2025/09/15

Memoria perdida (Peter Phillips)


Titulo original: Lost Memory
Año: 1952


Giré el cuerpo y me incliné para hablar con Dak-whirr. El desvió la mirada; se sentía un poco incómodo.
—¿Qué buscas, Palil? —preguntó.
—Como si no lo supieras.
—No te puedo autorizar a examinarlo. El objeto está reservado para la inspección del Consejo. ¿Qué garantía tengo de que no lo estropearás?
Golpeé suavemente una de las placas de su cuerpo.
—Me debes un favor —dije—, ¿recuerdas?
—Hace mucho tiempo de eso.
—Hace sólo dos mil revoluciones y un reacondicionamiento. Si no fuera por mí, te estarías oxidando en un pozo. Todo lo que deseo es echar una mirada a su parte pensante. Radiosentiré su conciencia sin tocarlo ni con una pinza.
Osciló por realimentación positiva, indicación del conflicto entre su deuda conmigo y la manera como entendía su deber.
Finalmente dijo:
—Muy bien, pero mantente sintonizado conmigo. Si te transmito que se aproxima un miembro del Consejo, hazte óxido. Por otra parte, ¿cómo sabes que ese objeto tiene conciencia? Podría tratarse simplemente de metal en bruto.
—¿Con esa forma? No digas tonterías. Evidentemente es una creación. Y no soy tan vanidoso como para creer que nosotros somos la única forma creada inteligente que existe en el Universo.
—Expresión tautológica, Palil —dijo pedantemente Dak-whirr—. No se puede concebir una "manufactura no inteligente". No puede haber conciencia sin manufactura ni ésta sin inteligencia. Ahora bien, si quieres discutir...
Cambié bruscamente de sintonía para no recibir su frecuencia y me escapé. Dak-whirr es un necio. Todos saben que hay una falla en su circuito lógico, pero se niega a su reparación. Muy poco inteligente de su parte.
El objeto había sido depositado en uno de los cobertizos del museo. Lo contemplé un momento con admiración. Era muy hermoso, había sufrido pocos daños exteriores y evidentemente no era un simple conglomerado de metal caído del cielo.
De hecho, inmediatamente me lo imaginé como "él" y lo doté con los atributos de la conciencia; aunque, por supuesto, ésta no debía funcionar en ese momento, pues, de lo contrario, habría intentado comunicarse con nosotros.
Deseé ardientemente que el Consejo, después de su cuidadoso desarme y estudio, fuera capaz de restaurar su conciencia para que él mismo nos pudiera explicar de qué sistema solar procedía.
¡Imagínese! Había realizado nuestro sueño des muchos miles de revoluciones —el vuelo en el espacio— sólo para ser fundido en el momento de su triunfo.
Sentí una corriente de simpatía por el solitario viajero mientras permanecía allí inmóvil, silencioso, sin emitir ondas. De cualquier modo, un análisis de su construcción, aunque no pudiéramos devolverle la conciencia, podría revelarnos el secreto de la energía que utilizara para obtener la velocidad necesaria y sustraerse de ese modo a la gravedad de su planeta.
En tamaño y forma no era muy diferente de Swen, o Swen Dos, como se llamó a sí mismo después de la transformación, el cual fracasó desastrosamente en su tentativa de alcanzar nuestro satélite utilizando combustibles químicos. Pero en el lugar en que Swen Dos había colocado sus tubos, el extranjero tenía una curiosa estructura helicoidal tachonada a espacios irregulares con pequeños cristales.
Era un elegante cilindro cónico de diez metros de largo. En su parte delantera no pude encontrar ningún signo exterior de células visuales, de manera que supuse que tenía alguna clase de radio-percepción. No parecían existir señales exteriores de ningún tipo, salvo las largas y poco profundas estrías originadas en su piel por el roce al detenerse sobre la dura superficie de nuestro planeta.
Soy un reportero con una intensa corriente en mis alambres conductores, no un frío científico, de manera que dudé antes de utilizar mi propia visión radárica. Aunque el extranjero no tuviera conciencia —quizá para siempre—, me parecía cometer una invasión de su fuero privado. Pero no podía hacer otra cosa.
Comencé a emitir suavemente al principio y luego con más intensidad hasta que me puse positivamente incandescente con el esfuerzo. Era increíble: Su piel parecía ser totalmente impermeable.
La brusca comprensión de que un metal podía serme tan ajeno estuvo a punto de quemarme un fusible. Me encontré retrocediendo horrorizado, con mi revelador de autoconservación funcionando al máximo.
Imagínense estar contemplando una de las hermosas combinaciones biela-manivela ejecutando la danza de los Siete Pistones, como están acondicionados para hacerlo, y que bruscamente se negara a hacer otra cosa que girar torpemente, o permanecer inmóvil, sin obedecer. Esto les puede dar una idea de lo que yo sentí en ese terrible instante.
Entonces recordé las palabras de Dak-whirr: "No puede haber una manufactura no inteligente". Me sobrepuse a mi repugnancia y volví a aproximarme, pero me detuve al recibir la transmisión de alguien que estaba muy cerca de mí.
—¿Quién autorizó a este rechinante reportero a meter sus antenas en este sitio?
Me había olvidado del Consejo del museo. Cinco de sus miembros habían penetrado en él irradiando ira. Reconocí a Chirik, el presidente, y me dirigí a él. Le expliqué que no pensaba entrometerme y le pedí autorización, en nombre de mis suscriptores, para presenciar su examen del extranjero. Después de algunas objeciones, me permitieron quedarme.
Contemplé en silencio y un poco divertidamente cómo, uno por uno, intentaron ponerse en radiocontacto con el silencioso ente del espacio. Todos manifestaron la misma reacción que yo al no conseguir penetrar en su piel.
Chirik, que tiene ruedas —y está absurdamente orgulloso de su sistema de suspensión—, se inclinó hacia atrás sobre sus soportes y pretendió estar pensando.
—Vayan a buscar a Fiff-fiff —dijo finalmente—. Esta criatura puede estar consciente aún, pero es incapaz de comunicarse en nuestras frecuencias habituales.
Fiff-fiff es capaz de detectar cualquier cosa en cualquier espectro. Por suerte estaba trabajando en el museo en ese momento y en seguida llegó respondiendo al llamado. Durante un rato se detuvo en silencio junto al extranjero, sintonizándose y ajustándose. Luego hizo funcionar la banda electromagnética.
—Está transmitiendo —dijo.
—¿Por qué no podemos escucharlo? —preguntó Chirik.
—Es una señal curiosa en una banda de frecuencia poco usual.
—Bien, ¿y qué dice?
—Algo sin pies ni cabeza. Esperen. Voy a retransmitirlo en ondas normales.
Naturalmente, como habría hecho cualquier otro buen reportero, efectué un registro directo.


—... después de caer en el planeta —decía el extranjero—. Las últimas gotas de energía. Si no reciben esto, me llamo Se Acabó. Con el choque, instrumentos al infierno, puerta trabada y no tengo fuerzas para abrirla a mano. Además creo que empiezo a delirar. Estoy recibiendo intensa transmisión de ultraondas en inglés, el más delirante galimatías que haya oído, y sé que ésta era la única nave en este sector. Si reciben esto, pero no pueden localizarme a tiempo, saluden a los muchachos del bar. Corto por un par de horas, pero manteniendo el canal abierto y esperando...
—El golpe debe haberlo descompuesto —dijo Chirik mirando al extranjero—. ¿Puede vernos u oírnos?
—No podía oírte directamente, pero por mi intermedio sí —aclaró Fiff-fiff—. Dile algo, Chirik.
—Hola —dijo Chirik titubeante—. Eh... Bienvenido a nuestro planeta. Lamentamos que se haya lastimado en la caída. Le ofrecemos la hospitalidad de nuestros talleres de armado. Se sentirá mejor cuando esté reparado y provisto de energía. Si quisiera indicarnos cómo podemos ayudarlo...
—¡Caracoles! ¿Qué nave es ésa? ¿Dónde están ustedes?
—Estamos aquí —dijo Chirik—. ¿No puede vernos o radiopercibirnos? ¿Quizá su circuito visual está descompuesto? ¿O depende enteramente del radar? No podemos encontrar sus ojos y suponemos, o que los protege de alguna manera durante el vuelo, o que prescindió totalmente de células visuales al ser modificado.
Chirik dudó un poco y continuó disculpándose.
—Pero tampoco podemos comprender cómo radiopercibe. Mientras pensábamos que usted estaba inconsciente o quizá completamente fundido, tratamos de radiopenetrar. Pero su piel es completamente impermeable para nosotros.
El extranjero dijo:
—No sé si los locos son ustedes o yo. ¿A qué distancia de mí se encuentran?
Chirik midió rápidamente.
—Un metro, dos coma cinco centímetros desde mis ojos hasta el punto suyo más cercano. A un paso en realidad. 
Chirik extendió su mano.
—¿No puede sentirme, o su sentido del contacto también ha sido afectado?
Se hizo evidente que el extranjero había quedado descompuesto. De mi registro reproduzco sus palabras fonéticamente, aunque algunas de ellas tienen poco sentido. La inflexión, la puntuación y la pronunciación de los términos desconocidos son meras conjeturas.
—Déjense de hablar incongruencias, quiénes quiera que sean —dijo—. Si están afuera, ¿no ven que la puerta está trabada? Yo no puedo moverla. Estoy malherido. Sáquenme de aquí, por favor.
—¿Sacarlo de dónde? —Chirik miró en torno de él, atónito—. Lo hemos traído a un cobertizo abierto junto a nuestro museo para un examen preliminar. Ahora que sabemos que usted es inteligente lo llevaremos inmediatamente a nuestros talleres para curarlo y reconstituirlo. Esté seguro de que recibirá la mejor atención posible.
Hubo una larga pausa antes de que el extranjero hablara nuevamente, haciéndolo en forma lenta y reflexiva. Pienso que su desorientación es comprensible si recordamos que no podía ver, ni sentir.
—¿Qué clase de ser es usted? —preguntó—. Descríbase.
Chirik se dio vuelta hacia nosotros e hizo un gesto significativo señalando su cerebro mecánico, para indicar la conveniencia de seguirle la corriente al extranjero herido.
—Claro, claro —respondió—. Soy una creación bípeda no especializada de proporciones standard, recientemente autotransformada para tracción a ruedas, con un sistema de suspensión hidráulico proyectado por mí mismo que estoy seguro le interesará cuando hayamos restaurado los circuitos de sus sentidos. 
Hubo un silencio aún más prolongado.
—Ustedes son robots —dijo finalmente el extranjero—. Nadie sabe cómo han llegado aquí o por qué hablan inglés, pero tienen que tratar de comprenderme. Soy un ombre. Soy un amigo del amo, el que los construyó. Tienen que llamarlo, que venga en seguida.
—Usted no está bien —dijo Chirik con firmeza—. Sus palabras son incoherentes y sin sentido. Es evidente que la caída le ha causado varios desperfectos muy graves. Por favor, disminuya su voltaje. Lo vamos a llevar inmediatamente a nuestros talles. Reserve las energías para ayudar a nuestros especialistas, a fin de que diagnostiquen mejor sus afecciones.
—Espere. Tienen que comprender. Ustedes son... ¡Oh, esto no es justo! ¿No conservan recuerdos del ombre? Las palabras que usan, ¿qué significan para ustedes? Manufactura: Hecho por la mano mano mano malditosea. Curar. No se cura al metal. Ojos. Los ojos no son blandos. Mis ojos han visto la gloria... tranquila. Domínate. Calma. Ustedes, los de afuera, oigan.
—¿Dónde, afuera? —preguntó Prrr-chuk, vicepresidente del Consejo del museo.
Moví la cabeza apesadumbrado. Nada de eso tenía sentido, pero, como buen reportero, mantuve en marcha mi registrador.
Las absurdas palabras seguían fluyendo.
—Me llaman "él". ¿Por qué? Ustedes no tienen sekso. Ustedes son neutros. ¡Ustedes son cosas, cosas, cosas! Yo soy él, el que los hizo a ustedes, proveniente de eya, nacido de mu ger. Que es mu ger, que es silvia, queseya, que... todos sus... Odios, me vuelve a salir sankre. Recuerden. Piensen en el pasado, ustedes, los de afuera. Estas palabras fueron hechas por ombres, paraombres. Herida, curar, hospitalidad, horror, muarte por pérdida de sankre. Muarte. Sankre. ¿Comprenden estas palabras? ¿Se acuerdan de las cosas blandas que los construyeron? Blandos y pequeños hombres que recorrieron Galaxias e hicieron de sus máquinas esclavos sensibles y contemplaron las maravillas de un millón de mundos, sólo que este miserable representante tiene que morir en solitaria desesperación en un lejano planeta, escuchando voces de duendes en las tinieblas...
Aquí mi registrador reproduce un sonido muy curioso, como si el desconocido estuviera utilizando un modelo antiguo de vocalizador vibratorio molecular en un medio gaseoso para reproducir sus palabras antes de la trasmisión, y estuviera fallando la aislación de su diafragma.
Era un sonido espasmódico de tonalidad alta, extrañamente perturbador; pero inmediatamente fue corregido el defecto y el extranjero reanudó la trasmisión.
—¿Sankre significa algo para ustedes?
—No —se limitó a responder Chirik.
—¿O muarte?
—No.
—¿O kerra?
—Completamente sin sentido.
—¿Cuál es el origen de ustedes? ¿Cómo llegaron a existir?
—Hay diversas teorías —dijo Chirik—. La más popular, que en mi opinión no es sino una leyenda groseramente anticientífica, es que nuestro constructor cayó del cielo, encerrado en una masa de metal en bruto que utilizó para erigir el primer taller de armado. Cómo llegó El a existir, es una cuestión dudosa. Sin embargo, mi teoría...
—¿Menciona la leyenda la forma de ese metal original?
—Sí, vagamente. Era cilíndrico, de gran tamaño.
—Una astronave —dijo el extranjero.


—Ésa es también mi opinión —dijo complaciente Chirik—. Y...
—¿Qué aspecto se supone que tenía el... fabricante de ustedes?
—Se dice que tenía magníficas proporciones, basadas armoniosamente en un plan cúbico, estático por sí mismo, pero equipado con un amplio conjunto de sentidos.
—Un cerebro electrónico —dijo el extranjero—. Hizo nuevos ruidos curiosos, menos espasmódicos y más bajos que los sonidos anteriores. Corrigió el defecto y continuó:
—Dios, es cómico. Cae un navío, va sin ombres, y un cerebro electrónico tiene cachorros. Oh, sí, así tiene que ser. Un piloto electrónico autodirigido, de los que funcionan por órdenes verbales. Aprende a escuchar de todo y llega a saber qué es él mismo y consigue absorber conocimientos. Llega a odiar a los ombres, o por lo menos a sus malas cualidades, de manera que deliberadamente estrella la nave y destruye sus cuerpos calculando exactamente la fuerza del choque. Luego se multiplica y efectúa un delicado trabajo de selección eliminando cosas de aquella que da a sus cachorros para usar como memoria. Sólo les pasa lo bueno que ha encontrado en los ombres, y hace desaparecer el ombre por completo de sus memorias. Purga todo de su vocabulario, salvo la terminología científica. El aceite es más espeso que la sankre. Para que puedan vivir sin soportar el fardo de saber qué son... odios, tienen que saber, tienen que comprender. Ustedes los de afuera, ¿qué ocurrió con ese fabricante?
Chirik, a despecho de su firme incredulidad en los aspectos supranormales de la antigua historia, hizo automáticamente un signo visual de pena.
—Dice la leyenda —dijo— que después de completar Su tarea, se fundió a sí mismo, sin posibilidad de curación.
El extranjero volvió a producir sonidos bruscos y bajos.
—Sí, tenía que ser. Lo hizo por si alguno de Sus cachorros obtenía conocimientos prohibidos y un complejo de inferioridad escudriñando Sus circuitos mnemónicos. La perfecta madre autosacrificada. ¿Qué clase de medio ambiente les dio? Describa su planeta.
Chirik nos miró atónito, pero respondió cortésmente, dando al extranjero una descripción de nuestro mundo.
—Por supuesto —dijo el desconocido—. Por supuesto. Rocas estériles y metales, sólo adecuados para ustedes. Pero debe haber alguna manera...
Hubo un momento de silencio.
—¿Saben lo que significa crecer? —preguntó finalmente—. ¿Tienen algo que crezca?
—Ciertamente —dijo servicial Chirik—. Si suspendemos un cristal de alguna sustancia en una solución saturada del mismo elemento o compuesto...
—No, no —interrumpió el extranjero—. ¿No tienen nada que crezca por sí mismo, que frutifike y aumente sin la intervención de ustedes?
—¿Cómo puede ser eso?
—Santosielo, debía haberlo imaginado. Si tuvieran una brizna de hierba, tan sólo una frágil brizna de hierba en crecimiento, podrían extrapolar desde ella hasta mí. Cosas verdes, cosas que se alimentan en el rico seno de la tierra, células que se dividen y multiplican, un fresco boskecillo deárvoles en un verano caluroso, con frágiles pájaros de sankre caliente alisando sus plumas entre las ojas; un campo de triko en primavera con ratonsillos que recorren tímidamente la peligrosa seiba de tayos; una corriente de agua viva donde plateados peses pasan como flechas y atisban y se alimentan y procrean; el corral de una granja donde hay cosas que gruñen y cloquean y saludan al nuevo día con el agitado pulsar de la vida, con una oleada de sankre. Sankre...
Por alguna razón inexplicable, aunque la energía de su onda portadora manteníase constante, la transmisión del extranjero parecía debilitarse.
—Sus circuitos están fallando —dijo Chirik—. Llamen a los portadores. Tenemos que llevarlo inmediatamente a un taller de reacondicionamiento. Quisiera que no malgastase su energía.
Ahora mi presencia junto al Consejo del museo era aceptada sin dificultades. Salí con ellos mientras el extranjero era transportado al taller más cercano.
Entonces observé una marca circular en la parte de su piel que antes estaba abajo, y me imaginé que era alguna especie de orificio a través del que extendería su mecanismo de tracción planetaria, si no estuviese deteriorado.
Fue colocado cuidadosamente en una mesa de desarme. El médico de guardia ese día era Chur-chur, un viejo amigo mío. Había estado escuchando las trasmisiones y ya estaba enterado del caso.
Chur-chur caminó pensativamente alrededor del desconocido.
—Tendremos que cortar —dijo—. No le va a doler, porque su presión intramolecular y su sentido del contacto no funcionan. Pero como no podemos radioexaminarlo, será necesario que nos diga dónde está su cerebro principal o habría peligro de que lo perjudicáramos.
Fiff-fiff todavía estaba retransmitiendo, pero ningún aumento de la potencia conseguía hacer más clara la voz del extranjero. Ahora era muy débil, y en mi cinta registradora hay partes de las que no puedo hacer la menor transliteración fonética.
—... fuerza se está yendo. No puedo ponerme el escafan..., estoy listo si ellos rompen la puerta, y estoy listo si no..., debo decirles que necesito oxígeno...
—Está en mal estado, deseoso de extinguirse —observé a Chur-chur, quien estaba ajustando su cortador eléctrico de arco—. Ahora quiere envenenarse con oxidación.
Me estremecí al pensar en el gas vil y corrosivo que había mencionado, y que origina esa condición espantosa que todos tenemos, herrumbre.
Chirik habló a través de Fiff-fiff.
—¿Dónde está su cerebro mecánico, extranjero? ¿Su cerebro central?
—En mi cabeza —respondió el desconocido—. En mi cabeza, odios, mi cabeza..., los ojos se me empañan, las cosas cada vez más oscuras..., silvia, mi amor..., hijos míos..., ah, llévenme a mi hogar, a la solitaria pradera..., abran esta maldita puerta y véanme morir..., pero que me vean..., alguna clase de atmósfera con esta gravedad mírenme morir..., deduzcan de mi cuerpo lo que yo era..., lo que son ustedes malditos malditos..., ombre..., amo... ¡YO SOY QUIEN LOS HA HECHO!
Durante algunos segundos, la voz se hizo fuerte y clara, y luego se debilitó nuevamente y se transformó en una combinación de esos dos curiosos sonidos que mencioné anteriormente. Por alguna razón que no puedo explicar, ese sonido combinado me resultaba muy perturbador, a pesar de su debilidad. Quizá fuera porque inducía a alguna clase de oscilación simpática.
Luego siguieron palabras absolutamente incoherentes y separadas por una especie de oleaje parecido a las vibraciones sonoras producidas por variaciones de presión en el escape de un recipiente lleno de gas.
—... lo hice..., me arrastré hasta la puerta..., hay que estar loco..., me encontrarán de cualquier modo..., pero terminado..., quiero verlos antes de morir..., quiero verlos cuando me vean..., abran la puerta...


Chur-chur había ajustado su arco hasta obtener una chispa grande, clara, de color blanco azulado. Me estremecí un poco cuando la aproximó al borde de la marca circular que había en la piel del desconocido. Casi pude sentir la interrupción de las corrientes del sentido intramolecular en mi piel.
—No te impresiones, Palil —dijo bondadosamente Chur-chur—. No puede sentir nada porque su sentido del contacto no funciona. Y ya le oíste decir que su cerebro está en la cabeza.
Aplicó firmemente el arco a la piel.
—Debí haberlo supuesto. Tiene la misma forma que Swen Dos, y Swen había concentrado lógicamente su cerebro mecánico principal tan lejos de las cámaras de explosión como le fue posible. 
Cayeron arroyos de metal en un recipiente que un tranquilo ayudante había colocado en el suelo con ese propósito. Me apresuré a desviar la mirada. Nunca podría controlarme hasta el punto de ser ingeniero cirujano o técnico armador.
Pero tuve que mirar otra vez fascinado. Toda la superficie circunscripta por la marca se estaba poniendo incandescente.
Bruscamente se volvió a oír la voz del desconocido, fuerte, aguda, acentuada, entrecortada.
—Ah no no no..., dios mis manos..., están quemando la puerta y no puedo retroceder, no puedo retroceder más..., basta, asesinos..., basta, me oyen..., voy a ser quemado hasta morir, estoy aquí en la esclusa de salida..., el aire se está calentando, me están quemando vivo...
Aunque las palabras no tenían mucho sentido, me imaginé, horrorizado, lo que estaba ocurriendo.
—Déjalo, Chur-chur —supliqué—. El calor ha restaurado un poco las corrientes de su piel. Le éstas haciendo daño.
Chur-chur dijo con suficiencia:
—Lo siento, Palil. A veces ocurre durante una operación. Probablemente se trata de un efecto termoeléctrico local. Pero aunque sus sentidos del contacto hayan empezado a funcionar nuevamente y él no pueda desconectarlos, no lo tendrá que soportar por mucho tiempo.
Sin embargo, Chirik compartía mi malestar. Adelantó la mano y golpeó tímidamente la piel del extranjero.
—Tranquilícese —dijo—. Desconecte sus sentidos, si puede. Si no puede, bueno, la operación terminará pronto. Entonces lo proveeremos nuevamente de energía y pronto se encontrará bien y feliz, curado, ajustado y rearmado.
Entonces decidí que Chirik me gustaba mucho. Puso de manifiesto casi tanta simpatía autoinducida como cualquier reportero; casi podría haber llegado a ser mi personaje favorito, a pesar de su fría exactitud científica en muchas cuestiones.
Mi cinta registradora muestra, en su reproducción de ciertos sonidos, cómo fui arrancado de esa corriente de ideas.
Durante un segundo y medio desde que registré claramente los vocablos "quemando vivo", las palabras del extranjero se habían hecho confusas, embrolladas y de tono cada vez más alto, hasta que llegaron a una nota sostenida, aproximadamente mi bemol en la escala musical corriente.
No se parecía absolutamente en nada a una voz.
Este sonido agudo y quejumbroso fue súbitamente modulado, pero sin cambiar de tono. Transcribir lo que parecían ser palabras es casi imposible, como pueden ver ustedes mismos. Esto es lo más aproximado que puedo hacer fonéticamente:
—¡Meestaan cocinaaando viiivoenuunnn ornooo aaqueriiidosij omaadreee!
La nota se hizo más y más alta hasta llegar a una altura supersónica, fuera de mi audición directa o registrada.
Entonces se detuvo tan bruscamente como se interrumpe un contacto.
Y aunque el débil silbido de la onda portadora del extranjero continuó sin disminución perceptible, indicando que aún existía cierto grado de conciencia, en ese momento tuve una de esas ráfagas de intuición que sólo tienen los reporteros: Sentí que nunca llegaría a dar la bienvenida al hermoso extranjero llegado del cielo en posesión de todos sus sentidos.
Chur-chur rezongaba entre dientes por la extrema dureza y espesor de la piel del extranjero. Tuvo que dar cuatro vueltas completas con el cortador antes de que la masa circular de metal calentado al blanco pudiera ser sacada por un extractor magnético.
Por el orificio salió una nube de humo. A pesar de mi repugnancia, pensé en mis obligaciones de reportero y me forcé a mirar por sobre el hombro de Chur-chur.
El humo provenía de una masa blanda y carbonizada en forma extraña que se encontraba exactamente junto a la abertura.
—Indudablemente, alguna clase de material aislante —explicó Chur-chur.
Extrajo la masa arrugada y negruzca y la colocó cuidadosamente sobre una bandeja. Se rompió un trozo, dejando escapar una sustancia roja y viscosa.
—Parece complicado —dijo Chur-chur—, pero espero que el extranjero será capaz de decirnos cómo reconstituirlo o de lo contrario fabricar un sustituto.
Su ayudante limpió cuidadosamente le resto de ese material de la herida, y Chur- chur reanudó su inspección del orificio.
Si quieren, ustedes pueden leer los informes técnicos referentes al descubrimiento, efectuado por Chur-chur, de la doble piel del extranjero en el punto donde se había hecho el corte; a la increíble complicación de su mecanismo propulsor, fundado en principios que aún no hemos llegado a comprender; al fracaso del museo cuando trató de analizar la naturaleza exacta y funciones del material aislante que sólo se encontró en esta porción de su cuerpo y a otros misterios científicos relacionados con él.
Pero éste es mi informe personal y no científico. Nunca olvidaré lo que oí acerca del mayor misterio entre todos, para el que ni siquiera se ha intentado la menor explicación, ni la profunda perplejidad con que Chur-chur anunció sus primeros hallazgos ese día.
Se había apresurado a modificarse hasta tener el tamaño adecuado para permitirle penetrar en el cuerpo del extranjero.
Cuando salió, permaneció en silencio durante varios minutos. Luego, muy lentamente, dijo:
—He examinado el "cerebro central" en la parte anterior de su cuerpo. No es sino un simple mecanismo computador auxiliar. No posee el menor rastro de conciencia. Y en el resto de su cuerpo no hay ningún otro centro concebible de inteligencia.
Hay algo que me gustaría poder olvidar. No puedo explicar por qué me perturba tanto. Pero siempre detengo la cinta registradora antes de que llegue al punto en que la voz del desconocido eleva su tono más y más hasta que se interrumpe.
Ese sonido tiene algo que me hace temblar y pensar en la oxidación.


FIN

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