Título original: Letter to editor
Año: 1952
Querido Don:
Bueno, se acabó el asunto. Tendrás que buscarte a otro que me sustituya. No puedo escribir ni una palabra más. Estoy seco. "¿Por qué?", te preguntarás, y con razón. ¿Cuántas veces te he dicho que tenía dentro veinte años de historias? Al menos un millón de veces. Bueno, pues se me han acabado todas.
Eres el último en enterarte. No quería escribirle a mi agente sin haberme asegurado antes. Pues bien, ahora estoy totalmente seguro, maldita sea.
Todo comenzó más o menos hace un mes. Voy a empezar citando. Atento, inicio de la cita:
3-B-5
Las naves espaciales marcianas aparecen primero como luces intermitentes alrededor de la Luna. Son visibles durante diez minutos seguidos, con intervalos de quince minutos entre una aparición y la siguiente.
Fin de la cita.
Estoy sentado en mi despacho, estrujándome la cabeza para sacar una historia. Es una de esas mañanas en las que a uno le apetece fundir la máquina de escribir para convertirla en una barra de acero con la que matarse a golpes.
Estoy terminando una historia con un diálogo vergonzoso, una trama para darse cabezazos contra la pared, unos personajes (reconozcámoslo) vomitivos. Arranco otra hoja y la tiro a la papelera, que se está llenando esta mañana. Me quedo ahí sentado, abatido, pensando en el suicidio.
Para completar la escena, Ava está en la cocina preparando una tarta, y el pequeño Hoagy, en la cuna, ensuciando el pañal.
Incapaz de soportar el silencio de mi cerebro, inerte como un trozo de gelatina, enciendo la radio. Oigo el final de una noticia fascinante. El locutor dice que el maíz y el trigo han subido dos puntos y que la Bolsa fluctúa. Tomo nota para utilizar eso en alguna historia, más adelante, y cambio de emisora. Llego al final de otra noticia.
-Y las luces intermitentes -recita el comentarista- fueron visibles durante periodos de diez minutos. Los observatorios de todo el país investigan en profundidad este insólito fenómeno. Por lo demás, el valor en Bolsa del maíz…
Apago la radio.
Así es; no me entero de nada. Puede que a la gente le sorprenda, Don. Pero ya me conoces. A no ser que alguien se agache a decirme que acaba de atropellarme un camión, no me entero.
No lo descubro hasta la hora de comer, en la barra de la cocina.
Estoy tomando sorbos de sopa y leyendo el Sunday Times de hace dos semanas, con el que pretendo ponerme al día. El pequeño Hoagy está dándole una buena paliza a la papilla con la cuchara. Desisto de leer, tiro el periódico a la papelera y enciendo la pequeña radio que hay en la estantería.
La Sexta de Chaikovski muere lentamente y empieza otro informativo.
El locutor dice:
-Los científicos y las autoridades gubernamentales siguen investigando las extrañas luces intermitentes avistadas anoche alrededor de la Luna. Estas luces pudieron verse en periodos de diez minutos y a intervalos de quince entre una aparición y la siguiente. Los representantes del Gobierno han negado rotundamente los rumores que las atribuyen a naves interplanetarias. Al mismo tiempo, en la Tierra se recibieron emisiones de onda cada media hora, señales que no han podido ser traducidas a ningún código conocido.
Dejo medio sándwich en la mesa, me precipito al despacho y saco el enorme cartapacio titulado Marte. Sabes a qué cartapacio me refiero, Don. Sabes que tardé un año entero en llenarlo, y también que me lo inventé todo de cabo a rabo.
Abro mi cartapacio por la sección 3, subapartado B, párrafo 5, ¿y qué joya informativa me salta a la vista?
La que te he citado antes.
Esto es el no va más, me parece a mí. ¿Quién soy? ¿El Nostradamus de Flatbush?
Es inquietante. Sigo leyendo a partir del punto 3-B-5:
Las emisiones de onda marcianas se reciben a intervalos de treinta minutos durante el periodo en que las luces intermitentes resultan visibles junto a la Luna.
Me quedo sentado y leo el párrafo una y otra vez. No estoy digiriendo la comida. El corazón me aporrea el pecho. Siento la tentación de pellizcarme una pierna.
-¡Ay! -digo, al darme cuenta, con un escalofrío, de que estoy pellizcándome de verdad.
"Bueno", me digo, "soy un pobre escritor de ciencia ficción mal pagado que ha acumulado todos estos datos sobre Marte con los sobrantes de mi sesera de corcho". Me decía que cuando terminara la recopilación tendría veinte años de material para mi epopeya sobre el planeta Marte. Sería feliz. Los editores serían felices. Don sería feliz. Todos seriamos felices, aplaudiríamos y bailaríamos alrededor de la hoguera.
El problema es que lo que me he inventado está pasando de verdad.
Me quedo un rato sentado. Después devuelvo el cartapacio al estante regreso a la cocina y termino de comer. Pienso con detenimiento en está extraña coincidencia.
Reflexiono un poco más sobre el contenido de mi cartapacio.
La sección 3 se titula Declaraciones de guerra de Marte a los distintos planetas.
El subapartado A se titula "Declaración de guerra a Venus". Como recordarás, la cita de antes era de la sección B.
¿Lo entiendes?
La conmoción es como un incendio: Si no se le añade combustible, se apaga. Paso unas cuantas noches sin dormir. Llamo a la Universidad de Nueva York, a la de Brooklyn y a unos cuantos sitios más. Pregunto por los catedráticos de astronomía. No sé por qué los llamo, pero tengo que contárselo a alguien. Decírselo al presidente no serviría de nada; ya está bastante ocupado con la Guerra Fría, así que pruebo con los astrónomos.
No son de mucha ayuda. Tres de ellos opinan que son meteoritos. Dos dicen que cometas. Uno, menuda sorpresa, opina que se trata de histeria colectiva.
Pienso: "Ah, bueno, ¿quién sabe?"
Si me dicen que las señales provienen de erupciones solares, me lo tragaré. ¿Por qué no? ¿Crees que estoy deseando ser un profeta?
Me olvido del asunto. Mis vísceras regresan a la Tierra y todo vuelve a ir a las mil maravillas. Escribo otras dos historias sobre Marte a lo largo de la semana siguiente. Te las envío. Tú las vendes.
Entonces, una mañana, me encuentro de nuevo en el mar de los Sargazos de la creación. El aire crepita con el silencio. Estoy en medio de la nada.
Otra vez busco un poco de consuelo en la radio.
Un hombre habla con la boca llena de bollo y café soluble.
-Dime, Bella -dice, y sé que estoy escuchando el programa del rey y la reina de los tópicos a la hora del desayuno-. Dime, Bella -repite.
Bella duerme o ha caído muerta sobre las tostadas francesas.
-Qué -responde al fin.
-Veo que vuelven a correr esos rumores disparatados sobre marcianos, al estilo de Orson.
-¿Sí? -pregunta Bella. Qué conversadora tan profunda y excelsa.
-Pues sí -prosigue el hombre, tras hacer una pausa para tomar un sorbo de café tan ruidoso que casi puedo saborearlo-. Sí -resuella-. Están seguros, pero segurísimos, de que esas luces son de naves espaciales. Walter Provincial lo dice tal cual en su columna: "La base de las Fuerzas Armadas de Wyoming captó una de esas luces lunares en la pantalla de su radar y registró un rastro de…". No te lo pierdas, Bella: "De más de ocho mil kilómetros por hora". ¿Qué te parece?
-¡Vaya! -responde Bella.
-Y eso no es todo -sigue el hombre-. Un catedrático de arqueología de la Universidad de Lichen dice que las señales de radio recibidas se descifran con una tabla de códigos que encontró en una antigua tumba egipcia.
¡¿Qué?!
No es Bella. Soy yo, que he pegado un salto hasta el techo. Bajo y cojo mi cartapacio. Estoy sudando. ¿Por qué?
3. B. Rendimiento
1. Las naves espaciales militares marcianas son capaces de alcanzar velocidades comprendidas entre los trescientos kilómetros por hora (la velocidad de crucero) y los más de quince mil por hora como máximo.
Rango dentro del cual entran perfectamente los ocho mil kilómetros por hora.
No es una prueba abrumadora, ¿verdad? De acuerdo. No lo sería si no hubiera nada más… Pero ahora viene la gota que colma el vaso, mi querido agente. Agárrate a la silla.
5-D-7
Las partidas de exploración marcianas aterrizaron en la Tierra en el año 1600 a. C. y durante los años siguientes. Dejaron en varios lugares tablillas metálicas grabadas con las claves necesarias para interpretar sus señales. Por ejemplo, después del reinado de Tutmosis III, estas tablillas se colocaron en las tumbas de cien personas importantes e ilustres de la época.
¡Tumbas egipcias!
"Dios mío", me digo, "empiezo a darme miedo". Me quedo detenido unos minutos en lo que podría considerarse un coma. A lo lejos, oigo que Ava me grita que lleve no sé qué a no sé dónde para hacer no sé qué. Me hago el sordo.
Después de quedarse ronca de gritar, entra en el despacho con los brazos en jarras.
-¿Estás sordo o qué? -me pregunta con cariño.
-Ven aquí -le digo, y es la voz de un profeta la que habla-. Siéntate a mi lado. Está pasando algo terrible.
-Tengo cosas que hacer.
Yo insisto. Al final se sienta y se lo cuento. Le cito los párrafos escogidos.
-¿Y bien? -dice.
-¡Y bien! -exclamo-. ¿Es que tú también te has quedado sorda? ¿No te das cuenta de lo que significa? Yo me inventé todo lo que te he leído. ¡Y ahora es real! ¡Real!
-¿Cómo va a ser real si te lo has inventado?
-No lo sé -digo en un susurro. Echo un vistazo hacia atrás-. Tal vez los marcianos le dictaron todas esas historias a mi subconsciente. Quizá todas las historias que he escrito sean ciertas. Por Dios, ¡quizá sea un publicista cósmico sin saberlo!
-¡Seguro! -dice ella.
-¡Van a declarar la guerra a la Tierra! ¡Van a aniquilamos a todos!
Se levanta para marcharse.
-Que no se te olvide tender la ropa -dice.
Han pasado varias semanas desde que mi sistema automático ha dejado de ponerme verde. Estoy subiendo en el ascensor del edificio Shill para entrevistarme con Mike, tu editor favorito y el mío también.
Me hace pasar a su despacho y nos sentamos frente a frente después de darnos la mano.
-Tengo grandes noticias para ti -le digo-. Cuentos espeluznantes del espacio lleva diez años publicando hechos históricos.
Parpadea. Se levanta indignado.
-¿Pretendes insultarnos a mi personal y a mí? -me pregunta. Le hago un gesto para que se siente y él se arrellana en la silla de cuero—. ¿Qué disparate estás diciendo?
Lo pongo al corriente de los hechos. Pierde su palidez editorial para convertirse en un muñeco de nieve cuando le explico que mi congresista no ha respondido al telegrama que le envié y que el jefe de Protección Civil ha archivado mi solicitud en la carpeta de los chiflados.
-Se ríen de mí -le digo, tras terminar mi historia-. ¿Y ahora qué? ¿Competimos con revistas históricas como American Heritage?
Se queda sentado en silencio, mordisqueándose los nudillos. Me ensimismo. Al cabo de un rato me mira.
-Tenemos que asumirlo -dice-. Les hemos dicho a nuestros lectores una y otra vez que Cuentos espeluznantes publicaba la mejor ficción. Ahora hemos quedado como unos mentirosos. Pero debemos afrontarlo con valentía. Empecemos con una serie de artículos que cuenten a la gente la verdad sobre este caso.
Consulta una libreta.
-¿Puedes pasarle los primeros artículos a Don antes del miércoles? Eliminaremos un relato de Matheson y meteremos lo tuyo.
-Pero parece que no te das cuenta de que… Bueno, de que esto es la guerra.
-¿Y cuándo diablos no lo es? -dice Mike-. Bueno, pasemos a los detalles.
Así que vuelvo a casa y me siento. Estoy solo. Ava está en el zoo de Prospect Park con Hoagy, según dice la nota que me encuentro en la máquina de escribir.
Aunque me asusta, enciendo la radio. Rezo para que emitan música. Escucho el último suspiro de Don Juan, de Gluck. Me preparo. Empiezan las noticias.
"Astrónomos de todo el país informan sobre una evidente acumulación de las misteriosas luces intermitentes junto a la Luna. Las luces son ahora visibles de día. Una comisión del Gobierno está llevando a cabo una investigación exhaustiva".
La apago. Miro las paredes. "Investigación exhaustiva". Qué noticia tan estupenda. Pienso en lo estupenda que es mientras saco mi cartapacio y leo la sección 15.
15-B-3
Durante un periodo de entre cincuenta y quinientas horas terrestres, las naves marcianas se agruparán en torno a la Luna hasta que estén listas.
"¿Listas para qué?", te preguntarás.
Esta sección se titula, tiemblo al decírtelo, La invasión marciana de la Tierra.
Así que aquí estoy, un escritor maldito. Según mis documentos, esos documentos que creía haberme sacado de la manga, una mañana de estas las naves rodearán la Tierra y colocarán a su alrededor una pantalla electromagnética impenetrable. Después bajarán las esferas con las tropas, provistas de armas capaces de desintegrar cualquier cosa situada en un kilómetro a la redonda.
Esta sección, la 15, fue la última que recopilé. Pensaba usarla aproximadamente en mi vigésimo año como escritor. Incluso había elegido un posible título para el último relato. Se llama El fin de la Tierra. Creo que lo cambiaré.
Bueno, ya casi he terminado mi historia, Don. Esa es la cuestión. No puedo seguir escribiendo. Ni una palabra. No hago más que sentarme y meditar sobre lo que está pasando.
Ya ves, será mejor que te busques a otro. ¿Que por qué? Pues, maldición, porque ahora que todos mis documentos son reales, ¿sobre qué demonios voy a escribir? ¡Ya sabes que el ensayo no se me da bien!
Con pesar:
BURT
FIN
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