2024/03/18

Cephes 5 (Howard Fast)


Título original: Cephes 5
Año: 1973


El tercer oficial (en entrenamiento, así que en realidad era simplemente el ayudante del tercer oficial) dio unos pasos por el corredor de la gran nave espacial en dirección al recinto de meditación. Aunque ya llevaba cuatro años estudiando las once clases distintas de naves espaciales, la presente era nueva, impresionante y mucho más compleja, mucho más debido a que esta era una nave Clase Dos, absolutamente autónoma en cuanto a mantenimiento y con una posibilidad indefinida de recorrido. A distinción de otras naves espaciales, no llevaba el nombre del planeta de origen sino del de destino, Cephes 5, y como todas las naves médicas, le estaba permitido entrar en cualquier puerto de la galaxia.
Sabía que había tenido suerte de que se lo destinara a esta nave para completar su entrenamiento, y a los veintidós años era lo suficientemente joven y romántico como para dudar de su buena fortuna y bendecir su buena estrella continuamente.
Hacía tres días que se había embarcado como cadete oficial, en el último puerto que había tocado la nave, y desde entonces lo tenían ocupado con exámenes médicos, inoculaciones, instrucciones y giras de orientación. Esta era su primera hora libre, y buscó el recinto de meditación.
Era una habitación larga, sin nada de particular, de paredes color marfil, cielorraso de igual color, iluminada por una agradable luz dorada. Por todos lados habían pilas de almohadones. De la tripulación de la nave, unas ciento veinte personas, había en ese momento una docena, meditando. Estaban sentados sobre los almohadones con las piernas cruzadas, el cuerpo erguido, las manos juntas y la mirada baja en una posición que era tal vez la más generalizada entre todos los planetas de la galaxia. El tercer oficial escogió un almohadón y se sentó, cruzando sus piernas desnudas. Sólo vestía un pantaloncillo de algodón.
Trató de desprenderse de su ego, como había aprendido hacía mucho tiempo, de tranquilizar sus dudas y temores para fundirse con la inmensidad del universo hasta formar parte de un todo infinitamente superior. Pero no lo logró. Se sentía bloqueado, confundido, preocupado, su mente pasaba de pensamiento en pensamiento mientras en medio de ellos comenzaban a tomar cuerpo extrañas fantasías.
Miró a los otros hombres y mujeres que se encontraban en el recinto, pero todos estaban en silencio, y aparentemente no los turbaba ningún pensamiento extraño y espantoso como a él.
Durante una media hora el tercer oficial trató de controlar su propia mente y mantenerla en claro, pero después se dio por vencido y abandonó el recinto de meditación, dándose cuenta entonces de que se había sentido así, en ese curioso estado de excitación mental, desde el momento en que subió a bordo del Cephes 5, sólo que recién se percataba de ello.
Pensó que se debía a su ansiedad, que estaba excitado porque lo habían destinado a esta gran nave misteriosa. Fue a una de las habitaciones con ventanales para contemplar el espacio, se sentó en una silla y apretó el botón que levantaba la pantalla, descubriendo el exterior. Se tenía la impresión de estar sentado en el medio de la galaxia, en el centro de una cantidad infinita de estrellas brillantes. El tercer oficial recordó que en sus primeros viajes de entrenamiento, la sala de contemplación había curado cualquier problema de temor o intranquilidad. Ahora no surtió efecto, pues sus pensamientos eran tan turbadores como en el recinto de meditación.
Preocupado e intrigado, el tercer oficial abandonó la habitacion y se encaminó a la oficina del consejero de la nave. Le quedaban cuatro horas de tiempo libre antes de comenzar su recorrido por la sala de máquinas. Había decidido dedicar sus horas libres a conocer a los otros integrantes de la tripulación en el salón de recreo, pero cambió de idea, ya que más importante era saber por qué la atmósfera de la nave lo llenaba de un sentimiento de caos y premonición.
Llamó a la puerta de la oficina del consejero y entró al oír una voz que le ordenó hacerlo. Entró con inseguridad porque nunca había acudido a un consejero de una nave interestelar. Los consejeros eran personajes legendarios en toda la galaxia, ya que en cierta manera pertenecían al más alto grado en la organización de la humanidad. Eran hombres muy viejos y muy sabios, y poseían un talento tal que no podía sino llenar de temeroso respeto a un cadete de veintidós años. En las naves espaciales, los consejeros estaban incluso por encima del capitán, aunque era muy raro que un consejero contraviniera una orden de un capitán o interfiriera de manera alguna en la dirección de la nave. Se corrían historias de que había consejeros de más de doscientos años, aunque se sabía con seguridad que había muchos de ciento cincuenta años.
Cuando el tercer oficial entró en la oficina pequeña y amueblada con sencillez, un hombre viejo, vestido con una bata de seda azul, se volvió del escritorio donde estaba escribiendo y dio la bienvenida al tercer oficial con un movimiento de cabeza. Era por cierto muy viejo, con la piel arrugada y seca como cuero viejo, y miró al tercer oficial con ojos de un color amarillo pálido, llenos de agradable curiosidad. ¿Era verdad que los consejeros podían leer el pensamiento de otra persona con la misma facilidad que los hombres comunes oían el sonido?, se preguntó el tercer oficial.
-Sí, es verdad -dijo el viejo suavemente-. Tenga paciencia, tercer oficial. Tiene más cosas que aprender de las que se imagina.
Le indicó una silla.
-Siéntese y póngase cómodo. Hay una diferencia de ciento doce años entre su edad y la mía, y aunque cuando llegue a mi edad le parecerá poco importante, ahora es casi extraordinario, ¿verdad?
El tercer oficial asintió.
-¿Estuvo en el recinto de meditación y no pudo meditar?
-Sí, señor.
-¿Sabe por qué?
-No, señor.
-¿Tampoco sospecha la razón?
-He estado varias veces en naves espaciales -dijo el tercer oficial.
-Y hace tres días que está en ésta, ya lo han examinado, ha escuchado conferencias, le han inyectado toda clase de sueros y anticuerpos, lo han orientado, pero no le han dicho lo que transporta esta nave, ¿verdad?
-Así es, señor.
-¿Ni cuáles son sus propósitos?
-No, señor.
-Y como corresponde, usted no lo preguntó.
-No, señor, no pregunté nada.
El consejero miró en silencio al tercer oficial por espacio de dos o tres minutos. El tercer oficial encontró que sus propios problemas se confundían con la excitación y la curiosidad que sentía al estar sentado cara a cara con uno de los legendarios consejeros, y por último no pudo contenerse más.
-¿Me perdonaría si le hiciera una pregunta personal, señor?
-No se me ocurre ninguna pregunta que deba ser perdonada -replicó el consejero, sonriendo.
-¿Está leyéndome la mente ahora, señor? Esa es la pregunta.
-¿Leyéndole la mente ahora? Oh no, claro que no. ¿Por qué iba a hacerlo? Ya sé todo respecto a usted. Necesitamos jóvenes poco comunes en nuestra tripulación, y usted es un joven extremadamente poco común. Para leerle la mente tengo que concentrarme y hacer un esfuerzo. Por el contrario, estaba leyendo mi propia mente, acordándome de cuando tenía su edad. Tenemos una tendencia a reflexionar demasiado, y a desviarnos del tema. Volviendo al asunto de su meditación. Le llevará algún tiempo, pero cuando comprenda el propósito del Cephes 5, vencerá estas dificultades y logrará meditar en un plano superior al de antes, de acuerdo con un nuevo esfuerzo de la voluntad. No se preocupe por el momento. ¿Sabe qué quiere decir la palabra "asesinato"?
-No, señor.
-¿La ha oído antes?
-No que yo acuerde.
Parecía que el viejo sonreía interiormente. De nuevo se produjo un minuto de reflexión. El tercer oficial esperó.
-Hay todo un espectro del ser que debemos examinar -dijo por fin el consejero-, y por eso lo introduciremos en un área que no se ha imaginado nunca. No le dañará, ni siquiera lo turbará en exceso, porque ya pensamos en ello cuando lo elegimos para formar parte de la tripulación del Cephes 5. Comenzaremos con el asesinato como idea y como acto. El asesinato es el acto que acaba con una vida humana, y como idea tiene su origen en sentimientos anormales de odio y agresión.
-Odio y agresión -repitió con lentitud el tercer oficial.
-¿Entiende lo que digo?
-Creo que sí.
-Las palabras deben resultarle familiares. Permítame que penetre en su mente por un instante, para que sienta todo esto mucho mejor de lo que yo puedo explicárselo.
La cara del viejo carecía de expresión. De repente el tercer oficial hizo un gesto de asco, y profirió un grito. Entonces el rostro del viejo volvió a cobrar expresión y el tercer oficial se cubrió la cara con las manos y se quedó así durante un rato, temblando.
-Lo siento, pero era necesario -dijo el consejero-. El miedo es parte integrante, y por eso debí tocar el centro del miedo y el del espanto en su cerebro. De otra manera es imposible explicarle el color a un ciego.


El tercer oficial lo miró, asintiendo.
-Estará bien dentro de un momento. Lo que acaba de comprender es el asesinato. Hay otros grados: El dolor, la tortura, una variedad increíble de padecimientos... Avíseme si no entiende alguna de estas palabras.
-"Tortura". Me parece que he oído esa palabra.
-Es la imposición deliberada del dolor psicológico o físico.
-¿Por qué razón? -preguntó el tercer oficial. 
- He ahí el problema. ¿Por qué razón? Toda razón implica cordura. Estamos hablando de enfermedad, de la enfermedad más horrenda que haya experimentado el hombre.
 -¿Y el asesinato? ¿Es simplemente un síndrome? ¿Es algo que sucedió en el pasado? ¿Algo que sucedió en la niñez de la raza humana? ¿O es un postulado?
-No, no. Es una realidad.
-¿Quiere decir que la gente se mata entre sí?
-Exactamente.
-¿Sin razón?
-Sin razón, tal como usted entiende la palabra razón. Pero dentro del espectro de esta enfermedad, hay una razón y una causa subjetivas.
-¿Una razón suficiente para matar? -murmuró el tercer oficial.
-Una razón suficiente para matar. 
El joven meneó la cabeza.
-Es increíble, sencillamente increíble. Con todo respeto, señor, pero yo fui educado, tuve una buena educación. Leo libros, miro la televisión. Me mantengo al tanto de todo. ¿Cómo puede ser que no haya oído estas palabras?
-¿Cuántos planetas habitados hay en la galaxia? -preguntó el viejo, sonriendo levemente.
-Treinta y tres mil cuatrocientos sesenta y nueve.
-Setenta y dos desde el mes pasado, cuando se poblaron Philbus 7, 8 y 9. Treinta y tres mil cuatrocientos setenta y dos... ¿Responde eso a su pregunta? Hay miles de planetas donde nunca ha habido un asesinato, como hay miles de planetas donde no se conoce la tuberculosis, la pulmonía o la escarlatina.
-Pero eso es porque curamos todas esas enfermedades, todas las necesidades del hombre.
-Sí, casi todas las enfermedades. Casi todas. No tenemos un conocimiento que sea absoluto. Aprendemos mucho, pero cuanto más sabemos, más se abren las fronteras de lo desconocido, y la única enfermedad que actualmente nuestros mejores médicos e investigadores no pueden combatir es esta que estamos discutiendo.
-¿Tiene nombre?
-Sí. Se llama locura.
-¿Dice que es una enfermedad muy antigua?
-Muy antigua.
Le tocó el turno al tercer oficial de quedarse pensativo, y el viejo esperó pacientemente que reflexionara. Por fin el cadete preguntó:
-Si no tenemos cura, ¿qué le pasa a estas personas que asesinan?
-Las aislamos.
De pronto el tercer oficial entendió, y sintió un escalofrío.
-¿En el planeta Cephes 5?
-Sí. Los aislamos en el planeta Cephes 5. Lo hacemos con toda la bondad y compasión posibles. Hace mucho, mucho tiempo, intentamos otras alternativas, pero todas fallaron, y por último se llegó a la conclusión de que lo único posible era el aislamiento.
-Y esta nave... -el tercer oficial se interrumpió.
-Sí, sí. Esta es la nave que los transporta. Recogemos a estas personas en todos los lugares de la galaxia y las llevamos a Cephes 5. Por eso elegimos nuestra tripulación con tanto cuidado. Elegimos personas de gran fuerza interior. ¿Entiende ahora por qué le costó tanto meditar?
-Sí, creo que sí.
-Ninguna persona sensible puede sustraerse a las vibraciones que animan la nave, pero se puede aprender a vivir con ellas, y hallar nueva fuerza a la vez. Naturalmente, siempre tiene la opción de abandonar la nave.
El viejo miró pensativamente al tercer oficial, algo triste por la fugaz belleza de la juventud. Se fijó en el cabello rubio dorado, los ojos celestes, en el ferviente enfrentamiento y la toma de conciencia del problema de la vida, y recordó la época cuando él había sido joven y vigoroso, no lamentando el paso de los años, sino con la eterna fascinación que le producía contemplar el proceso de la vida, del que formaba parte.
-No creo que abandone la nave, señor -dijo el tercer oficial después de un momento.
-Yo tampoco lo creo. 
El consejero se puso de pie. Era un hombre alto y erguido. La bata azul le colgaba de los hombros, huesudos y anchos. Era alto, como todas las personas negras que habitan los planetas de las constelaciones Rebus y Alma 
-Vamos -dijo al joven-, ya analizaremos esto con más detenimiento. Y recuerde, tercer oficial, que no tenemos alternativa. Se trata de un factor genético, y si no hubiéramos aislado a esta pobre gente, toda la galaxia se habría contagiado.
El tercer oficial abrió la puerta, dejó pasar al consejero y lo siguió por el corredor hasta uno de los ascensores. En el camino se cruzaron con otros integrantes de la tripulación, hombres y mujeres, blancos, negros, amarillos y morenos, y todos saludaron con respeto al consejero. Se detuvieron frente al ascensor, y cuando se abrió una puerta, entraron. El capitán de la nave salía del mismo ascensor, y retuvo la puerta un momento para saludar al consejero. El capitán era mujer.
-Gracias, capitán. Éste es el tercer oficial cadete. Hace sólo tres días que está con nosotros.
El tercer oficial no había visto al capitán hasta ese momento, y se impresionó por su gracia y belleza. Parecía tener unos cincuenta y tantos años, era de piel amarilla con negros ojos rasgados y cabello oscuro, apenas canoso. Usaba la bata de seda blanca, símbolo de mando, y saludó con amabilidad al tercer oficial, haciéndolo sentir necesario e importante.
-Estuvimos hablando de Cephes 5 -le explicó el consejero-. Ahora lo llevo a la cámara de sueño.
-Está en buenas manos -dijo el capitán.
El ascensor descendió hasta las profundidades de la inmensa nave, se detuvo, y se abrió la puerta. El tercer oficial siguió al consejero hasta que llegaron a una sala larga y ancha que a primera vista lo dejó sin aliento, anonadado. Era semejante a un inmenso depósito de cadáveres donde por lo menos quinientas personas dormían en literas. Había hombres y mujeres, y también niños, algunos de tan sólo diez o doce años, ninguno de más de veinte, personas de todas las razas de la galaxia. Dormidos no había nada que los distinguiera de las personas normales.
El tercer oficial empezó a hablar en voz baja.
-No es necesario -dijo el consejero-. No pueden despertar hasta que nosotros los despertemos.
El viejo condujo al joven a lo largo de la extensa hilera de camas hasta el fin de la cámara donde, detrás de una pared de vidrio, había un grupo de personas vestidas de blanco trabajando alrededor de una mesa sobre la que de encontraba extendido un hombre. En la cabeza tenía una cinta de la que salían alambres, y en la parte de atrás del recinto había máquinas.
-Les bloqueamos la memoria -explicó el consejero-. Eso lo podemos hacer. Después les damos nuevos recuerdos. Es un procedimiento muy complejo. No se acordarán de ninguna existencia antes de Cephes 5, y se sentirán completamente orientados hacia Cephes 5 y a las costumbres del lugar.
-¿Los dejan allí, simplemente?
-Oh no, claro que no. Tenemos nuestras agencias en Cephes 5. Hace muchísimos años que las tenemos. Hacer que estas personas se acostumbren a la vida de Cephes 5 es un proceso muy delicado e importante. Si los habitantes de Cephes 5 lo descubrieran, las consecuencias serían trágicas para ellos. Pero hay muy pocas probabilidades de que eso ocurra. Es casi imposible, en realidad.
-¿Por qué?
-Porque la estructura de la vida en Cephes 5 gira alrededor de la formación del ego. Todas las personas del planeta se pasan la vida creando un ego que subjetivamente los coloca en el centro del universo. Esta estructura del ego es lo más importante de la enfermedad, porque dependiendo de la enfermedad que crea el ego, cada individuo forma en su mente un superhombre antropomórfico al que llama Dios y que le da el derecho de matar.
-Me parece que no entiendo -dijo el tercer oficial.
-Ya lo entenderá. Basta con aceptar el hecho de que los habitantes de Cephes 5 colocan a su planeta y a sí mismos en el centro del universo, y luego estructuran su vida de manera tal que no surja ninguna duda a ese respecto. De esa manera hemos podido continuar el proceso todos estos años. Se niegan incluso a considerar el hecho de que pueda haber vida en otros planetas del universo.
-¿Así que no lo saben?
-No, no lo saben.
Se quedaron allí un momento. El tercer oficial observaba lo que sucedía del otro lado del panel de vidrio, sintiéndose cada vez más incómodo. Luego el consejero le tocó el hombro y le dijo:
-Suficiente. Hasta cuando duermen piensan y sueñan, y usted es demasiado nuevo en esto como para poder estar expuesto a sus vibraciones durante mucho tiempo. Venga, vamos a otra parte, sentémonos a contemplar el universo y a charlar un rato hasta que nos tranquilicemos.
En el cuarto de contemplación, teniendo la gloria brillante y grandiosa de las estrellas frente a él y la presencia reconfortante del consejero a su lado, el tercer oficial logró tranquilizarse y comenzó a pensar en lo que había visto. Se dio cuenta de que estaba lleno de compasión y era presa de una enorme tristeza; le habló de ello al viejo.
-Es normal -dijo el consejero.
-¿Qué hacen en Cephes 5? -preguntó.
-Matan.
-¿Está vacío el planeta?
-No. Estas pobres criaturas dementes conocen que su función es asesinar, y colocan esa función por encima de todo. Por eso se reproducen como nadie en el universo, aumentando su población constantemente, así que aunque aumenten las muertes, siempre la reproduccion es mayor.
-¿Tienen una inteligencia normal?
-Son muy inteligentes, pero la inteligencia no les sirve de mucho. El gran obstáculo es su ego.
-¿Cómo pueden ser inteligentes y continuar asesinando?
-Porque su inteligencia está dirigida a un solo fin: Asesinar a sus semejantes. Como ya le dije, son dementes.
-Pero, si son inteligentes, ¿no idearán alguna forma de desplazarse en el espacio?
-Oh, sí. Ya lo han hecho, con cohetes muy primitivos. Pero originalmente elegimos Cephes 5 porque es el planeta habitable más alejado del centro de la galaxia; está a casi cuarenta años luz de cualquier otro planeta habitable. Se desplazarán a través del espacio, sí, pero el problema de curvarlo y trasladarse a una velocidad mayor que la de la luz son problemas que el hombre sólo puede solucionar dentro de sí.
El tercer oficial permaneció sentado en silencio durante algún tiempo, y luego preguntó:
-¿Sufren mucho?
-Me temo que sí.
-¿Hay esperanza para ellos?
-Siempre hay esperanza -contestó el viejo.
-En nuestra tabla de planetas lo llamamos Cephes 5 -dijo el tercer oficial-. Pero cada planeta tiene un nombre local. ¿Cómo lo llaman ellos?
-Lo llaman Tierra -dijo el viejo.


FIN

No hay comentarios:

Publicar un comentario