2024/09/02

Meteoro (John Wyndham)


Título original: Phoney meteor (Meteor)
Año: 1941


La casa se estremeció, las ventanas trepidaron, una fotografía enmarcada cayó desde la repisa de la chimenea al hogar. Un estrépito que se oyó en algún lugar del exterior llegó justamente a tiempo para ahogar el del cristal al romperse. Graham Toffts dejó cuidadosamente la copa sobre la mesa y secó el jerez que se le había derramado sobre los dedos.
—Estas cosas nos recuerdan tiempos pasados —observó—. ¿Crees que esto es el principio de la próxima guerra?
Sally denegó con la cabeza y al hacerlo le brilló el cabello bajo la luz de la lámpara.
—No lo creo. Por lo menos no son como los de antes; en general llegaban con una especie de doble estampido —dijo.
Fue hacia la ventana y apartó las cortinas. En el exterior había una oscuridad absoluta y sólo se veía el gotear de la lluvia en los cristales.
—¿Podría ser uno experimental que se hubiese desviado? —sugirió.
En el vestíbulo sonaron pasos. Se abrió la puerta y asomó la cabeza de su padre.
—¿Han oído eso? —preguntó sin ninguna necesidad—. Creo que fue un meteoro pequeño. Me parece haber visto un ligero resplandor en el campo de detrás del huerto.
Se retiró y Sally fue tras él. Graham, al seguirla con más tranquilidad la encontró cogiendo firmemente el brazo de su padre.
—No —estaba diciendo con decisión—. No quiero que la cena tenga que esperar y se estropee. Lo que sea, allí estará.
Mister Fontain la miró y luego a Graham.
—Mandona —dijo—, es demasiado mandona. Siempre lo ha sido. No puedo comprender por qué te quieres casar con ella.
Después de cenar salieron a buscarlo con lámparas eléctricas. No hubo dificultad en localizar la escena del impacto; casi en la mitad del campo había aparecido un cráter pequeño de unos tres metros de diámetro. Lo contemplaron sin ver nada más, mientras Mitty, el terrier de Sally, olfateaba la tierra revuelta. Fuera lo que fuese lo que lo había originado lo más probable es que estuviese enterrado en el centro.
—Sin duda alguna es un meteorito pequeño —dijo mister Fontain—. Mañana haré que lo desentierren.

Extracto del diario de Onns:
Como introducción a las notas que quiero tomar, me parece que lo mejor que puedo hacer es sintetizar el discurso que nos dirigió Su Excelencia Cottafats el día anterior al de nuestra partida de Forta. En contraste con la despedida oficial, esta reunión fue lo menos ceremoniosa posible.
Casi en sus primeras palabras, Su Excelencia hizo resaltar que aunque teníamos dirigentes a efectos de la administración, entre nosotros no había nadie de categoría inferior.
—No hay ni uno solo de ustedes, hombres y mujeres de Forta, que no sea voluntario —dijo mirando lentamente en torno a su enorme auditorio—. Como son individuos, las emociones que les pueden haber impulsado a ofrecerse variarán entre amplios límites; pero por personal o altruista que haya sido lo que les impulse, para todos hay un denominador común, que es la determinación de que nuestra raza debe sobrevivir.
»Mañana partirán los Globos.
»Si Dios quiere, mañana, la habilidad y la ciencia de Forta, atravesarán los peligros de la naturaleza.
»Desde un principio, la civilización ha consistido en la habilidad de coordinar y dirigir las fuerzas naturales y esta dirección, una vez comenzada, debe mantenerse constantemente. En Forta ha habido otras especies dominantes antes que la nuestra; no estaban civilizados y no dirigían la naturaleza; se doblegaron y murieron. Pero nosotros, hasta ahora, hemos podido hacer frente a los diferentes cambios y nuestra cultura es floreciente.
»Es más, florecemos y prosperamos en un número tal que la naturaleza no dirigida no hubiera podido mantener nunca. En el pasado hemos ido superando un problema tras otro para que esto fuera posible, pero ahora nos encaramos con el mayor de todos. Nuestro mundo, Forta, está decayendo, pero nosotros no. Somos como espíritus todavía jóvenes en un cuerpo caduco…
»Durante siglos hemos proseguido adaptándonos, sustituyéndonos y cambiándonos, pero la trampa se está cerrando y poco podemos hacer para mantenerla abierta. En consecuencia, es ahora, cuando todavía somos jóvenes y fuertes, que debemos encontrar una solución y buscarnos un nuevo hogar.
»No dudo de que todavía habrá bisnietos de los bisnietos de la presente generación, pero para ellos la vida será más dura: Tendrán que trabajar más sólo para mantenerse vivos. Por esta razón, los Globos tienen que partir ahora, cuando todavía tenemos fuerzas y riquezas de sobras.
»Y a ustedes, los que deben partir, ¿qué voy a decirles? Hasta las conjeturas son vanas. Los Globos partirán hacia todos los puntos del Universo y en donde aterricen quizás encuentren algo o no encuentren nada. Toda nuestra habilidad y nuestra ciencia se aunarán para establecer sus cursos. Pero una vez hayan partido, todo lo que podremos hacer será rogar para que ustedes, que son nuestra semilla, encuentren terreno fructífero.
Hizo una larga pausa y luego continuó:
—Ya conocen su cometido, pues en otro caso no se hubieran ofrecido voluntarios. Sin embargo, nunca llegarán a saberlo del todo ni a enseñarlo con demasiada frecuencia. En las manos de todos y cada uno de ustedes se encuentra toda una civilización. Cada uno de ustedes es simultáneamente receptáculo y fuente en potencia de todo la que significa Forta. Ustedes tienen la historia, la cultura y la civilización de un planeta; úsenla bien y denla también a los demás en lo que les pueda ayudar. Traten de aprender de los demás y mejorarlos si es posible. No traten de conservarlas intactas, porque una cultura, para poder vivir, tiene que crecer. Para los que se aferran con demasiada fuerza al pasado, lo más probable es que no haya futuro. Recuerden que es muy posible que no haya vida inteligente en todos los rincones del universo; esto significa que a algunos de ustedes se les confía no sólo la herencia de nuestra raza sino también las esperanzas de toda la vida consciente que se pueda llegar a desarrollar.
»En consecuencia, partan. Partan en paz, con la verdad, conciencia y buena voluntad.
»Nuestras plegarias los acompañarán a los misterios del espacio.
He mirado de nuevo por el telescopio a nuestro nuevo hogar. Creo que nuestro grupo es afortunado. Es un planeta ni demasiado joven ni demasiado viejo. Las condiciones de observación eran mejores que anteriormente, con menos nubes en la superficie. Brilla como una perla azul. Una gran parte de lo que vi estaba cubierto por agua, unos dos tercios de su superficie, según me dicen, están cubiertos por el agua. Irá bien esto de estar en un lugar en que la irrigación y el suministro de agua no sean uno de los problemas principales de la vida. Sin embargo, esperamos poder aterrizar en tierra firme o habrá grandes dificultades.
También he mirado a algunos de los lugares a los que irán destinados otros Globos, algunos pequeños, otros grandes, unos nuevos y otros que con la superficie cubierta por las nubes son un misterio. Uno de ellos, por lo menos, es viejo y no está mucho mejor que nuestro pobre Forta, aunque los astrónomos dicen que puede servir de sostén a la vida durante varios millones de años. Pero me alegro de que nuestro grupo vaya al resplandeciente mundo azul; me parece que nos llama y esto me ayuda a aquietar mis temores por el viaje.
No es que actualmente me preocupe mucho el miedo; durante el pasado año he aprendido algo sobre el fatalismo. Partiré en el Globo y el gas anestésico me adormecerá sin que me dé cuenta. Cuando me despierte otra vez, estaré en el nuevo mundo resplandeciente… Si no me despierto será que algo ha funcionado mal, pero yo nunca lo sabré.
En realidad es muy sencillo, si se tiene fe.
Esta tarde he ido a mirar los Globos; a contemplarlos de una manera objetiva por última vez. Mañana, con la agitación y los preparativos, no habrá tiempo para reflexionar y así será mejor.
¡Qué obra tan asombrosa! Casi se podría decir que es imposible que se hayan construido. Su montaje implica más trabajo del que se puede contar. Más parece que van a aplastar la tierra y hundirse en el mismo Forta que sean capaces de volar por el espacio. ¡Los objetos más macizos que se han construido jamás! Me parece casi imposible creer que hayamos podido erigir estas treinta montañas de metal y, sin embargo, ahí están, listas para mañana.
Y algunas de ellas se perderán.
¡Oh, Dios! Si la nuestra sobrevive, no nos dejes olvidar. Haz que seamos dignos de este esfuerzo supremo.
Es muy posible que éstas sean las últimas palabras que escribo. Si no es así, será en un nuevo mundo y bajo un cielo extraño que continuaré.

—No debería usted haberlo tocado —dijo el inspector de policía moviendo la cabeza—. Debería haberlo dejado allí hasta que las autoridades indicadas lo hubiesen inspeccionado.
Mister Fontain inquirió fríamente:
—¿Quiénes son las autoridades indicadas para la inspección de meteoritos?
—Esto no importa. Usted no podía tener la seguridad de que era un meteorito y en estos días pueden caer del cielo muchas cosas que no sean meteoritos. Incluso ahora que ya lo han sacado, tampoco pueden estar seguros.
—No parece que sea otra cosa.
—Igualmente tendrían que habérnoslo dejado a nosotros. Puede ser algún aparato que todavía esté en la lista secreta.
—Naturalmente, la policía sabe perfectamente cuáles son las cosas que están en la lista secreta, ¿no es así?
A Sally le pareció que ya era hora de que interviniese.
—Bueno, ahora ya sabemos lo que tenemos que hacer la próxima vez que caiga un meteorito, ¿verdad? Me parece que lo mejor será que vayamos a verlo. Está en el cobertizo; no tiene aspecto de un arma secreta.
Los precedió por el patio y continuó hablando para impedir que su padre y el inspector de policía se enzarzasen en otra discusión.
—Casi no se hundió nada, de manera que los hombres llegaron pronto hasta él; tampoco estaba lo caliente que suponíamos y lo pudieron manejar con facilidad.
—No dirías "con facilidad" si hubieses oído los juramentos que lanzaban debido a su peso —observó el padre.
—Aquí está —dijo Sally haciendo entrar a los otros tres en un cobertizo de un solo piso que olía a almizcle.
El meteorito no tenía nada de impresionante. Estaba colocado en medio del suelo de tablas y sólo era una esfera de aspecto metálico, picada y áspera, de unos sesenta centímetros de diámetro.


—Como arma, lo único que me recuerda es una bala de cañón —dijo mister Fontain.
—Son las órdenes —replicó el inspector—. Nos han indicado que cualquier objeto misterioso que caiga del cielo tiene que permanecer donde esté sin que nadie lo toque hasta que lo haya visto un experto del Ministerio de la Guerra. Ya les hemos informado y no deben tocarlo hasta que lo hayan inspeccionado.
Graham, que hasta entonces no había tomado parte en la conversación, se adelantó y puso la mano sobre el meteorito.
—Ya está casi frío —informó—. ¿De qué estará hecho? —añadió con curiosidad. 
Mister Fontain se encogió de hombros.
—Probablemente es un trozo cualquiera de hierro meteórico. Lo único que me parece extraño es que no estallara al caer. Si es un arma secreta no me parece muy eficaz.
—No importa. Tengo que ordenarles que no lo toquen hasta que llegue el experto —indicó nuevamente el inspector.
Empezaron a regresar al patio, pero en el umbral se detuvo.
—¿Qué es este siseo? —preguntó sin moverse.
—¿Siseo? —repitió Sally.
—Una especie de ruido silbante. ¡Escuchen!
Se quedaron inmóviles mientras el inspector tenía la cabeza ligeramente ladeada. No se podía negar que había un sonido ligero pero persistente que casi no se podía oír. Era difícil de localizar. Por un impulso común todos miraron inseguros a la esfera. Graham dudó y luego volvió a entrar. Se inclinó sobre ella con la oreja derecha apoyada en la superficie.
—Sí —afirmó—, aquí es.
Luego se le cerraron los ojos y se tambaleó. Sally corrió hacia delante y lo cogió antes de que llegase al suelo. Los otros la ayudaron a llevarlo afuera. Al aire fresco se reanimó casi en seguida.
—¡Es extraño! ¿Qué me ha pasado? —preguntó.
—¿Está seguro de que el sonido proviene de esa cosa? —preguntó el inspector.
—Desde luego, no hay lugar a dudas.
—¿No notó un olor extraño? 
Graham levantó las cejas:
—¡Ah! ¿Quiere decir gas? No, me parece que no.
—Hum —dijo el inspector y mirando triunfalmente al anciano, añadió—: ¿Es normal que los meteoros siseen?
—¡Ejem!, en realidad no lo sé, pero me parece que no —admitió mister Fontain.
—Bueno, pues en estas circunstancias me parece preferible que nos retiremos a un lugar abrigado en el otro lado de la casa, por si acaso, mientras esperamos a que llegue el experto —anunció el inspector.

Extracto del diario de Onns:
Estoy asombrado. Acabo de despertarme. ¿Habrá ocurrido o será que no hemos llegado a salir? No puedo decirlo. ¿Hace una hora, un día, un año o un siglo que entramos en el Globo? No, no puede haber sido hace una hora; estoy seguro de ello por el cansancio de las piernas y el dolor que siento en todo el cuerpo. Nos habían advertido que:
—No sabrán nada —dijeron—, hasta que todo haya terminado. Luego se sentirán físicamente cansados porque sus cuerpos habrán estado sometidos a grandes esfuerzos. Esto pasará pronto, pero les daremos algunas cápsulas de alimento concentrado y estimulantes para ayudarles a sobreponerse a los efectos con más rapidez.
Me he tomado una cápsula y noto que ya me hace efecto, pero incluso así se me hace difícil pensar que ya ha pasado todo.
Parece que hace muy poco tiempo que trepamos por el largo pasadizo hasta el interior del Globo y nos distribuimos en el interior según las instrucciones que nos habían dado. Cada uno de nosotros encontró su compartimiento elástico y se arrastró hasta el interior. Abrí la válvula que hinchaba el espacio entre las paredes interiores y exteriores de mi compartimiento. A medida que el recubrimiento se distendía me sentí elevado sobre un colchón de aire. La parte superior empezó a abultarse hacia abajo y los costados a cerrarse. Así esperé, aislado contra los choques en todas direcciones.
Esperar, pero ¿qué? Todavía no puedo decirlo. En un momento dado, al parecer, estoy estirado, fresco y fuerte: al siguiente, cansado y dolorido.
Solamente esto me puede indicar que acaba de terminar una vida y que otra nueva empieza. Mi compartimiento se ha deshinchado. Las bombas han cambiado el gas por aire fresco. Esto quiere decir que ahora nos encontramos en aquel magnífico planeta de color azul resplandeciente y que Forta sólo es una motita en nuestro nuevo cielo.
Sabiendo esto, me siento diferente. Toda mi vida pasada he estado en un planeta moribundo donde nuestro mayor enemigo era el descorazonamiento mortal. Pero ahora me siento rejuvenecido; aquí habrá trabajo, esperanza y vida, hay que construir un mundo y un futuro para él.
Oigo los taladros que nos están abriendo camino al exterior. No tengo ni idea de lo que allí encontraremos. Tendremos que observarnos con cuidado y de cerca. Si nos enfrentamos con condiciones duras nos resultará más fácil conservar la fe que si encontramos la abundancia. Pero sea lo que sea este mundo, hay que mantener la fe. Somos los conservadores de un millón de años de historia, un millón de años de conocimientos que hay que preservar.
Sin embargo, tal como dijo Su Excelencia, también tenemos que estar listos para adaptarnos. ¿Quién puede decirnos las formas de vida que ya hay aquí? Apenas es dable encontrar conciencia verdadera en un planeta tan joven, pero ya deben haberse presentado las primeras muestras de vida inteligente. Tendremos que buscarlas y cultivarlas. Quizá difieran de nosotros, pero debemos tener en cuenta que éste es su mundo y hay que ayudarlos en lo que podamos. Debemos recordar que sería una maldad el frustrar incluso una forma extraña de vida en su propio planeta. Si hallamos algún ser de estos, nuestra tarea consistirá en enseñar, aprender, cooperar con ellos y quizás algún día podamos llegar a conseguir una civilización mayor que la del mismo Forta.

—Sargento Brown —dijo el inspector—, dígame, ¿qué está usted haciendo con esto?
El sargento de policía sostenía el fláccido cuerpo del animal colgando de la cola.
—Es un gato, señor.
—Ya lo veo.
—He creído que, quizás, el experto del Ministerio querría examinarlo, señor inspector.
—¿Y por qué cree usted, sargento, que el Ministerio de la Guerra pueda estar interesado en los gatos muertos?
El sargento se explicó. Había decidido entrar en el cobertizo arriesgándose, para tomar nota de los acontecimientos, si es que los había. Recordando la sugerencia del inspector sobre los gases, se había atado una cuerda a la cintura para que lo pudiesen arrastrar hacia atrás si se desmayaba y entró a gatas, manteniéndose lo más bajo posible. Sin embargo, estas precauciones resultaron innecesarias. El siseo había cesado y era evidente que el gas se había dispersado; pudo aproximarse a la esfera sin notar absolutamente nada. Sin embargo, cuando su oreja casi la tocaba, oyó un zumbido débil.
—¿Zumbido? —repitió el inspector—. Usted quiere decir un siseo.
—No, señor; un zumbido —hizo una pausa hasta que se le ocurrió algo similar—. A mi modo de ver lo que se le parece más es el sonido que produce una sierra circular, pero como si la oyese a mucha distancia.
Deduciendo de ello que aquella cosa, fuese lo que fuere, todavía estaba en actividad, el sargento ordenó a los guardias que se pusiesen a cubierto tras un talud de tierra y durante la siguiente hora y media él mismo entró en el cobertizo varias veces, pero no observó ningún cambio.
Había visto al gato deambulando por el patio en el momento en que se sentaban para tomar unos bocadillos y que olfateaba por la puerta del cobertizo, pero no se preocupó por él. Media hora más tarde, al terminar de comer y después de haber fumado un cigarrillo, fue allá para echar otra ojeada y descubrió al gato que yacía junto al meteorito. Al sacarlo se dio cuenta de que estaba muerto.
—¿Gaseado? —preguntó el inspector. El sargento denegó con la cabeza.
—No, señor; eso es lo raro.
Dejó el cuerpo del gato en la parte superior de una valla próxima, y le dio la vuelta a la cabeza para poner al descubierto la parte inferior de la mandíbula. Un pequeño círculo de la negra piel estaba quemado y en el centro de la quemadura había un agujero diminuto.


El inspector tocó la herida y luego se olió el dedo.
—La piel está quemada, de eso no hay duda, pero no huele a humos explosivos —afirmó.
—Esto no es todo, señor.
El sargento le dio la vuelta a la cabeza para revelar otro agujero y quemadura exactamente iguales en la coronilla. Luego sacó del bolsillo un trozo recto de alambre delgado y lo introdujo en el agujero de la barbilla hasta que salió por el otro agujero en la parte superior de la cabeza.
—¿Qué le parece esto, señor? —preguntó.
El inspector frunció el entrecejo. Un arma de calibre diminuto hubiera podido causar una de las heridas, pero tanto la una como la otra parecían el agujero de entrada y salida del mismo proyectil. Pero una bala no salía dejando un agujero tan limpio como aquél, ni chamuscaba el pelo en derredor. Según todas las apariencias tendrían que haber disparado dos balas microscópicas exactamente en la misma línea desde encima y desde debajo de la cabeza, lo que no tenía sentido.
—¿Tiene usted alguna teoría? —le preguntó al sargento.
—Estoy a oscuras, señor —le replicó el otro.
—¿Qué pasa con aquello, ahora? —preguntó el inspector—. ¿Todavía está zumbando?
—No, señor. Cuando entré y descubrí el gato no se oía absolutamente nada.
—Bueno —observó el inspector—, me parece que ya es hora de que llegue el experto del Ministerio.

Extracto del diario de Onns:
¡Este es un lugar terrible! Parece como si nos hubiesen condenado a un infierno fantástico. ¿Puede ser éste el bello planeta azul que parecía llamarnos tan amistosamente? No podemos comprenderlo, estamos confundidos, nuestras mentes estremecen por el horror de este lugar. Nosotros, la flor de la civilización, tenemos que agacharnos ante las horribles monstruosidades que se nos enfrentan. ¿Cómo podemos esperar llegar a instaurar el orden en un mundo como éste?
Estamos ahora escondidos en una oscura caverna, mientras Iss, nuestro jefe, celebra consultas para decidir lo que hay que hacer. Ni uno solo de nosotros le envidia su responsabilidad. ¿Es acaso posible prever algo, no sólo contra lo desconocido, sino también contra lo increíble? Novecientos sesenta y cuatro de nosotros dependemos de él. Había un millar, pero nuestro número se redujo de la siguiente manera:
Oí que se paraba el taladro y luego que lo desmontaban y retiraban de la larga perforación que había efectuado. Poco tiempo después se oyó la llamada de reunión. Salimos de nuestros compartimientos, recogimos nuestros efectos personales y nos encontramos en el vestíbulo central. Sunss, que entonces era nuestro jefe, pasó lista. Respondieron todos excepto cuatro pobres sujetos que no pudieron aguantar el esfuerzo del viaje. A continuación Sunss nos dirigió una breve arenga.
Nos recordó que lo que se había hecho era irrevocable. Nadie sabía todavía qué era lo que nos esperaba en el exterior del Globo. Si por casualidad sucedía que nuestro grupo se dividía, cada una de las partes debía elegir su jefe y actuar independientemente hasta que se volviese a establecer el contacto con el resto.
—Necesitamos valor a largo plazo, no hazañas —nos dijo—. No quiero héroes. Siempre tenemos que pensar en nosotros como en la semilla para el futuro, y todos los granos de esta semilla son preciosos.
Volvió a recalcar la responsabilidad que nos atañía a todos.
—No sabremos, ni ahora ni nunca, qué les ha sucedido a los restantes Globos. En consecuencia, tenemos que actuar como si sólo hubiésemos sobrevivido nosotros y como si todo el prestigio de Forta estuviese en nuestras solas manos.
Fue él el primero en entrar en el pasadizo recién abierto y el primero que posó sus plantas en la nueva tierra. Yo le seguí con el resto poseído de un conflicto de sensaciones tal que nunca lo había experimentado en el mismo grado.
¿Cómo podré describir este mundo al que acabamos de emerger con todas sus cualidades extrañas?
Para empezar de una vez, era lúgubre y sombreado aunque no era de noche. La luz provenía de un panel grande de color gris, situado a gran altura en el oscuro cielo. Desde donde estábamos parecía trapezoidal, pero creo que debe ser un efecto de perspectiva y que en realidad es cuadrado dividido en dos por dos barras oscuras, formando cuatro cuadrados pequeños. En la lobreguez que había sobre nuestras cabezas se podían distinguir una serie de líneas ligeramente más oscuras que se cortaban según ángulos extraños. No soy capaz de adivinar lo que significan.
El terreno en que nos encontrábamos no se parece a nada que conozca. Era una vasta llanura uniforme, pero cubierta por pequeñas rocas sueltas. Los caballones parecían como estratos colocados de lado en lugar de estar uno encima de otro. Todos estaban colocados en la misma dirección y se perdían en la distancia, hundiéndose en la lobreguez que nos rodeaba por todas partes. Cerca de nosotros había una grieta, ancha como mi propia altura, que también se extendía en ambos sentidos siguiendo una línea recta perfecta. A una distancia considerable de ella, había otra exactamente paralela a la primera, más allá una tercera y atisbos de una cuarta.
El hombre que se encontraba a mi lado estaba muy nervioso. Murmuró algo de un mundo geométrico alumbrado por un sol cuadrado.
—¡Tonterías! —le dije con sequedad.
—¿Entonces cómo te lo explicas? —preguntó.
—Yo no me apresuro a hacer deducciones rápidas y fáciles —le dije—. Observo y cuando después he reunido suficientes datos saco conclusiones.
—¿Qué es lo que deduces de un sol cuadrado? —me preguntó; pero no le hice caso.
Pronto nos reunimos todos en el exterior del Globo esperando a que Sunss nos diese instrucciones. Estaba a punto de empezar a hablar cuando le interrumpió un ruido extraño, una especie de suave golpear almohadillado, acompañado en algunas ocasiones por sonido de rascar o arañar. El conjunto resultaba algo ominoso y durante un momento todos nos quedamos helados por la aprensión. Luego, antes de que pudiéramos movernos, apareció un monstruo espantoso detrás de nuestro Globo.
Todos los relatos de los viajeros que conocemos por la historia palidecen ante la realidad de lo que encontramos. Nunca hubiera creído que aquel ser pudiera existir de no haberlo visto. Lo que primero vimos de él fue una cara enorme que asomaba por un costado del Globo a gran altura por encima de nosotros. Su vista hizo estremecer a los más valientes.
Además, era negro, de manera que en la oscuridad era difícil precisar su perfil, pero en la parte superior se ensanchaba y por encima de la cabeza en sí, pudimos atisbar dos orejas erguidas y puntiagudas. Nos miró desde arriba por medio de dos grandes ojos resplandecientes que parecían algo oblicuos.
Durante un momento se quedó inmóvil, luego los grandes ojos parpadearon y se acercó. Las patas que vimos eran como pilares macizos y, sin embargo, se movían con una destreza y control que resultaban asombrosos en algo tan grande. Ambas patas y pies estaban cubiertas por fibras colocadas muy juntas, que parecían tiras de metal negro resplandeciente. Dobló las patas e inclinó la cabeza para mirarnos y el temible hedor de su aliento sopló sobre todos nosotros. Vista de cerca, la cara todavía resultaba más alarmante. Abrió una boca como una caverna y una enorme lengua rosada salió y volvió a entrar. Sobre la boca había enormes espinas puntiagudas colocadas lateralmente y que temblaban. Los ojos, que estaban fijos sobre nosotros, eran fríos, crueles y sin inteligencia.


Hasta entonces habíamos estado como helados, pero en aquel momento el pánico se apoderó de algunos de nosotros. Los que estaban más próximos a él retrocedieron a toda prisa y hacia ellos se movió como un relámpago uno de los monstruosos pies; seguidamente se abatió una enorme garra negra con largas uñas, que salieron de pronto. Cuando se apartó, veinte de nuestros hombres y mujeres no eran más que restos sobre el suelo.
Todos nosotros, excepto Sunss, nos quedamos paralizados. Él, olvidando sus instrucciones sobre la seguridad personal, corrió hacia aquel ser. La gran garra se levantó, quedó un momento inmóvil y se abatió de nuevo. Con este segundo golpe asesino cayeron once más.
Luego volví a ver a Sunss. Estaba en pie entre las garras, tenía entre las manos su palo de fuego y miraba a la monstruosa cabeza que se alzaba sobre él. Mientras le observaba, levantó el arma y apuntó. Parecía una locura atacar contra aquella cosa enorme, una locura heroica. Pero Sunss no era tonto; de pronto, la cabeza se inclinó, una especie de temblor sobrecogió a todas las patas y, sin un sonido, el monstruo se desplomó en el mismo lugar.
Y Sunss estaba debajo; era un hombre muy valiente… Seguidamente Iss se hizo cargo de la jefatura.
Decidió que debíamos encontrar un lugar para ponernos a salvo tan pronto como fuera posible, por si había otros monstruos acechando en las cercanías. Una vez lo hubiéramos encontrado podríamos empezar a sacar nuestros instrumentos y equipo del Globo y ver seguidamente lo que deberíamos hacer. Decidió que nos encaminásemos hacia delante por el ancho camino que limitaban dos de las grietas.
Después de viajar durante un tiempo considerable alcanzamos el pie de un acantilado completamente perpendicular, con curiosas formaciones rectangulares en la cara. En su base encontramos esta caverna que parece extenderse a gran distancia tanto hacia dentro como a ambos lados y tener una altura extrañamente regular. Quizás el hombre que habló de un mundo geométrico no era tan estúpido como parecía…
En cualquier caso aquí estamos a salvo de monstruos como el que mató Sunss. Es demasiado estrecho para que aquellas enormes garras puedan entrar, e incluso las uñas sólo alcanzarían a introducirse corta distancia hacia dentro.

Posteriormente:
¡Ha sucedido algo terrible! Iss y un grupo de veinte fueron a explorar la caverna para ver si podían encontrar una salida al exterior que no fuera la que daba al lugar en que estaba nuestro Globo.
¡Sí, estaba! Tiempo pasado, esta es nuestra calamidad.
Una vez hubo partido, el resto de nosotros esperamos vigilando. Durante algún tiempo no sucedió nada. Evidente y afortunadamente el monstruo estaba solo. Permanecía formando un gran montón en el sitio en que había caído cerca del Globo. Luego sucedió algo extraño. De pronto iluminó la llanura una cantidad de luz mayor, un enorme objeto en forma de gancho descendió sobre el monstruo muerto y lo arrastró fuera de la vista. Luego hubo un ruido atronador que nos estremeció a todos y la luz volvió a disminuir.
No tengo la pretensión de explicar estas cosas, ninguno de nosotros puede comprenderlas. Simplemente hago lo que puedo para tomar notas verídicas.
Pasó otro período mucho más largo sin que sucediese nada. Estábamos empezando a preocuparnos por lo que podría haber pasado a Iss y su grupo, porque ya hacía mucho tiempo que habían salido, cuando sin previo aviso ocurrió lo peor que nos podía sobrevenir.
Nuevamente volvió a iluminarse la llanura. Bajo nuestros pies, la tierra empezó a estremecerse y retumbar con tal violencia en una serie de choques que difícilmente nos podíamos mantener en pie. Atisbando por la boca de la caverna vi algo que incluso ahora me resulta difícil creer. Formas junto a las cuales el monstruo anterior era insignificante: Seres vivos que alcanzaban una altura tres o cuatro veces superior a la de nuestro inmenso Globo. Sé que esto es increíble, pero es la verdad. No era extraño que toda la llanura se estremeciera y retemblase bajo el peso de cuatro de ellos. Se inclinaron sobre nuestro Globo, aplicaron sobre la esfera sus patas delanteras y lo levantaron; sí, verdaderamente alzaron del suelo aquella fantástica masa de metal. Luego las sacudidas aumentaron de intensidad en cuanto estuvieron cargados bajo su peso y se alejaron andando sobre unos pies colosales.
Aquello fue demasiado para algunos de nosotros. Un centenar de hombres salió corriendo de la caverna, maldiciendo, llorando y agitando sus palos de fuego. Pero era demasiado tarde y la distancia muy grande para que pudieran conseguir algo efectivo, además, ¿cómo podíamos esperar hacerles algo a colosos de aquel tamaño?
Ahora se ha perdido nuestro Globo, con todo su precioso contenido. Nuestra herencia ha desaparecido. En este momento no tenemos nada; nada excepto nuestras propias y escasas pertenencias para empezar a construir un nuevo mundo.
Es desconsolador haber trabajado tanto y venido de tan lejos sólo para esto…
No fue aquella la única calamidad. Un momento después llegaron dos de los compañeros de Iss con un relato horrible.
Detrás de nuestra caverna descubrieron una serie de amplios túneles, fétidos por el olor de seres desconocidos y de sus deyecciones. Adelantaron por ellos con dificultad. Varias veces se vieron acosados por diferentes variedades de animales de seis patas y en ocasiones de ocho, todos de aspecto horrible. Muchos de ellos eran mucho mayores que los miembros del grupo, estaban armados con temibles mandíbulas y garras y poseídos por una ferocidad maligna que les hacía atacar en cuanto les veían. Aunque parecían terribles, pronto se hizo evidente que sólo eran realmente peligrosos cuando atacaban inesperadamente, porque no tienen muchos sentidos y los palos de fuego acababan con ellos en un momento en cuanto los veían.
Después de cierto número de estos encuentros Iss logró llegar a campo abierto sin haber perdido ni un solo hombre. Fue cuando regresaban por los túneles que les sucedió la catástrofe. Se vieron atacados por feroces seres grises de la mitad del tamaño de nuestro primer monstruo, y supusieron que serían los constructores de los túneles. Fue una lucha terrible en la que pereció casi todo el grupo antes de poderlos derribar. El mismo Iss había caído y de todos sus hombres sólo aquellos dos estaban en condiciones de hacer el viaje de vuelta para encontrarse con nosotros.
Con esta nueva tragedia que nos ha herido empiezan a decaer nuestro espíritu y nuestro valor.
Hemos elegido a Muin como nuevo jefe. Ha decidido que debemos adelantarnos por los túneles. La llanura que está a nuestras espaldas está completamente desierta, nuestro Globo ha desaparecido, si nos quedamos aquí pereceremos de hambre; en consecuencia tenemos que alcanzar el campo abierto de la otra parte de los túneles, esperando que el sacrificio de Iss no habrá sido en vano y que allá no habrá más monstruos grises que nos ataquen.
Quiera Dios que más allá de los túneles este mundo de pesadilla se termine y todo vaya mejor.
¿Es mucho lo que pedimos, simplemente vivir, trabajar y construir en paz?

Un par de días más tarde Graham fue a ver a Sally y a su padre.
—He creído que les gustaría que les informase sobre su meteorito —le dijo a mister Fontain.
—¿Qué era en realidad? —preguntó el anciano.
—Todavía no lo saben. Han llegado a la conclusión de que no fue un meteoro; pero todavía les tiene intrigados lo que es en realidad. Cuando decidieron llevárselo me entró gran curiosidad y después de mucho parlamentar y de exhibirles mi carnet militar de guerra, consintieron en ceder y dejármelo ver también. En consecuencia, es preferible que lo que les voy a decir lo consideren como confidencial.
»Al observar cuidadosamente el objeto en el centro de investigaciones, parecía ser una esfera sólida de algún metal del que todavía no se tiene ningún informe. En un lugar había un agujero, bastante liso, más o menos de un centímetro y medio de diámetro, que llegaba casi hasta el centro. Como dudaban acerca de la mejor manera de abrirlo, finalmente decidieron cortarlo por la mitad y ver lo que pasaba. En consecuencia montaron en un foso una sierra automática, la pusieron en funcionamiento y todos nos retiramos a una distancia razonable, por si acaso. Ahora todos ellos están un poco más intrigados que antes.


—¿Por qué, qué es lo que sucedió? —preguntó Sally.
—En realidad no sucedió nada. Cuando la sierra hubo cortado, la desconectamos y acudimos allí, encontrando la esfera dividida en dos mitades. Pero no eran mitades sólidas, como habíamos esperado. Había una corteza sólida de metal de unos 15 centímetros de espesor, luego unos dos centímetros de polvo suave y fino que tiene unas propiedades aislantes que han interesado mucho. Luego, dentro de una pared metálica más fina había una extraña formación de celdas que más parecían la sección de una colmena que otra cosa, sólo que estaban hechas de un material flexible que parecía caucho y todas ellas completamente vacías. A continuación, una faja de unos 5 centímetros, dividida esta vez en compartimientos metálicos bastante mayores que las celdas de la parte exterior y atestadas de toda clase de cosas, paquetes de tubos diminutos, cosas que parecen pequeñas semillas, diferentes clases de polvos que se vertieron al dividir el aparato y que todavía no se han examinado bien. Finalmente, un espacio de 10 centímetros, en el centro, separado en capas par docenas de aletas finas como el papel y por otra parte completamente vacío.
—De manera que ésta es el arma secreta, y si usted puede deducir algo de todo esto, estoy seguro de que a la gente del Ministerio les encantará oírlo. Incluso la capa de polvo les ha decepcionado porque no es explosiva. Ahora se preguntan mutuamente qué diablos era el objeto de ese artefacto.
—Qué decepción; parecía un meteorito hasta que empezó a sisear —dijo mister Fontain.
—Uno de ellos ha sugerido que en cierto modo quizá lo sea. Una especie de meteorito artificial —dijo Graham—. Sin embargo, para el resto de los expertos esto suena demasiado fantástico, porque creen que si, en cualquier caso, se pudiese enviar algo a través del espacio, probablemente tendría otro aspecto.
—Sería interesante si así fuese —dijo Sally—. Quiero decir que sería una cosa mucho más esperanzadora que si sólo se trata de un arma secreta más. Vendría a ser como una especie de señal de que algún día también podremos hacerlo nosotros.
»Piensa en lo fantástico que sería que verdaderamente pudiésemos hacerlo. Piensa en la cantidad de gente que están hartos de armas secretas, guerras y crueldades, y que podrían partir un buen día en una gran nave hacia un nuevo planeta en donde podrían empezar una vida nueva. Podrían dejar atrás todo lo que hace que este pobre mundo sea cada día más desagradable. Todo lo que queremos es un lugar en donde la gente pueda vivir, trabajar, construir y ser feliz. Si pudiéramos empezar de nuevo en otro lugar, qué mundo tan maravilloso podríamos…
Se interrumpió de pronto al oír unos frenéticos ladridos en el exterior, y dio un salto al oír que se convertía en un largo aullido.
—¡Es Mitty! —dijo—. ¿Qué le habrá…? 
Los dos hombres la siguieron al exterior.
—¡Mitty, Mitty! —llamó, pero no hubo respuesta del perro ni se oyó ningún ladrido más.
Rodearon la casa hacia la izquierda, de donde parecía haber provenido el aullido. Sally fue la primera en ver la mancha blanca entre la hierba junto a la pared del cobertizo. Corrió hacia allí llamando al perro, pero éste no se movió.
—¡Pobre Mitty! —dijo—. ¡Debe estar muerta! 
Se arrodilló junto al cuerpo inmóvil del perro.
—Está muerta —repitió—. No sé qué…
Se interrumpió abruptamente y se puso en pie.
—¡Oh, qué dolor! Parece que me ha picado algo —dijo tocándose la pierna mientras se le llenaban los ojos de lágrimas.
—¿Pero qué diablos…? —empezó a decir su padre mirando al perro—. ¿Qué son estos bichos, hormigas…?
Graham se agachó para ver mejor.
—No, no son hormigas; no sé lo qué son.
Cogió uno de aquellos seres diminutos y se lo puso en la palma de la mano para mirarlo más de cerca.
—Nunca he visto nada parecido —afirmó. Mister Fontain, a su lado, también lo miraba.
Tenía un aspecto extraño, de menos de medio centímetro de longitud. El cuerpo parecía una semiesfera casi perfecta, con el lado plano hacia abajo y la superficie de la parte curva coloreada de rosa, y brillante como el caparazón de una mariquita. Parecía un insecto, excepto que sólo tenía cuatro patas cortas. No tenía cabeza claramente definida; sólo dos ojos colocados en el borde de la cúpula brillante. Cuando lo miraban se puso en pie sobre dos de las patas, mostrando la parte inferior pálida y plana, con una boca colocada justamente debajo de los ojos. En las patas delanteras sostenía un trocito de hierba o de alambre delgado.
Graham notó de pronto un dolor agudo en la mano.
—¡Maldita sea! —dijo sacudiéndola—. Vaya pinchazo. No sé lo que son, pero desde luego no conviene tenerlos cerca. ¿Tienes un pulverizador a mano?
—Hay uno en el cobertizo —le dijo mister Fontain, y luego preguntó, dirigiéndose a su hija—. ¿Te encuentras mejor?
—Me duele horrores —dijo Sally entre dientes.
—Espera un momento mientras acabamos con ellos, y luego miraremos tu herida —le dijo su padre.
Graham volvió corriendo con el pulverizador en la mano. Mirando por los alrededores descubrió varios centenares de aquellos bichitos rosados, andando hacia la pared del cobertizo. Les echó encima una nube de insecticida y observó cómo sus movimientos se hacían más lentos, movían débilmente las patas, y luego quedaban inmóviles. Para asegurarse pulverizó más insecticida por los alrededores.
—Esto les bastará —dijo—, vaya unos bichitos malignos. Jamás vi cosa semejante. ¿Qué diablos serán?


FIN

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