces pedazos, todavía vale la pena, igualmente vendrás a nosotros por ti mismo". Entonces salté. Había una manija y…
Hizo una pausa. Las lágrimas se apiñaban en el rostro de su madre. Sabía que estaba condenado. Si no moría hoy, moriría mañana. No había lugar en el mundo para una persona como él. Y con la pena se mezcló el enojo. Estaba avergonzada de haber dado a luz a semejante hijo, ella que siempre fue respetable y llena de ideas. ¿Era realmente él a quien ella había enseñado el uso de los botones y palancas, y a quien había dado la primera lección sobre el Libro? El mismo vello que desfiguraba sus labios demostraba que estaba retrayéndose a un estado salvaje. Con los atavismos la Máquina no podía tener piedad.
-Había una manija, y la pude alcanzar. Colgué en la oscuridad como en un trance y el zumbido de estas maquinaciones era como el último suspiro de un sueño moribundo. Todas las cosas que me importaban, todas las personas con las que había hablado a través de los tubos, parecían infinitamente pequeñas. La manija cedió. Mi peso había puesto algo en movimiento y empecé a moverme con lentitud, y entonces….
»No puedo describirlo. Me encontré acostado con mi rostro al sol. Sangre brotaba de mi nariz y oídos y escuche un tremendo rugido. El sello, y yo colgando de él, había sido despedido de la tierra, y el aire que nosotros tenemos aquí abajo comenzó a escaparse de la abertura hacia el aire exterior. Brotaba como una fuente. Me arrastré nuevamente hacia ella, ya que el aire exterior me lastimaba, y comencé a respirar a bocanadas desde la orilla. Mi respirador había volado dios sabe a dónde, mis ropas estaban desgarradas. No pude más que yacer con mis labios pegados al agujero, respirando hasta que la sangre se detuvo. No te imaginas nada más curioso. Esta hondonada cubierta de pasto, hablaré de ella en un minuto, el sol brillando dentro de ella, no encandilando, sino a través de un tamiz de nubes; la paz, la indiferencia, el sentido de espacio y, frotando mi rostro, una fuente rugiente de aire artificial. En algún momento pude vislumbrar el respirador, meneándose en la corriente por sobre mi cabeza, y más arriba todavía, había varias aeronaves. Pero nadie nunca se detiene a mirar desde las aeronaves, y de cualquier manera no me podrían haber rescatado. Ahí me encontraba yo, varado. El sol se filtraba un poco dentro de la abertura y dejaba ver los peldaños superiores de la escalera, pero era imposible alcanzarlos. Podía ocurrir que nuevamente saliese despedido por el aire o que callera al vacío por el ducto. Sólo podía yacer en el pasto, tratar de respirar y de cuando en cuando mirar a mi alrededor.
»Yo sabía que estaba en Wessex, porque había tomado el recaudo de asistir a una conferencia sobre el tema antes de partir. Wessex se encuentra por sobre la habitación en la que nos encontramos hablando ahora. Fue un estado importante en algún momento. Sus reyes dominaron toda la costa sur desde Andredswald a Cornwall, mientras que el Wandsdyke los protegía hacia el norte, extendiéndose por sobre las tierras altas. La conferencia sólo se ocupo del surgimiento de Wessex, por lo que no sé cuánto tiempo perduró como potencia internacional, y de todas maneras esa información no me hubiera ayudado mucho. A decir verdad, no podía hacer nada más que reírme, en ese momento. Allí me encontraba yo, con el sello neumático a mi lado, el respirador meciéndose sobre mi cabeza, prisioneros, los tres en una hondonada de pasto crecido rodeada de helechos.
Su rostro se ensombreció otra vez.
-Afortunadamente para mí era una hondonada, ya que el aire comenzó a descender en ella como el agua llena un cuenco. Me podía arrastrar por el lugar. Luego me paré. Respiré una mezcla, donde predominaba el aire dañino cada vez que trataba de trepar por los lados. Esto no fue tan grave. No había perdido mis pastillas y permanecía ridículamente entusiasta, y en lo que respecta a la Máquina, me había olvidado de cualquier cosa referente a ella. Mi único objetivo era llegar a la cima, donde estaban los helechos y poder contemplar cualquier cosa que estuviera más allá.
»Corrí por la pendiente. El aire nuevo todavía era demasiado amargo y caí rodando no sin antes lograr ver un destello de algo gris. La luz del sol ya era muy débil, y recordé que estaba en Escorpio -también había asistido a una conferencia sobre ese tema-. Y si el sol está en Escorpio y uno se encuentra en Wessex, eso significa que uno debe apresurarse ya que pronto oscurecerá. (Era la primera vez que algo útil salía de alguna de esas conferencias, y estaba convencido de que sería la última vez). Esto me llevó a tratar desesperadamente de respirar el aire nuevo, y a salir lo más rápido que pudiera de mi agujero. La depresión se llenaba muy lentamente, por momentos me pareció que la fuente de aire perdía vigor. Mi respirador flotaba cada vez más cerca de la tierra, el rugido desaparecía.
Interrumpió su relato.
-No creo que esto te esté interesando. El resto probablemente te resulte todavía menos interesante. No hay ideas en esta historia, y lamento haberte molestado pidiéndote que vinieras. Somos muy diferentes, madre.
Ella le pidió que continuara.
-La noche había llegado para cuando pude trepar por la ladera. Para ese momento el sol ya casi había desaparecido del cielo y no pude obtener una buena vista. Tú, que acabas de cruzar el techo del mundo, seguramente no querrás escuchar sobre las pequeñas colinas que pude ver, pequeñas y oscuras colinas. Pero para mí estaban vivas y la turba que las recubría era como una piel, bajo la cual se entrelazaban sus músculos, y sentí que esas colinas habían llamado a los hombres en el pasado con una fuerza incalculable, y que los hombres las habían amado. Ahora dormían, probablemente para siempre. Estaban en comunión con los hombres en los sueños. Feliz el hombre, feliz la mujer que despierta sobre las colinas de Wessex. Porque pese a que duermen, jamás morirán.
Su voz se alzó con pasión.
-¿No lo puedes ver, no pueden verlo todos ustedes los conferencistas; que somos nosotros los que estamos muriendo y que aquí debajo lo único que vive realmente es la Máquina? Nosotros creamos a la Máquina, para hacer nuestra voluntad, pero no podemos hacer que haga nuestra voluntad ahora.
»Nos ha robado el sentido del espacio y el sentido del tacto, ha distorsionado cada relación humana y ha convertido al amor en un mero acto carnal, ha paralizado nuestro cuerpo y nuestra voluntad y ahora nos compele a adorarla. La Máquina desarrolla, pero no nuestras mentiras. La Máquina avanza, pero no hacia nuestras metas. Sólo existimos como corpúsculos de sangre que fluyen por sus arterias, y si pudiera funcionar sin nosotros, nos dejaría morir. Ah! Ya no tengo solución... o, al menos sólo una: Decirle a los hombres una y otra vez que pude contemplar las colinas de Wessex como Efrid las contempló cuando derrotó a los daneses.
»Así que el sol se ocultó. Olvidé mencionar que había un halo de niebla entre las colinas, y que era de un hermoso color perla.
Interrumpió su relato por segunda vez. 
-Continua -dijo su madre con tristeza. Él sacudió su cabeza.
-Continua, nada de lo que puedas decir me puede afectar. Ya me he endurecido. 
-Pensé que podría contarte el resto, pero no puedo; se que no puedo. Adiós.
Vashti quedó perpleja. Cada fibra de su cuerpo estaba tensionada con sus blasfemias. Pero al mismo tiempo sentía curiosidad.
-Esto es injusto -se quejó-. Me pediste que cruzara todo el mundo para escuchar tu historia, y escucharla es lo que pretendo hacer. Dime, lo más brevemente que puedas, ya que esta es una desastrosa pérdida de tiempo, cuéntame ahora como es que regresaste a la civilización.
-¡Ah! Eso -exclamó sorprendido-. Quieres escuchar sobre la civilización. Sin duda. ¿Te mencioné ya donde había caido mi respirador?
-No... Pero lo comprendo todo ahora. Tú te pusiste el respirador, y de esa manera pudiste caminar por las superficie de la tierra hasta llegar a un vomitorio, y allí tu conducta fue reportada al comité central.
-De ninguna manera.
Él se frotó la frente, como si quisiera disipar alguna experiencia desagradable. Luego, prosiguió con su relato.
-Mi respirador había caído alrededor del atardecer. Mencioné que la fuente de aire parecía más débil, ¿verdad?
-Sí.
-Al atardecer dejo caer mi respirador. Como mencioné, había olvidado todo lo relacionado con la máquina, y no prestaba mucha atención al tiempo transcurrido, ocupado en otros temas. Tenía mi estanque de aire, en el cual me podía sumergir cada vez que la atmosfera enrarecida se volvía insoportable, y el cual posiblemente pudiera durar días, si no soplaba ningún viento que lo dispersara. No fue sino hasta que fue demasiado tarde que me di cuenta que era lo que impedía mi escape. La hendidura en el túnel ya había sido reparada. El Aparato Reparador estaba detrás de mí.
»Otra advertencia que también tuve, pero no le di importancia. El cielo nocturno era más claro que durante el día, y la luna, que estaba a medio cielo detrás del sol, iluminaba por momentos intensamente dentro de la hondonada. Yo estaba en mi lugar usual -en el límite entre las dos atmosferas- cuando creí ver algo oscuro moverse en el fondo de la depresión y desaparecer por la escotilla. Inocentemente corrí hacia abajo. Me incliné y escuché, y creí percibir un lejano chirrido en las profundidades.


»En ese momento, aunque demasiado tarde, me alarmé. Estaba determinado a ponerme mi respirador y caminar hacia fuera de la hondonada. Pero el respirador había desaparecido. Sabía exactamente donde había caído -entre la apertura y el sello- y hasta podía sentir la marca que dejara en el césped. Ya no estaba, y me di cuenta que algo malo estaba ocurriendo, y lo mejor sería que escapase hacia el otro aire, y si debía morir, lo haría corriendo hacia la nube color perla. Ni siquiera pude comenzar. Desde la escotilla... es muy horrible. Un gusano, un largo gusano blancuzco, reptó fuera del tunel y se deslizaba sobre la hierba a la luz de la luna.
»Grité, hice todo lo que no debí haber hecho, pisotee a la criatura en vez de escapar de ella, y de inmediato se enroscó en mi talón. Peleé con ella. El gusano dejó que corriera por toda la hondonada, pero fue subiendo por mis piernas mientras lo hacia. "¡Auxilio!", grité. (Esa parte es demasiado desagradable. Pertenece a la parte de la historia que nunca sabrás). "Auxilio" grité. (¿por qué nunca podemos sufrir en silencio?). Luego mis pies fueron amarrados con fuerza, caí, fuí arrastrado lejos del cerco de helechos y las colinas vivas, y pasé al lado del sello metálico (puedo contarte esta parte), y creí que podría salvarme de nuevo si me aferraba a la manija del mismo. También estaba amarrado por algo, también lo habían atrapado. O, toda la hondonada estaba llena de cosas vivas. Buscaban en todas direcciones, estaban despojándola de todo, y los hocicos blancos de otras criaturas se asomaban por el agujero, preparadas por si era necesario. Todo lo que podía ser movido lo atrapaban: Arbustos, maleza, todo, y fuimos arrastrados en una masa entrelazada hacia el infierno. Lo último que pude ver, antes de que el sello metálico se cerrara detrás nuestro, fueron ciertas estrellas, y sentí que un hombre como yo vivía en el cielo. Porque yo luché, luché hasta el final, y fue sólo cuando mi cabeza golpeó con la escalera que dejé de moverme. Desperté en este cuarto. Los gusanos habían desaparecido. Estaba rodeado de aire artificial, luz artificial, paz artificial, y mis amigos me llamaban a través de los tubos de comunicación para saber si se me habían ocurrido ideas nuevas en los últimos días.
Aquí terminó el relato. Cualquier discusión era imposible, y Vashti se preparó para regresar. 
-Terminará en Desamparo -dijo suavemente.
-Ojalá así sea -replico Kuno.
-La Máquina ha sido muy misericordiosa.
-Prefiero la misericordia de Dios.
-¿Con esa frase supersticiosa, quieres decir que podrías vivir en el aire exterior?
-Sí.
-¿Alguna vez has visto alrededor de los vomitorios los huesos de aquellos que fueron excluidos luego de la Gran Rebelion?
-Sí.
-Fueron abandonados ahí y perecieron como ejemplo para nosotros. Algunos se arrastraron más allá, pero también murieron, ¿quién puede dudarlo? Y así tambien los desamparados de nuestros días. La superficie de la tierra ya no permite la vida. 
-Ciertamente. 
-Helechos y pasto pueden sobrevivir, pero cualquier forma de vida superior ha muerto. ¿Alguna vez alguna aeronave ha detectado algo?
-No.
¿Algún conferencista ha hablado sobre el tema?
-No.
-Entonces por qué la obstinación?
-Porque yo los he visto -estalló. 
-¿Has visto qué?
-Porque la vi a ella en la penumbra; porque ella vino a socorrerme cuando pedí ayuda; porque ella también fue capturada por los gusanos, pero, más afortunada que yo, murió cuando uno de ellos le atravesó la garganta.
Estaba loco. Vashti partió, y no volvió a ver su rostro nuevamente, ni siquiera durante los problemas que siguieron.

III: Los desamparados
Los años siguientes al escape de Kuno, dos adelantos importantes ocurrieron en la Máquina. Superficialmente eran revolucionarios, pero de cualquier manera la mente de los hombres ya había sido preparada previamente, por lo que no hicieron más que expresar tendencias que ya estaban latentes.
La primera medida fue la abolición de los respiradores.
Pensadores progresistas, como Vashti, siempre sostuvieron que visitar la superficie de la tierra era una tontería. Las aeronaves pueden ser necesarias, ¿pero cuál era la gracia de salir afuera por mera curiosidad y reptar por una milla o dos en un vehículo terrestre? El hábito era vulgar y quizás un poco impropio: Era improductivo desde el punto de vista de las ideas, y no tenía conexión alguna con los hábitos realmente importantes. Entonces se abolieron los respiradores, y con ellos, por supuesto, los vehículos terrestres, y salvo unos pocos conferencistas, que se quejaron por no tener acceso a su objeto de estudio, este avance fue aceptado de buen grado. De todas maneras, aquellos que todavía quisieran saber como era la tierra, podían consultar algún gramófono o fotocine. Y hasta los conferencistas aceptaban que cuando encontraban alguna conferencia sobre el mar no era más interesante que los resúmenes compilados sobre el tema. 
-¡Cuidado con las ideas de primera mano! -exclamaba uno de los más progresistas de ellos-. Las ideas de primera mano no existen realmente. No son más que las meras impresiones físicas producidas por el miedo y la vida. ¿Y quién puede basar una filosofía sobre un cimiento tan vulgar? Que tus ideas sean de segunda mano, y si es posible de décima mano, porque en ese caso estarán todavía más alejadas del elemento distorsionante, la observación directa. No traten de aprender nada sobre el tema de esta disertación, la Revolución Francesa. Estudien, en cambio, que pienso yo sobre lo que pensaba Enicharmon de Urizen y este de Gutch y este de Ho-Yung y este de Chi-Bo-Sing y este de Lafcadio Hearn y este de Carlyle y este de Mirabeau sobre el tema de la Revolución Francesa. A través de la óptica de estas tres grandes mentes, la sangre que fue vertida en París y las ventanas rotas en Versalles serán puestas a la luz de una idea que les será útil en sus vidas cotidianas. Pero asegúrense que los intermediarios sean muchos y variados, porque en la historia, una autoridad existe para contraponerse a otra. Urizen reacciona al escepticismo de Ho-Yung y Enicharmon, y yo debo contrarrestar la impetuosidad de Gutch. Los que me escuchan a mí están en una mejor posición para juzgar la Revolución Francesa que yo. Nuestros descendientes estarán aún en mejor posición que nosotros porque aprenderán lo que nosotros pensamos sobre el tema agregando un nuevo intermediario a la cadena. Y con el tiempo -su voz se elevó- llegará una generación que estará más allá de los hechos, las impresiones; una generación absolutamente descolorida; una generación seráficamente libre de las huellas de la personalidad, que podrá ver a la Revolución Francesa no como ocurrió, no como les hubiese gustado que ocurriera, sino como debería haber ocurrido si hubiera tenido lugar en los tiempos de la Máquina.
Un tremendo aplauso recibió el final de esta conferencia, que no hizo más que ponerle voz a un sentimiento ya latente en la mente de los hombres, el sentimiento de que los hechos mundanos deberían ser ignorados, y que la abolición de los respiradores era un paso adelante. Se llegó a sugerir incluso que se abolieran también las aeronaves. Esto no se hizo, ya que las aeronaves se habían convertido de alguna manera en parte del sistema de la Máquina. Pero año tras año se usaban cada vez menos, y eran menos mencionadas por los hombres reflexivos.
El segundo gran desarrollo fue el restablecimiento de la religión.
Esto también fue elogiado en una célebre conferencia. Nadie puede confundir el tono reverencial con el cual concluyo ese discurso, y despertó un eco de simpatía en todos. Aquellos que largamente habían adorado en silencio, ahora podían comenzar a hablar. Describían los extraños sentimientos de paz que los abordaban cada vez que sostenían el Libro de la Máquina, el placer que significaba el repetir alguno de sus numerales, más allá del poco significado que los mismos tuvieran al ser escuchados, el éxtasis al presionar sus botones, sin importar lo insignificante que fuera, el sonido de la campana eléctrica, por más superfluo que fuera.
-La Máquina -afirmaban- nos alimenta, nos viste nos aloja; a través de ella hablamos entre nosotros, por ella es que nos vemos los unos con los otros, en ella es que se manifiesta nuestro ser. La Máquina es amiga de las ideas y enemiga de la superstición. La Máquina es omnipotente, eterna; bendita sea la Máquina.
Y no pasó mucho tiempo para que esa alocución fuera impresa en la primera pagina de el Libro, y en las ediciones subsiguientes el ritual se fue convirtiendo en un complejo sistema de adoración y plegarias.
La palabra "Religión" fue cuidadosamente evitada, y, en teoría, la Máquina seguía siendo una creación del hombre. Pero en la práctica, salvo por algunos retrógrados, era adorada como divina. Tampoco era adorada de forma uniforme. Algún creyente era atraído por las pantallas ópticas azules a través de las cuales veía a los otros creyentes; otro por el aparato reparador, que pecaminosamente Kuno había comparado con gusanos; otro por los elevadores; otro por el Libro. Y cada uno le rezaría a esto o aquello, y le pediría que interceda por él ante la Máquina como un todo. La persecución también estaba presente. No se expandió por razones que se conocerán en breve. Pero estaba latente, y todo aquel que no aceptara el mínimo conocido como "Mecanismo Indenominable" vivía en peligro de Desamparo, que significaba la muerte, como sabemos.
Atribuir estos dos grandes desarrollos al Comité Central, es tener una mirada muy estrecha de la civilización. El Comité Central anunció estos cambios, es verdad, pero no fueron tan causa de los mismos como los reyes de la época imperial no eran causa de las guerras. Más bien cedieron a una presión invencible, que nadie sabe de dónde venía, y la cual, una vez satisfecha, era sucedida por otra presión igual de invencible. A tal estado de situación es conveniente darle el nombre de progreso. Nadie confesaba que la Máquina estaba fuera de control. Año tras año se la servía con más eficiencia y menos inteligencia. Cuanto más conocía el hombre sus obligaciones en ella, menos entendía las tareas de su vecino, y en todo el mundo no había nadie que entendiera a este monstruo como un todo. Esos cerebros maestros habían perecido. Dejaron directivas muy completas, es verdad, y sus sucesores se habían especializado cada uno en una parte de estas directivas. Pero la Humanidad, en su deseo de confort, se había sobrepasado a sí misma. Había explotado demasiado las riquezas naturales. Calmada y complacientemente, se hundía en la decadencia, y el progreso paso a significar el progreso de la Máquina.
En lo que respecta a Vashti, su vida siguió adelante pacíficamente hasta el desastre final. Oscurecía su habitación y dormía; se despertaba y la iluminaba. Daba conferencias y presenciaba conferencias. Intercambiaba ideas con innumerables amigos y creía que progresaba espiritualmente. Había veces que se le autorizaba la eutanasia a algún amigo, y el mismo dejaba su habitación al desamparo que está más allá de la concepción humana. A Vashti no le importaba. A veces, luego de algún fracaso en una conferencia, ella solicitaba la eutanasia para sí misma. Pero no se permitía que la tasa de mortalidad superara a la de natalidad, por lo que la Máquina nunca la había autorizado.
Los problemas comenzaron tranquilamente, mucho antes que ella fuera consciente de los mismos. Un día la sorprendió un mensaje de su hijo. Nunca se comunicaban, no teniendo nada en común; ella había escuchado de forma indirecta que él seguía vivo, y que había sido transferido del hemisferio norte, donde se había comportado tan impropiamente, al sur, a una habitación no muy lejos de la suya.
"¿Acaso quiere que lo visite?" pensó. "Nunca más, nunca. Y aparte no tengo tiempo". 
No, era una locura de otra clase.
Él se negó a visualizar su cara en la pantalla azul, y hablando solemnemente desde la oscuridad dijo: 
-La Máquina se detiene.
-¿Qué dices?
-La Máquina se está deteniendo. Lo sé. He visto los signos.
Ella estalló en una carcajada. Él la escuchó y se enfureció, y no volvieron a hablar.
-¿Puedes imaginarte algo más absurdo? -le dijo a un amigo-. Un hombre que era mi hijo cree que la Máquina se está deteniendo. Sería impío si no estuviera loco.
-¿La Máquina se está deteniendo? -replicó su amigo-. ¿Qué significa eso? Esa frase no significa nada para mí.
-Para mí tampoco.
-¿No crees que se refiere a los problemas que han acontecido con la música en los últimos tiempos?
-Oh no, claro que no. Hablemos de música.
-¿Te has quejado a las autoridades?
-Sí, y me dicen que debe ser reparada y que debo dirigirme al Comité del Aparato Reparador. Me quejé de esos suspiros jadeantes que desfiguran las sinfonías de la escuela de Brisbane. Sonaba como alguien que estuviera sufriendo. El comité del Aparato Reparador ha dicho que se solucionará en breve.


Oscuramente preocupada, ella prosiguió con su vida. Por un lŕado, el defecto en la música la irritaba. Por otro lado, no olvidaba las palabras de Kuno. Si él hubiera sabido que la música se encontraba fuera de servicio -no lo sabía porque detestaba la música-, si hubiera sabido que estaba mal, "La Máquina se detiene" hubiera sido exactamente la ponzoñosa afirmación que él hubiese hecho. Por supuesto que él la había hecho de forma arbitraria, pero la coincidencia le molestaba, y ella le habló de forma petulante al Comité del Aparato Reparador.
Ellos contestaron, como la última vez, que se arreglaría en breve.
-¡En Breve! ¡Ahora! -replicó ella-. ¿Por qué debo preocuparme por la música defectuosa? Las cosas siempre se arreglan inmediatamente. Si no lo reparan de inmediato, elevaré mis quejas al Comité Central.
-No se reciben reclamos particulares en el Comité Central -respondió el comité del Aparato Reparador.
-¿Y a quién debo dirigir mis reclamos entonces?
 -A nosotros.
-Protesto entonces.
-Su reclamo será atendido a su debido tiempo.
-¿Alguien más se ha quejado?
Esta pregunta no era "mecánica" por lo que el Comité del Aparato Reparador se negó a contestarla. 
-¡Esto es grave! -le dijo ella a otro amigo-. Nunca existió una mujer más desafortunada que yo. Nunca podré confiar en mi música de nuevo. Empeora cada vez que trato de reproducirla.
-Yo también tengo mis problemas -replicó el amigo-. A veces mis ideas son interrumpidas por un ligero ruido discordante. 
-¿Qué es eso?
-No sé si está en mi cabeza o dentro de la pared.
-Protesta en cualquier caso.
-He protestado y mi queja será elevada al Comité central cuando llegue el turno.
El tiempo pasó y dejaron de molestarse por los defectos. Los defectos no fueron solucionados, pero los tejidos humanos se habían vuelto tan serviles en los últimos tiempos, que se adaptaban rápidamente a cada capricho de la Máquina. Los suspiros en los clímax de la sinfonía de Brisbane ya no irritaban a Vashti; los aceptaba como parte de la melodía. El sonido discordante, fuera en su cabeza o en la pared, no molestaba más a su amigo. Y así también ocurría con la mohosa fruta artificial, con el agua de baño que comenzaba a apestar, y con los versos defectuosos que la máquina de poesía empezó a emitir. Todo esto llevó a enérgicas protestas al comienzo y luego a la aceptación y al olvido. Las cosas fueron de mal en peor sin que nadie hiciera nada.
Fue distinto, en cambio, con la falla del aparato de sueño. Ese fue un problema más serio. Llegó un día en que a lo ancho de todo el mundo -en Sumatra, en Wessex, en las innumerables ciudades de Courland y Brasil- las camas, cuando eran invocadas por sus dueños, no aparecían. Puede parecer un tema ridículo, pero desde ese evento podemos poner fecha al colapso de la humanidad. El Comité responsable por la falla fue asaltado por las quejas, las cuales eran referidas, como siempre, al Comité del Aparato Reparador, el cual aseguraba que se iba encargar de enviarlas todas al Comité Central. Pero el descontento crecía, ya que la humanidad todavía no era lo suficientemente adaptable como para prescindir del sueño.
-Alguien se está metiendo con la Máquina -comenzaron.
-Alguien está tratando de convertirse en rey, para reintroducir el elemento personal.
-Castiguen a ese hombre con el Desamparo.
-¡Al rescate! ¡Venguen a la Máquina! !¡Venguen a la Máquina!
-¡Guerra! ¡Maten a ese hombre!
Pero el Comité del Aparato Reparador se adelantó, y calmó la situación con unas muy bien elegidas palabras. Confesó que era el Aparato Reparador el que necesitaba ser reparado.
El efecto de esta franca confesión fue admirable.
-Por supuesto -dijo un famoso conferencista, el mismo de la Revolución Francesa, que recibía cada nuevo signo de decadencia con esplendor-.  Por supuesto que no presionaremos con nuestras protestas ahora. El Aparato Reparador nos ha tratado bien en el pasado y nosotros le brindaremos apoyo; esperaremos pacientemente su recuperación. A su debido tiempo volverá a sus tareas habituales. Por el momento vivamos sin camas, sin pastillas y sin nuestros insignificantes deseos. Esto, estoy convencido, sería el deseo de la Máquina.
A miles de kilómetros de distancia su audiencia aplaudió. La Máquina todavía los mantenía en contacto. Debajo de los mares, debajo de las raíces de las montañas, corrían los cables a través de los cuales se escuchaban y veían; esos ojos y oídos gigantes eran su herencia, y los pensamientos de todos estaban cubiertos de una capa de servilismo. Sólo los viejos y los enfermos permanecieron disconformes, ya que se rumoreaba que la Eutanasia, tampoco estaba funcionando, y el dolor reapareció entre los hombres.
Se torno difícil leer. Una niebla se filtraba en la atmosfera y opacaba la luminosidad. Por momentos Vashti casi no podía ver de un lado a otro de su habitación. El aire también estaba viciado. Enérgicas fueron las protestas, impotentes los remedies, y heroico el tono del conferencista cuando espeto: 
-¡Coraje! ¿Qué importa todo esto mientras la Máquina siga funcionando? Para ella la luz y la oscuridad son una.
Y pese a que las cosas mejoraron por un tiempo, el antiguo esplendor nunca fue recuperado, y la humanidad nunca se recupero de la entrada en su ocaso. Había un llamado histérico a tomar "medidas", a instaurar una "dictadura provisional", y a los habitantes de Sumatra se les solicitó que se familiarizaran con el funcionamiento de la estación central de energía, la cual estaba situada en Francia. Pero lo que prevalecía era el pánico, y los hombres pasaban su tiempo rezando a sus Libros, la prueba tangible de la omnipotencia de la Máquina. 
Había varios grados en el terror: Por momentos aparecían rumores esperanzadores; el Aparato reparador casi estaba reparado; los enemigos de la Máquina estaban siendo controlados; nuevos "sistemas nerviosos" estaban evolucionando y harían todo el trabajo mucho mejor que antes. Pero llegó un día en el cual, sin la más mínima advertencia, sin ningún indicio previo de debilidad, todo el sistema de comunicación colapsó en el mundo entero, y todo el mundo, como lo entendían, terminó.
Vashti estaba dictando una conferencia en esos momentos, y sus comentarios previos habían sido recibidos con aplausos. Cuando se preparaba a continuar su audiencia enmudeció, y al terminar no hubo sonido alguno. Un poco molesta, llamó a un amigo especialista en compasión. No hubo respuesta; sin duda estaba durmiendo. Y así con el siguiente amigo que trató de contactar, y con el siguiente, hasta que recordó la criptica afirmación de Kuno: "La Máquina se detiene". La frase todavía no le decía nada. Si la eternidad se estaba deteniendo seguramente se estaría poniendo en marcha en breve.
Por ejemplo, todavía había aire y luz; la atmosfera había mejorado un poco en las horas previas. Todavía estaba el Libro, y mientras estuviera el Libro había seguridad. Y luego se quebró, porque con el cese de la actividad llegó un terror inesperado: El silencio.
Nunca había conocido el silencio, y la llegada del mismo casi la mata; de hecho mató a varios miles de personas en un instante. Desde su nacimiento siempre estuvo rodeada de un zumbido sostenido. Era para el oído como el aire artificial para los pulmones; una doloroza agonía se apodero de su cabeza. Y casi sin saber lo que estaba haciendo, se abrió paso hacia adelante y presionó un boton poco familiar, el que abría la puerta de su habitación.
La puerta de su habitación trabajaba con una simple visagra propia. No estaba conectada a la estación central de energía, que moría lentamente en la lejana Francia. Se abrió, lo que dio a Vashti demedidas esperanzas, ya que pensó que la Máquina había sido reparada. Se abrió, y ella vió un túnel en penumbras que serpenteaba a lo lejos hacia la libertad. Una simple mirada alrededor y ella retrocedió a la habitación. Ya que el túnel estaba lleno de gente; ella había sido casi la última en alarmarse en toda la ciudad.
La gente le resultaba desagradable en general, y estas eran pesadillas de sus peores sueños. Había gente reptando alrededor, gritando, sollozando, tratando desesperadamente de respirar, tocándose unos a otros, desapareciendo en la oscuridad, y algunas que eran empujadas de la plataforma hacia los rieles vivos. Algunos luchaban cerca de las campanas eléctricas, tratando de llamar a trenes que no podían responder. Algunos gritaban por eutanasia o respiradores, o insultaban a la Máquina. Otros estaban parados en la puerta de sus habitaciones temiendo, como ella, ir a detenerlos o abandonarlos. Y detrás de todo el tumulto estaba el silencio; el silencio que era la voz de la tierra y de las generaciones pasadas.


No; era peor que la soledad. Cerró la puerta y se sentó para esperar el fin. La desintegración continuó, acompañada de horribles crujidos y desgarros. Las válvulas que sostenían al Aparato Médico debieron debilitarse, ya que colgaba tenebrosamente del techo. El piso se movió y la arrojó de su silla. Un tubo siseaba y se movía hacia ella como serpiente. Y finalmente sobrevinó el horror final: La luz comenzó a menguar, y ella supo que el largo día de la civilización se estaba terminando. Ella daba vueltas, rezando para ser salvada, a cualquier costo, besando el Libro, presionando botón tras botón. El tumulto crecía en el exterior, y ya se sentía a través de las paredes. Lentamente el brillo de su celda fue apagándose, los reflejos de los controles metálicos desaparecían. Ahora ya no podía ver la mesa de lectura, ahora ya no veía el Libro pese a que lo sostenía en su mano. La luz siguió a la huida del sonido, y el aire estaba siguiendo a la luz; el vacío original regresaba a la caverna de la cual había sido excluido hace mucho. Vashti continuaba dando vueltas, como los devotos de antiguas religiones, gritando, rezando, golpeando los botones con sus manos ensangrentadas. Fue en ese momento que abrió su celda y escapó -escapó en espíritu; al menos eso me parece a mí, lo cual concluye mi idea. Que escapa corporalmente no lo puedo percibir-. Golpeó, por azar, el botón que habría su puerta, y la ráfaga de aire viciado en su piel, el sonoro sollozo en sus oídos, le indicó que estaba frente al túnel nuevamente, y en aquella plataforma donde había visto a hombres peleando. Ya no luchaban. Sólo quedaban suspiros y los pequeños quejidos sollozantes. Morían a cientos en la oscuridad.
Estalló en lágrimas.
Y las lagrimas le respondieron.
Ambos lloraron, lloraron por la humanidad, no por sí mismos. No podían soportar la idea de que este era el final. Antes de que el silencio fuera total, abrieron sus corazones y se comprendieron qué había sido importante en la tierra. El hombre, la flor de toda carne, la más noble de todas las criaturas visibles; el hombre que una vez hizo a dios a su imagen, y había visto reflejada su fortaleza en las constelaciones; el hermoso hombre desnudo estaba muriendo, atrapado en las vestimentas que se había tejido. Siglo tras siglo había trabajado y aquí estaba su recompensa. Es cierto que estas vestiduras parecían celestiales, llenas del color de la cultura, tejidas con las hebras de la auto negación. Y celestiales fueron mientras el hombre vivió por su voluntad y por la esencia que es su alma, y esa esencia igualmente divina que es su cuerpo. El pecado contra el cuerpo; por ello lloraban principalmente; por los siglos de daños a los músculos y tejidos, y por esos cinco portales a través de los cuales sólo nosotros podemos comprender, minimizados con la escusa de la evolución, hasta que el cuerpo se convirtió en un despojo blancuzco, el hogar de las ideas descolorido, últimos destellos de un espíritu que había alcanzado las estrellas.
-¿Dónde estás? -sollozó ella.
Su voz en la oscuridad respondio:
-Aquí.
-¿Hay alguna esperanza Kuno?
-No para nosotros.
-¿Dónde estás?
Trepó por entre los cadáveres. La sangre brotaba entre sus manos.
-Más rápido -suspiró él-. Me estoy muriendo, pero nos tocamos, hablamos ya no a través de la Máquina.
Él la beso.
-Hemos regresado a lo que somos. Perecemos, pero recapturamos la vida como era en Wessex, cuando Enfrid derrotó a los daneses. Sabemos lo que saben los que están afuera, los que viven en la bruma color perla.
-Pero Kuno, ¿es verdad? ¿Hay todavía hombres en la superficie de la tierra? ¿Acaso este túnel, esta venenosa oscuridad, no es el fin?
Él respondió:
-Yo los he visto, he hablado con ellos, los he amado. Están ocultos entre la bruma y los helechos hasta que nuestra civilización se detenga. Hoy son los Desamparados,  mañana...
-Oh, mañana... Algún idiota reiniciará la Máquina mañana.
-Nunca -dijo Kuno-, nunca. La Humanidad ha aprendido la lección.
Mientras hablaba, toda la ciudad se destruía como un panal. Una aeronave se había estrellado contra un vomitorio llegando hasta un muelle en ruinas, penetrando hacia abajo mientras estallaba, desgarrando galería tras galería con sus alas de acero. Por un momento vieron la nación de los muertos, y, antes de unirse a ellos, porciones de un cielo inmaculado.


FIN